viernes, 25 de enero de 2019

¿El tiempo es relativo? 13


—¿Qué hacemos ahora?

Manolo observaba el portal con cierta desgana. Sabía que llevaba a otro lugar distinto de los otros dos. Se acercó y la curiosidad le tentaba a echar un vistazo en su interior pero sabía que era prioritario encontrar la manera de llevar a los dobles a sus respectivos universos. Se giró e hizo una señal a Rubén para que sacara la piedra de la máquina. Rubén lo hizo y una mano atravesó el portal agarrando a su amigo y llevándoselo hacia otro universo. Se quedó petrificado. No sabía bien que hacer, si salir corriendo o volver a insertar la piedra y que con un poco de suerte fuera en la misma posición y se mantuviera abierto el portal. Mientras seguía en ese bucle el otro Manolo se había desmallado previo grito de estupor y Rubén 2.0 se acercó a él para socorrerlo. El portal se cerró y su amigo quedó encerrado en ese universo desconocido.


Manolo se encontró en un lugar completamente desértico. Duna tras duna en todas direcciones. Seguía teniendo el brazo izquierdo agarrado por alguien. Se giró y allí frente a él estaba don Aurelio aunque con una diferencia, tenía la piel amarilla.

—¿Don Aurelio?

—No precisamente. Me llamo A4-AA y me queda poco tiempo. Dame la piedra por favor.

—No la traigo conmigo.

—¿Y cómo viajas sin ella? Tampoco tienes un dispositivo —dijo señalándose la muñeca. Llevaba una muñequera metálica.

—Tengo una máquina en el otro lado.

—Interesante. —Tosió y cayó de rodillas—. Cada vez me noto peor.

—¿Puedo ayudarte?

—No. Estoy cercano a mi muerte. Los seres como yo sabemos cuándo llega ese momento fatídico de toda vida. Y el mío está al caer.

—Lo siento.

—No lo sientas. Todo llega para el que sabe esperar y yo llevo esperando mucho tiempo. Espero que tu especie tenga más suerte que la mía.

—¿Tu especie?

—Sí —dijo desvaneciéndose poco a poco—. Suerte.

Se desvaneció convirtiéndose en polvo delante de sus ojos. Lo único que quedó de él fue la muñequera que llevaba, la cual cayó en la arena a plomo. La observó durante largo rato. No sabía si debía cogerla o no. Al cabo de un rato observando esa muñequera metálica cayó en la cuenta de que no tenía manera de salir de allí. Estiró el brazo y la electricidad estática hizo acto de presencia, un pequeño calambre sacudió su mano. Miró a su alrededor y pensó que era normal la descarga. Dicen que se producen por la sequía ya que el viento es un mal conductor. Aquel sitio tenía pinta de no haber recibido una gota de lluvia en mucho tiempo. Volvió a observar la muñequera. Era plateada y no tenía marca ni rastro de arañazo alguno. En el centro había un orificio del tamaño de la piedra. Imaginó que se introduciría ahí, lo que no sabía era como funcionaba. De improviso unas manos lo agarraron de los hombros y tiraron para atrás de él introduciéndolo en otro portal.

—¡Ya lo tengo, cierra! ¡Rápido! —gritó Rubén.

—¡Suéltame! ¡Tengo que cogerla! —dijo Manolo zafándose de quien lo sujetaba.

Trató de ir hacia el portal pero una decena de manos lo agarraron. Alguien se tiró encima de él para inmovilizarlo y medio sollozando observó como el portal se cerraba. Las manos cejaron en su empeño y Manolo se pudo liberar. Encolerizado se dirigió a la máquina en busca de la piedra pero frenó en seco al ver la cantidad de dobles suyos que había allí.

—¿Qué pasa aquí? —titubeó tratando de serenarse.

—Pues que hemos abierto demasiados universos paralelos buscándote hasta que por fin hemos dado contigo.

—Pero si hay aquí veinte personas por lo menos.

—Te he dicho que hemos abierto demasiados ¿no? —carraspeó Rubén—. Pero tranquilo que he llamado a don Aurelio, le queda poco para llegar.



Don Aurelio fue recibido amablemente por la madre de Manolo. Rubén abrió la puerta del sótano y lo introdujo a toda prisa dándole las gracias a la madre de su amigo. Acompañó al profesor hasta abajo y con un simple “todo despejado” avisó a todos de que podían salir. Tras el estupor inicial comprendió poco a poco que sus alumnos habían estado jugando con cosas desconocidas para ellos. Tras la explicación pertinente el profesor sonrió y contestó:

—Sabía que tenías algo ¿Por qué no me dijiste nada de la piedra?

—No me fiaba don Aurelio. Perdóneme.

—No hay nada que perdonar. Entiendo tu postura. Yo tampoco te fui sincero del todo. Mira mi muñeca —dijo remangándose la camisa. Manolo se quedó boquiabierto. Tenía una muñequera igual que el otro—. Yo fui el primero que intentó viajar en el tiempo y encontré tu mundo. Si me das la piedra y vuelvo a mi punto de origen podría reiniciar todo esto y volverías a la normalidad. Todo esto no habrá pasado.

Manolo dudó un instante. Si le había engañado antes como saber que ahora no mentía. “Difícil decisión” pensó. Agarró la piedra y en un impulso se la dio temiendo no arrepentirse luego.

—Gracias —dijo mientras la introducía en la hendidura de la muñequera—. En unos minutos desaparecerán todos estos dobles y volveréis a la normalidad.

El profesor tocó la muñequera y desapareció. Esperaron unos minutos y nada. Pasó una hora y allí seguían todos. Manolo empezó a arrepentirse de haberle dado la piedra y más cuando su madre llamó a la puerta para bajar al sótano a coger algo.

—A ver como salimos de ésta.

—Matiza pimpollo —dijo irónico—. Es tu casa y son tus problemas.

—Pero también son tus dobles.

—Ahí me has cogido. Abre la puerta antes de que tu madre se enfade y ya iremos pensando en algo para salir de este embrollo. —Se giró y dando voces a todos los dobles les ordenó que se escondieran lo mejor posible rezando de que la madre no buscara algo que estuviera cerca de su posición.

Epílogo

Don Aurelio apareció en una pequeña habitación donde había un escritorio y una cama donde descansaba un cuerpo.

—T7-TT, lo has conseguido —dijo con una media sonrisa.

—Sí, aquí la tengo señor. —Le mostró la piedra.

—Si ese ingrato y desgraciado de P9-PP no nos hubiera engañado no habría pasado nada. —Tosió.

—Señor, relájese, no merece la pena alterarse por semejante gusano.

—Perdona. El ímpetu me puede.

—Maestro coja la piedra y gobernemos este mundo.

—Me temo que me queda poco, estoy muy enfermo y además A4-AA todavía no ha llegado.

—Y no llegará señor. El que me dio la piedra lo vio morir en un desierto. Lo siento.

—Era un buen guerrero. Entonces solo quedamos tú y yo.

—Sí.

—Y a mí me queda tan poco.

—No diga eso señor. Todavía nos da tiempo de llegar a la baliza que pusimos en el antiguo Egipto.

—Sí. —Tosió—. Pero tú eres el elegido para llevar a cabo nuestro plan. Yo en mi estado de salud actual no duraré mucho. Confió plenamente en ti.

—Lo haré por usted señor.

—Lo sé. Pon la piedra en mi muñequera —dijo señalando a la mesita que había al lado de la cama.

Don Aurelio o T7-TT se acercó con sumo cuidado y extendiendo la mano agarró la muñequera. Era igual que la suya solo que detrás del orificio donde se introducía la piedra en vez de poner T7-TT ponía Gran Maestro. Introdujo la piedra y apretó.

—Señor, prepárese porque aunque no quiera se viene conmigo. —Lo abrazó y ambos desaparecieron de la habitación.

Al abrir los ojos aparecieron delante de una pirámide rodeados de una gran multitud. Tras ellos una mujer con media melena y cargada de joyas los miraba elevada en una silla sobre cuatro esclavos.


—Con usted queríamos hablar señorita —dijo don Aurelio o mejor dicho T7-77.

¿Fin?

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