sábado, 28 de noviembre de 2009
Amor de madre
Cómo liar a un amigo y que luego te lo agradezca
Pero comentemos antes los antecedentes de la encerrona.
Todo comenzó hace ya unos meses en un encuentro con Eugenio, el encargado de la biblioteca y, además, del club de lectura de La Palma del Condado. Le hablé de un libro escrito por un amigo de Sevilla al cual no le importaría venir a hablar de su libro con los lectores del club. A Eugenio le pareció perfecto y una semana más tarde le entregué una copia de “Andrea no esta loca” de Salvador Navarro. Después de aquello me olvidé por completo hasta hace dos semanas que recibí una llamada suya comentando que habían leído el libro y si podía ir el autor a visitarlos.
Llamé a Salva y sin poner un pero y ofreciéndose por completo, el jueves pasado a las ocho en punto estaba en La Palma pese a tener otros compromisos esa misma noche en Sevilla. Así es Salva. Cumple.
Y como exposición pelotera buscando el perdón por el lío en el que le metí, pues ya está bien. Así que pasemos a reseñar tan interesante velada en una pequeña biblioteca de pueblo entre estantes repletos de libros y unas cuantas mesas que no eran capaces de abarcar a tantos lectores inquisidores, ávidos de conocer y desentrañar las inquietudes que se plantea una persona a la hora de escribir.
Se extrañaban que un ingeniero escribiera, pero Salva se justificó en lo empollón que fue en su adolescencia. Aunque en el momento que mostró su “esquemita” de la trama, quedó claro que pese a haber sido un empollón era, ante todo, un ingeniero; yo, que lo he visto más detenidamente, sigo sin entenderlo. Con eso se rompió la timidez y se preguntó a degüello sobre la novela, sus personajes y Nueva York.
Analizaron a Fran, el protagonista. Su personalidad y sus inquietudes. Los lectores dieron su opinión y Salva la completó con las sutiles pinceladas que solo puede dar quién lo ha hecho nacer y crecer, e incluso fue preguntado por la existencia de algún Fran en la vida real en el que se hubiera podido basar.
Luego llegó Andrea, con sus reservas, sus revelaciones y sus invitaciones a visitarlas enviadas a parte de su familia (no quiero destripar la novela a quién no la haya leído).
También hubo risas, normal cuando se está entre amigos, al hablar de la madre de Andrea, de sus pelos en la barbilla y lo fea que era; algo que motivó la controversia entre el autor y parte del aforo por culpa de un párrafo mal entendido o mal redactado (no me pongo de parte de nadie para no pringarme), pero sin que corriera la sangre.
Y se habló de Nueva York. De la ciudad reflejada en el libro y de la que alguien allí presente había conocido. De lo distinta que era para cada uno. De las distintas caras y matices que tiene. De cómo atrapó al autor seduciéndole tanto como para hacerla parte importante de la trama. De retratarla de forma tan seductora que alguien se apuntó la novela como guía de viaje para una futura visita.
Fue una hora intensa y amena. Una hora que para los allí presente duro solo cinco minutos escuchando a un Salvador que sabe hablar y captar al auditorio transmitiendo su seguridad al hablar y su saber literario. Un acto que finalizó con un detalle por parte de la biblioteca que cogió por sorpresa al autor y con un montón de libros firmados por Salva sin prisas pese a tenerlas.
Y encima va y te agradece que lo invites…
Aprender con esfuerzo
La antigua frase de la "La letra con sangre entra" nunca estuvo tan acertada.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Oniritrón
Ya todos los obreros estaban cerca de sus puestos, inmóviles, siguiendo mentalmente la cuenta reversa que dictaban los altavoces situados estratégicamente en diversos puntos de la planta:
… tres… dos… uno… Entrando en fase REM.
Y todo se puso en marcha. El silencio, perseguido por los pasos de los obreros, atrapado entre el crujido de los engranajes, se diluyó en la efervescencia de aquella actividad. En uno de los extremos de la oblonga nave un gran portón se abrió justo sobre la cinta transportadora central, y encima de ésta comenzaron a caer fragmentos de recuerdos, residuos de subconsciente, cadenas de ideas desestimadas. Las rápidas y precisas manos de los desechadores corrían gráciles sobre el caótico cardumen mental, apartando el material inútil y arrojándolo en cubas para desperdicios.
Un poco más allá, los selectores aguardaban a pie de aquella lengua de caucho la llegada del material que necesitaban. En su plan de sesión tenían apuntadas tres pesadillas, un sueño pesado, otro ligero, y una posible polución nocturna final. Por suerte para ellos, una vez apartadas unas cuantas sensaciones indefinidas y algunos momentos hilarantes, la noche de parranda les traía un buen cargamento de malestar físico, media docena de escenas oscuras y borrosas, un par de momentos de inquietud, y unas cuantas reflexiones desesperadas.
Los siguientes en entrar en acción fueron los trazadores, los verdaderos y únicos artistas de aquel lugar. Uno de ellos cogió una de las escenas que habían puesto a su disposición, una discusión acalorada entre varias personas de borrosos rasgos sobre un fondo de local oscuro y saturado de humo. Lentamente fue espolvoreándola con la deshidratación en curso que experimentada el sujeto, hasta que el paisaje quedó convertido en una extensión desolada, barrida por vientos cargados de polvo. Unas pinceladas de vértigo y fatiga transformaron las figuras de los litigantes en inciertas amenazas ocultas tras la cortina del árido viento. Y finalmente, iluminándola con sentimientos de impotencia y exclusión, la escena tomó sentido como penosa travesía desértica plagada de acechanzas.
Aún seguía el resto de trazadores trabajando es sus obras cuando aquella primera pesadilla pasó a manos de los lanzadores, que después de unos cuantos recortes de última hora y tras los ajustes temporales pertinentes, la conectaron al torrente onírico.
De nuevo sonaron los altavoces por toda la planta:
Atención: pesadilla en tres… dos… uno…
Todos detuvieron su actividad mientras un temblor, como un escalofrío violento, sacudía la nave de una punta a otra.
Aquella gran cadena continuó su marcha, con su ronroneo de motores y sus chirridos de poleas, flotando en un mar de golpes y barrida por cuchicheos que se alzaban aquí y allá. Y dos pesadillas más la sacudieron de un extremo a otro, y el sueño pesado cargó el ambiente de manera insoportable, hasta que la calma chicha del sueño ligero devolvió las cosas a su estado natural.
Los desechadores y los selectores ya habían acabado su tarea, y formaban corro junto a los trazadores que habían cumplido con su parte, observando con atención y reverencia al único de ellos por el que aún esperaban en su puesto los lanzadores. Era el más veterano de todos, una eminencia, y frente a él el recurrente problema de última hora: casi no quedaba nada con lo que recrear el último sueño. Apenas tenía una desangelada escena de persecución, un poco de desinhibición de fin de fiesta y algo de desorientación vital, y con ese exiguo bagaje tenía que afrontar el reto de la posible polución nocturna.
Tras pensárselo unos segundos, transformó el fondo en un laberinto de pasillos y habitaciones sin fin con la desorientación vital que le habían dejado, dejó desnudas a las dos figuras con un poco de desinhibición y, tras sacar un pequeño frasco que llevaba guardado para casos desesperados como éste, dejó caer sobre la escena unas gotas de esencia de un recuerdo lejano, de una amiga de la familia con instintos de iniciadora cuyo rastro ya casi se había perdido en la memoria. Después todos observaron en respetuoso silencio cómo los lanzadores engarzaban ese último sueño en el torrente onírico, y esperaron.
Primero se sintió una leve vibración, un cosquilleo que les subía por las piernas y que fue in crescendo paulatinamente hasta dominarlos a todos y hacerlos estallar en un gran “¡Oh!” colectivo.
Después vinieron las felicitaciones, los abrazos y los apretones de manos al gran trazador que una vez más y contra todo pronóstico había conseguido poner la guinda a aquella sesión de sueño, mientras todos recogían sus cosas y se prestaban a abandonar la planta animados por el último anuncio de los altavoces:
… tres… dos… uno… Abandonando fase REM.
Relato ganador del II Certamen Monstruos de la Razón, categoría Fantasía.
La Columna OcioZeta-Sevilla Escribe, "De prestidigitadores y magos o el Síndrome de Pablo de Tarso"
Hace no muchas noches, escuchando la radio mientras trataba de ganarme el jornal, me enteré de que un joven español había ganado ni más ni menos que una de las categorías del Campeonato Mundial de Magia celebrado en China. Ya a través de las ondas había escuchado hablar de dicho campeonato, o del de Europa, algo que al menos a mí me sonó curioso y que me trajo a la mente la figura de un hechicero veterano, curtido en mil batallas, que se pavoneaba orgulloso sobre los restos chamuscados, congelados, electrocutados, o simplemente convertidos en alimañas, de sus oponentes. Después se le entregaría el Grimorio Supremo, la llave hacia la verdad última, y finalmente todos juntos, ganador, jurado, y resto de entidades presentes, se retirarían a sus dimensiones correspondientes para celebrar lo conseguido, lamerse las heridas, o simplemente esperar a que una nueva conjunción de astros señalara el inicio de un nuevo cónclave.
Ya fuera de bromas, la noticia me pareció interesante, más aún cuando se anunciaba que el mencionado mago estaría en directo para explicar de qué iba el concurso entre magos, su historia personal, y de paso realizar un par de trucos para deleite de los oyentes. El primer truco me lo perdí entre unas cosas y otras, pero de la entrevista sí que capté más, y de las palabras del taumaturgo hubo algo que no me gustó, cierta falta de explicitud que le hacía dejar en el aire si la magia a veces era magia de verdad o siempre era un simple truco; todo muy alejado de la sinceridad del perínclito Anthony Blake y su conocidísima frase: “Todo ha sido producto de su imaginación”. Después vino el segundo truco, que sería algo así: que todo el mundo piense en el mes que nació y le ponga su número correspondiente (enero=1, febrero=2, etcétera). Ahora yo empiezo a nombrar los meses a la inversa (diciembre, noviembre, etcétera) y si nombro el tuyo sumas uno y dejas de contar, y si nombro otro sumas uno y sigues contando hasta que llegue al tuyo, sumes uno, y dejes de contar. Por ejemplo, si tu mes es julio empiezas por el siete, y cuando yo diga diciembre sumas uno (ocho), cuando diga noviembre sumas otro (nueve), y así hasta llegar a julio en el que sumas el último (trece) y te plantas. Y ahí está el juego, que a todo el mundo le da trece la suma total. El truco me parece muy obvio; algo ocurrente, pero poco más. Ahora, igual que la mayoría de la gente entiendo yo que ve la obviedad implícita, supongo que también habrá personas que no la vean, que se maravillen, e incluso las habrá que piensen en magia y no en simple prestidigitación o ingenio, que para algo el propio mago se encargó de no dejarlo claro, para que no busques el truco.
¿Y ahora qué? ¿A qué viene lo anterior? Bueno, quizá a algo, quizá a nada, ya veremos. De momento propongo que cada uno traiga a su pensamiento el recuerdo de ese relato que, más allá de una forma bonita, trufada de destellos deslumbrantes, le dejó con esa sensación de ¿qué demonios me han contado? ¿Me lo han contado a mí? … ¿Han contado algo? También me gustaría que se evocara el recuerdo de Saulo de Tarso que, mientras iba camino de Damasco, fue cegado por un rayo de sol, un rayo parecido a esos destellos literarios que a veces ciegan. En su caso encontró la fe, hizo las oposiciones para santo (San Pablo), y terminó siendo precursor del spam. Esto sucede muchas veces, que los destellos ciegan, que la parafernalia del prestidigitador enturbia el raciocinio y no nos deja ver el truco tras la supuesta magia, y que mucha gente, tendente a la credulidad por desconocimiento, ansia de encontrar la fe, o simplemente afinidad de objetivos al querer ejercer el dudoso oficio de mago, encuentran la fe o señalan a la magia como fuente del misterio (magia verdadera, de la que vale). Pero… ¿qué pasa con el que ya ha visto la actuación muchas veces y ha terminado conociendo el truco? ¿Y qué pasa con el que miraba sobre el hombro del prestidigitador mientras inventaba el truco, o con el que recibió las confidencias del mirón y sabe que no es magia? ¿Qué pasa, en definitiva, con ese Saulo de Tarso que lleva unas gafas de sol hechas de lecturas previas, experiencia, y conocimiento del proceso creativo tras la deslumbrante obra? Ese individuo, obtuso descreído, estará claramente en una encrucijada. Ante él se abrirán tres caminos: el de la aceptación por otorgamiento silencioso, dejando que el que quiera creer crea y que al él mismo lo sumen a la lista de deslumbrados ya que no abre la boca para negar; el del abogado del diablo que no sólo peca de falta de fe sino que intenta curar el “Síndrome de Pablo de Tarso” explicando el truco, enseñando las gafas de sol; y, por último, el que yo considero el camino de en medio, el que sigue aquel que ni denuncia el fraude, ni acata por silencio el anuncio de la magia presente, sino que simplemente niega haber visto la magia pero deja que cada uno haga el ejercicio de fe que le venga en gana.
Yo, en caso de encontrarme en tal encrucijada, seguramente optaría por el camino de en medio. Y no lo haría por rebeldía, Dios me libre en forma de rayo deslumbrante, porque entiendo que no es rebeldía el no comulgar con lo que sabes que son piedras de molino (sabes positivamente; no intuyes, no especulas, sino que tienes datos, “pruebas”). Tampoco lo haría por cobardía, pues entiendo que no es cobardía el dejar que cada uno crea lo que está inclinado (por una u otra razón) a creer. No, lo haría por respeto a mis principios, porque no creo en la “Teoría de
En definitiva, señoras y señores, gente con paciencia que ha llegado hasta aquí con la vacua ilusión de que encontraría por el camino algo más que simple palabrería, lo que yo quiero decir es que creo en la prestidigitación y el mentalismo declarados, aquellos confiesan que todo es un truco y aceptan que lo desenmascaren, que su propuesta puede ser fallida, a diferencia del aprendiz de mago que, si le descubres el truco, si lo ves como una propuesta fallida, te tachará de incrédulo recalcitrante, de reaccionario, pues no has querido aceptar como magia lo que no es tal. Señores y señoras, si Saulo de Tarso hubiera llevado las gafas de sol adecuadas no se habría visto deslumbrado, no hubiera creído encontrar la fe, y los pobres romanos, corintios, gálatas, efesios, filipenses, colosenses, tesalonicenses, Timoteo, Tito y Filemón, no se hubieran visto agobiados por tanta epístola cansina.
Tres concursos
I certamen de microrrealto de terror Artgerust. Homenaje a Poe
domingo, 22 de noviembre de 2009
El mundo encima
Zombis de Haití
En 1999,
La historia conocida de Haití comienza un 5 de diciembre “del año de nuestro señor de
El primer intento de independizar Haití tuvo lugar en 1757, cuando Macandal encabezó una rebelión de fugitivos fanáticos que finalizó poco después cuando todos fueron capturados y ejecutados en la hoguera. Pero se habla del 14 de agosto de 1769 como el día en que, durante la celebración de una ceremonia vudú (prohibida por las autoridades francesas) por parte del sacerdote Boukman, se inicia lo que sería la definitiva revolución haitiana. El proceso de emancipación tuvo como principales protagonistas a François Dominique Toussaint-Louverture que entre 1793 y 1802 dirige la revolución enfrentando a españoles, franceses e ingleses, y a Jean Jacques Dessalines que, tras la captura, destierro y muerte en Francia del primero, vence definitivamente a los franceses en
Se inicia así un periodo aparentemente glorioso para los haitianos, reconocidos por su valor entre las muchas colonias americanas que, como ellos, ansiaban su independencia. Y este sentimiento fue alimentado por la ayuda que prestaron a sus vecinos dominicanos para librarse de yugo español (aunque después lo que hicieron fue ocupar la parte oriental de la isla, que no recuperó su independencia como República Dominicana hasta 1844), o por el asilo y apoyo concedido al mismísimo Simón Bolívar en su lucha por independizar a Venezuela. Sin embargo, en los sustratos más bajos de la sociedad se gestaba otra cosa, un surgimiento de creencias esotéricas que tenían al Vudú, la mezcla de religiones animistas africanas, cristianismo mal digerido y el remanente cultural de los taínos, como núcleo aglutinador. Detalles como la elección de los colores patrios, rojo y azul, eliminando el blanco de la bandera francesa en parte por librarse de la mística influencia maligna de todo lo blanco en su sociedad, son unos primeros indicativos de esta tendencia.
Conforme fue pasando el tiempo, Haití continuó con el lento pero inexorable proceso degenerativo de su sociedad, enturbiando sus relaciones con sus vecinos debido a la gran presión ejercida sobre ellos, aislándose, y todo dentro de un clima de inestabilidad política y social y de aumento de la influencia del Vudú insostenible. Es en este escenario en el que se produce la ocupación militar estadounidense que se prolongaría desde 1915 hasta 1934. Y es durante esa ocupación cuando la sociedad occidental empieza a documentar algunas de las prácticas de los hungans, los bokors, los sacerdotes del Vudú. Todo parte de unos informes de las autoridades sanitarias militares acerca del desproporcionado índice de suicidios y otros incidentes similares entre la tropa de ocupación. Tras los estudios pertinentes se llega a la conclusión de que los soldados han sido expuestos a sustancias psicoactivas desconocidas que, o bien por el aire o mezclados con los alimentos o el agua, han sido introducidas en los campamentos.
Una vez liberados de la ocupación estadounidense, los haitianos siguieron con su espiral degenerativa, con conflictos nunca solucionados del todo entre las autoridades mulatas y las masas populares afrodescendientes. Y mientras esto sucedía dentro de su sociedad, los primeros investigadores del fenómeno vudú empezaban a llenar páginas y páginas con todo lo relativo a ese misterioso culto y a hablar de extraños casos de personas dadas por muertas pero que aparecían años después en un terrible estado de destrucción mental y física.
Por fin en 1957, con la ascensión al poder de François Duvalier, Papá Doc, es cuando se instala el Vudú en el gobierno del país. La bandera pasa de ser azul y roja a ser negra y roja, los colores del Vudú, y bajo la atenta mirada de los tontons macoute (el tío del saco), la selecta guardia personal del dictador, cuyo nombre hace referencia a los brujos vuduistas viajeros, la brutalidad y el miedo a los supuestos poderes mágicos de estos sicarios institucionalizados sumen al país en una de sus etapas más oscuras.
A Papá Doc lo sucedió su hijo Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, en 1971, que se mantuvo en el poder hasta que una insurrección popular lo depuso en
Y así es
Pero no es por su singular y triste historia por lo que ese país caribeño es famoso, sino por ese extraño culto, hasta cierto punto exportado más allá de sus fronteras, que es el Vudú.
Hablar de Vudú es hablar de esclavitud, de imposición del cristianismo, de remanencia de ciertas creencias y prácticas de la población precolombina del continente americano e, incluso, de ocultismo europeo. Y junto al Vudú haitiano existe todo un conjunto de derivativos formados a partir de la misma amalgama de religiones y tradiciones, como son
El origen de la palabra Vudú es africano, y significa “dios” o “espíritu”. Los rasgos originales de esta tradición provienen de los pueblos africanos de habla yoruba (Nigeria, Togo, Benín, Senegal…), y de hecho en sus rituales se habla a menudo del hombre puro de Guinea. Lo que sería la experiencia central de su religión es la posesión de los acólitos por parte de sus dioses, una forma de honrarlos. Según el vuduista el alma humana está formada por dos partes, el gros-bon-ange (gran ángel bueno), el alma esencial, lo que hace a la persona ser lo que es, y el ti-bon-ange (pequeño ángel bueno), la conciencia de la persona, siendo el gros-bon-ange el que propicia el contacto entre el cuerpo y el ti-bon-ange. Durante los rituales de posesión, celebrados en tonelles, y mediante cantos, bailes, la ingesta de ciertas sustancias, las rítmicas vibraciones de los tambores y otros aderezos que suelen implicar el sacrificio ritual de animales, se llega a un clímax en el que el adepto entra en trance, su gros-bon-ange se desplaza, y la persona es por tanto poseída por el dios que se apodera de su cuerpo. Una vez poseído por cualquiera de sus diversos dioses o espíritus, de los que hay un gran número (Aida Ouedo-Virgen María, Lagueson-san Jorge, Agwe-san Ulrich, Damballah-san Patricio, etc) el acólito no sólo se supone que adopta la personalidad, sino también su aspecto, gestos y conducta. Así, una persona poseída por Papá Legba-san Pedro, guardián de la verja del otro mundo y las encrucijadas cuyo símbolo es una muleta, se convierte aparentemente en un hombre viejo y rengo. La posesión, que puede durar horas, es tan profunda que el poseído puede caminar sobre ascuas o meter las manos en agua hirviendo sin inmutarse, de la misma manera que los miembros de algunas tribus africanas se podían cortar sus propios dedos durante los trances. Finalmente la posesión acaba de forma espontánea, el gros-bon-ange vuelve al cuerpo y éste renueva su conexión con el ti-bon-ange, aunque a veces para que esto suceda es necesaria la intervención del hungan, el sacerdote vuduista que oficia la ceremonia.
Ésta idea de la posesión, del alma que se desplaza, subyace en la mayoría de supersticiones y prácticas del Vudú, como las que propician que tras la muerte, y después de pasar cierto tiempo en el fondo de un río, el alma de los muertos sea invocada por los sacerdotes y colocada en una campana sagrada, sustitutivo del cuerpo físico, para que se convierta en un espíritu ancestral que aconseje y proteja a la familia. O, en el caso que nos ocupa, el del aparecido o zombi, se considere que un alma desplazada del cuerpo puede ser capturada y encerrada en una botella o vasija por un sacerdote malvado o bokor, que se apodera así del cuerpo.
Los ministros de esta religión son los hungans, a los que, cuando utilizan prácticas malignas, se les llama bokors (en la realidad lo normal es que el hungan sea bokor y viceversa, siendo únicamente sus intereses personales los que les impulsa a actuar como uno u otro en cada ocasión determinada). El hungan se supone investido de poderes especiales, la mayoría de ellos de origen místico, aunque son realmente las creencias de las personas, su inclinación a creer en la veracidad de estos poderes, las que les otorgan la preeminencia de la que gozan. En una sociedad como la haitiana, sumida en la incultura, el miedo y la superstición, la creencia acérrima en el Vudú y el poder de sus sacerdotes puede acarrear nefastas consecuencias. Por ejemplo, una costumbre muy temida llevada a cabo por estos bokors es el vestir a un cadáver con la ropa de un vivo y después esconderlo en algún lugar secreto para que se pudra, lo cual hace que el vivo enloquezca buscándolo; en el caso de que la persona sepa lo que está sucediendo y crea en el poder de la magia vudú, el acabar sumido en la locura es una posibilidad más que cierta.
A estos poderes más basados en las creencias de la gente que en la realidad también se suman, por desgracia, una serie de profundos conocimientos de naturopatía, de identificación, tratamiento y uso de diferentes sustancias, cuya base sí es real y cuyos resultados, más allá de la superchería, también lo son. De hecho los bokors y hungans manejan un auténtico catálogo de sustancias “mágicas” que, como bien comprobaron las autoridades militares norteamericanas durante la ocupación del país, son realmente efectivas y, si su finalidad es maléfica, altamente perniciosas. Dentro de este catálogo podemos encontrar por ejemplo el polvo de rapé, usado para castigar al amigo traidor, el yoyo, que cura el mal de ojo, el polvo agotador, que hace verdadero honor a su nombre, el pachuli, que castiga la infidelidad en el matrimonio, y por último uno de los más aterradores y el que nos ocupa a nosotros, el polvo zombi, el pepino zombi, la cocombre zombi.
Y es ahora cuando por fin llegamos al meollo de la cuestión, a la creación del zombi, a esa práctica que, lejos de la imaginería holliwoodiense, oculta una verdad tan aterradora o más como la ficción que representan esos cadáveres andantes que en los filmes de Romero, y los que en ellos se inspiraron, se dedican a la antropofagia y la destrucción sistemática de la sociedad que conocemos.
El fenómeno de la zombificación es algo veraz y siniestro, una práctica en la que se conjugan muchos de los aspectos de Haití, su cultura y prácticas vuduistas, de los que anteriormente hemos hablado, y cuya existencia es tan real y conocida que incluso podemos detectar su presencia a través del artículo 246 del antiguo Código Penal haitiano: “También se considerará que hubo intención de matar si se utilizaren sustancias con las cuales no se mata a una persona pero se la reduce a un estado letárgico, más o menos prolongado, y esto sin tener en cuenta el modo de utilización de estas sustancias o su resultado posterior. Si el estado letárgico siguiere y la persona fuere inhumada, el intento se calificará de asesinato”. Tan cierto es esto, que se han dado multitud de casos en que los familiares de muertos cuyo óbito podía relacionarse con prácticas mágicas han estrangulado, apuñalado, o incluso desmembrado los cadáveres para evitar que sean resucitados por los bokors.
La zombificación, práctica que sólo existe en el Vudú haitiano y no en ninguno de sus derivativos de otras partes del globo, no es en un principio más que un caso de envenenamiento, pero un envenenamiento especial provocado con unos fines muy específicos y particulares. El veneno que lo provoca, el anteriormente mencionado polvo zombi, tiene como componentes principales el pepino de mar (sustancia altamente tóxica y alucinógena), la tetrodotoxina (extraída de los ovarios de las hembras del pez globo, también altamente tóxica y que incluso en pequeñas cantidades puede provocar la muerte, como de hecho se ha producido muchas veces en restaurantes orientales que ofrecen esta especialidad), y la flor de datura o estramonio (también alucinógeno y cuyo uso está constatado en arcaicas sociedades europeas de brujos que debido a su ingesta en determinados rituales llegaban a creerse verdaderos hombres lobo). Este polvo, que bien puede ser suministrado mezclado con la comida o la bebida, e incluso se puede transmitir por el aire, provoca en la víctima un desequilibrio metabólico que los sume en un estado letárgico muy parecido a la muerte (mínimo consumo de oxígeno, apenas dos latidos por minuto, inmovilidad…), pero en el que por desgracia son conscientes de todo los que les sucede, como el aterrador hecho de ser enterrados (muy ilustrativa es la imagen de la película “La serpiente y el arco iris”, la que mejor trata la realidad del fenómeno zombi, en la que un supuesto cadáver derrama una lágrima mientras resuena la caída de las paladas de tierra sobre la tapa del ataúd en el que está siendo enterrado).
Más tarde, pasado un período de dos a cuatro días (lo máximo que puede aguantar el supuesto cadáver antes de consumir totalmente al oxígeno contenido en el ataúd), el bokor exhuma el cuerpo para llevárselo a su santuario y una vez allí suministrarle el antídoto que lo libere de su estado letárgico. La persona que renace de esta aparente muerte ya no es lo que era, su sistema nervioso está destrozado, sufre un grave caso de hiponatremia (insuficiente concentración del electrolito sodio en sangre), y la verdadera pesadilla, su vida como zombi, acaba de comenzar. Aprovechando la credulidad de una víctima idiotizada e imbuida de las creencias vuduistas, el hechicero la convence de que efectivamente ha muerto, que su gros-bon-ange ha sido desplazado, atrapado y encerrado en una botella, y que sólo él es capaz de devolverle a su estado anterior, a cambio por supuesto de que le obedezca en todo. Durante el periodo de restablecimiento, que puede durar un mes, el bokor acentúa este sentimiento de sumisión en su víctima sometiéndola a todo tipo de torturas, engañándola con todo tipo de artimañas, incluso disfrazándose de diablo y rodeándola de fuego para hacerle creer que está en el infierno.
El resultado de todo lo anterior es la creación de un esclavo incapaz de revelarse, un sirviente para el bokor que lo ha zombificado o para la persona que lo compra a éste, pues muchas veces son los réditos de este comercio de seres humanos los que están detrás de esta práctica (otras veces puede ser la venganza, o cualquier otra manifestación de los más bajos instintos humanos). Hablamos de un negocio conocido e incluso consentido por las autoridades haitianas que supone una de las bases de un nada despreciable sector de su economía agrícola (15 o 20 zombis de promedio por plantación; no más, pues debido a las limitaciones provocadas por su sistema nervioso devastado sólo son buenos para trabajos pesados pero simples), más aún en tiempos del nefasto Papá Doc, que con su institucionalización de vuduismo incluso alentó esta práctica.
La muerte en vida, eso es la zombificación, secuestro, torturas y sometimiento a esclavitud, el amargo destino de estos desgraciados que, incluso en los raros casos en los que consiguen escapar con vida de los campos de trabajo en los que los retienen, jamás llegan a recuperarse del todo del daño infligido. Hay muchos casos documentados, con nombres y apellidos, como el de Felicia Felix-Mentor, que reaparecida veintinueve años después de su supuesta muerte había perdido por completo la capacidad de hablar, rehuía cualquier contacto humano, y que durante los pocos años que le quedaron de vida jamás fue capaz de expresar ningún tipo de pensamiento coherente.
Éstos son los zombis haitianos, los zombis de carne y hueso, pesadillas surgidas de las más oscuras simas de la mente humana que, cuando caminan por Haití, ese mundo cerrado y aislado en el que la pobreza, la injusticia y el terror al lado más siniestro de las prácticas vuduistas campan a sus anchas, pueden ser incluso tocadas con las manos.
Originalmente publicado en "
Autor: Manuel Mije
Correo Electronico: perring255(arroba)hotmail.com
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