Marek Preisner
Vivía en el pintoresco pueblecito de Braniglice, cercano a la capital de Sildavia, en un caserón de dos plantas con balcones rebosantes de geranios. Su padre, Emil Preisner, había heredado el negocio y el apellido de un antepasado hamburgués que, establecido en la villa siglo y medio atrás, amasó una notable fortuna como mercader de vinos y embutidos de la comarca. El jamón ahumado de Braniglice y los caldos de su rica campiña habían llegado incluso a la corte Austrohúngara, siendo objeto de elogio por parte del mismísimo emperador. Las convulsiones de la Gran Guerra menguaron la prosperidad de los Preisner, convirtiéndolos en una familia burguesa venida a menos. A la decadencia, si bien patente en lo económico, atendiendo al menguante número de empleados del negocio familiar, parecía resistírsele el noble y refinado carácter de los Preisner, tan inclinados por entonces al arte y a la música como durante su más deslumbrante apogeo. Karol, el mayor de los hijos, era violonchelista en la filarmónica de Belgrado. Vassili, que ayudaba en el negocio familiar, colaboraba con la "Silvanskaya Gazeta" como redactor de actualidad económica, además de haber publicado dos novelas de ficción científica. Marek, el pequeño, era sin embargo una criatura enfermiza y frágil, que a sus siete años se limitaba a acompañar a su madre a donde quiera que ella fuese. Eso sí, casi siempre dentro de la casa, pues su delicada salud no le permitía salir más que esporádicamente. Bajo la atenta mirada de la señora Preisner y mientras ésta se entregaba a su afición -la pintura-, Marek conversaba de todo cuanto su joven pero despierto intelecto iba descubriendo del mundo. Lo que más le gustaba era modelar arcilla, afición recomendada por el buen doctor Kovacs, médico de cabecera de la familia. Sin embargo, si el nombre de Marek Preisner fue conservado para la posteridad sería sorprendentemente por su faceta de pintor, y no por su potencial -aunque nunca aprovechado- talento para la escultura.
Una tarde de Mayo de 1939, mientras la señora Preisner pintaba una acuarela en su estudio, el pequeño Marek se le acercó con su más reciente obra plástica.
-¡Qué bonito Marek! Dime, ¿qué es? ¿Un caballito?
-Es una vaca -corrigió.
-Oh, una vaca preciosa.
-¿Y tú qué estás pintando, mamá?
-Una playa. El mar.
-¿El mar? Yo nunca he estado en el mar.
-Cierto. Pero no te preocupes, algún día iremos para que puedas bañarte entre las olas y jugar con la arena. Seguro que te encanta.
-A ti te gusta mucho el mar, ¿verdad?
-Sí, hijo mío. El mar es tan hermoso... -suspiró melancólica-. Cuando lo pinto pienso en él, me imagino caminando por la playa, con el sol brillando en lo alto. Pintar es como traer de vuelta esos lugares y esos momentos, para que se queden contigo y nunca los olvides.
Cuando los días de verano comenzaban a hacerse más cortos, el ejército de Hitler se abalanzó sobre Polonia. Pronto le siguieron Dinamarca, Noruega, los Países Bajos y Bélgica. Francia se hundió en pocas semanas ante el asombro del mundo. La Alemania nazi, que ya extendía sus tentáculos sobre media Europa, se lanzó a la conquista de Sildavia. Con el mundo en jaque, pocos prestaron atención a la pequeña y tranquila nación que, como una pieza más de dominó, cayó en menos de una semana.
Vassili fue llamado a filas tres días antes de que la señora Preisner saliera apresuradamente hacia la oficina en la que su esposo se encontraba, advertida por radio del inminente ataque. Murió junto a él bajo las bombas que un escuadrón de Dorniers arrojó sobre la estación de ferrocarril y las naves industriales adyacentes, incluyendo el secadero de jamones ahumados de la familia. Marek se quedó solo, aterrado por el estruendo de los bombardeos, esperando a que su mamá volviera. Dos días después, cuando escuchó el siniestro rechinar de las cadenas de los panzers atravesando el pueblo, bajó al estudio y, a tientas, se hizo con un pincel, una paleta, y comenzó a pintar sobre los inmaculados lienzos que su madre había montado recientemente.
Pasaron aún unos días hasta que Herman Kunz, coronel de la Wehrmacht, encontrase a la criatura acurrucada en un rincón del estudio. Los nazis habían acuartelado tres compañías en Braniglice, y la Casa Preisner, la más lujosa del pueblo, se convirtió en residencia de oficiales. Quiso la fortuna que el coronel Kunz, refinado militar de academia y curiosamente inclinado a las artes, se convirtiera en su primer huésped. Sacó al extenuado Marek en brazos; el chiquillo había permanecido en el taller durante días, sin comida y sin nada más que beber que agua tintada de acuarela. Cuando la vecina señora Krotoschak -que tiempo atrás había servido a los Preisner- vio salir al coronel con el niño, se le acercó sollozando y rogándole en su idioma que no lastimara a la criatura.
-¿Es este niño suyo? -preguntó el oficial.
-Prashni, Marek Prashni. ¡On sin iz Prashna!
-Dice que es Mark, el hijo de los Preisner -tradujo un sargento que conocía la lengua sildava.
-¿Mark Preisner? Ése es un nombre alemán.
La señora Krotoschak, que como casi todos los habitantes del país entendía un poco la lengua germana, asintió nerviosa y se dirigió al sargento en sildavo.
-Dice que los Preisner son los dueños del caserío -explicó el sargento-. Tienen un negocio de embutidos en las afueras. Al parecer el abuelo era alemán, de Hamburgo.
-Fascinante. Sin duda extraordinario -exclamó el oficial SS.
-Obra de un niño de nueve años -dijo el coronel Kunz-. Mark Preisner, un oriundo alemán. Por lo visto toda la familia era muy.. artista. Los padres murieron en el bombardeo. Un hermano cayó en combate sirviendo al ejército sildavo, y el otro está desaparecido. Vivía en Belgrado antes de la guerra.
-Una lástima -apuntó indolente el hombre del uniforme negro-. ¿Ha podido interrogarle?
-Apenas habla desde que perdió a sus padres, y aunque chapurrea nuestro idioma se desenvuelve bastante mejor en sildavo.
-Ese crío es un mestizo -sentenció el SS.
-Vamos Karsten, déjate de pamplinas. El chico es un genio, un exponente perfecto del talento creativo germano. Es una prueba viviente de la superioridad racial de los arios... ya sabes, esas cosas que tanto os gustan a los del Partido.
-El nacionalsocialismo es muy claro a ese respecto. Hay unas leyes, hay vínculos de sangre...
-¡Venga ya Karsten! Se llama Preisner, es rubio y tiene los ojos azules. ¿Qué más quieres?
-Herman...
-¡Pero si es más ario que el Führer!
-¡Herman, te estás pasando!
-Llévalo a Berlín, muestra sus cuadros al público -Kunz se giró para rebuscar entre los lienzos apilados contra una pared-. Mira éste. Yo diría que es un ave, un águila dominando los cielos.
-El águila germana -susurró el SS mientras se frotaba el mentón-. El símbolo de la revolución nacionalsocialista, de la liberación de las cadenas del judaísmo y la decadencia occidental...
Marek se quedó con la señora Krotoschak en Braniglice -recientemente rebautizada como Brennglitz-. Durante semanas se mostró huraño y poco hablador, casi ausente. Las pocas veces que el coronel Kunz visitó su nuevo hogar apenas articuló palabra alguna, y aunque parecía entender al oficial -sinceramente interesado en el crío- no respondía a sus gestos de acercamiento. La somera revisión que un doctor de la Wehrmacht le dispensó, terminó por convencer a Kunz de que el muchacho debía permanecer en Brennglitz: -"Gran debilidad física, la mirada perdida... se encuentra en estado de shock"- concluyó el médico. Sus cuadros, sin embrago, viajaron a Berlín. Fueron expuestos en la Reichskunsthalle, en el marco de una exposición titulada "El genio incorruptible", en la que se exhibían obras de pintores de estirpe germana: obras de arte "puro" pese a ser creadas en el seno de naciones "inferiores". El catálogo de la exposición dedicaba estas líneas a uno de los cuadros de Marek: "La siguiente obra es producto del genio creativo de Mark Preisner, un jovencísimo artista de Brennglitz, Sildavia. La alegoría del ave que sobrevuela el horizonte es clara evocación de la misión liberadora que el nacionalsocialismo ha emprendido por el futuro de Europa. Una hermosa muestra de cómo el talento germano refulge sobre la inmunda decadencia de pueblos degenerados, como el sildavo".
Algún tiempo después los cuadros fueron llevados a la capital del ahora Protectorado de Sildavia, para ser expuestos en la pinacoteca local. Marek, que recuperó algo de salud gracias a las atenciones de la señora Krotoschak, dejó de recibir las visitas del coronel Kunz, devorado literalmente por el invierno ruso. Cuando las tropas del ejército rojo empujaron a los nazis más allá de sus fronteras, los soldados de Hitler abandonaron Sildavia. Los sildavos tomaron entonces los pueblos y ciudades de su país, destruyendo los símbolos del invasor en un arrebato nacionalista nunca antes vivido en aquella tierra.
Una fría mañana Alexei Nowotny, líder de los partisanos sildavos, llegó con sus hombres a la semiderruida pinacoteca. Su primer impulso fue el de quemar las obras que durante años habían sido exhibidas como muestras de la superioridad de sus opresores. De la voraz pira, sin embargo, Nowotny salvó media docena de cuadros: crípticos retazos de óleo en pinceladas aparentemente sin ton ni son, pero cuyo resultado era de una asombrosa belleza y un poder evocador sorprendente.
-¿De quién son estas pinturas? -preguntó el comandante Nowotny al conservador de la galería.
-De Marek Preisner, señor. Un joven de Braniglice.
-¿Preisner? ¿Es sildavo?
-Sí, señor. Es el huérfano de un comerciante de jamones. Hubo un coronel... Kunz se llamaba, que permitió traer los cuadros. Le gustaron y... bueno, fue una suerte poder exhibir obras de un artista local. Ya sabe que los nazis siempre despreciaron a nuestros intelectuales.
-Cierto. ¡Esos perros fascistas! -Nowotny se paseó por la sala con las manos a la espalda, contemplando los cuadros con manifiesta admiración- Observe qué belleza, Mareszky. La belleza de Sildavia ¿Se da cuenta? Hasta los más viles opresores de nuestra nación se plegaron ante la portentosa sensibilidad del arte sildavo. Fíjese en esta pintura -dijo el comandante señalando al "ave" de Marek-. ¿No ve usted un pájaro? Un ave remontando el vuelo, como las ansias de libertad de Sildavia. Este cuadro es un símbolo del talento de nuestra nación, brillante aun en los peores momentos. En estos tiempos azarosos nuestro pueblo necesita más que nunca de símbolos que refuercen su identidad. Señor Mareszky, quiero una ubicación especial y distinguida para estas obras en la nueva Galería Nacional de Sildavia.
Al llegar a Braniglice los hombres del comandante Nowotny, la Señora Krotoschak, temerosa de ser denunciada ella o el joven Marek de colaboracionismo, ocultó al muchacho y se desentendió huraña de las preguntas de los partisanos. Nowotny se sintió decepcionado al saber del infructuoso intento de encontrar al genial pintor. Se propuso ocuparse personalmente del asunto, si bien ahora, como miembro del nuevo gobierno, no dispondría de mucho tiempo. Sí tuvo ocasión, no obstante, de ordenar la impresión de una hermosa serie de sellos de la efímera República de Sildavia en los que aparecía el alegórico "ave" de Marek. Mas ahí quedó todo: antes de que pudiera dedicar ni un minuto al "caso Preisner", los soviéticos se presentaron en la capital del país.
Fue el avance del Ejército Rojo el que puso en desbandada a la Wehrmacht, de modo que, sin un ápice de duda, los rusos dieron por legítima su toma de posesión del territorio. Como venía siendo costumbre, los soviéticos pusieron en práctica en Sildavia su peculiar visión del concepto "libertad". El mariscal Javrovnin, comandante en jefe del XXXIV Ejército del Volga, fue el encargado de instaurar un gobierno militar transitorio, mientras los comisarios de Stalin purgaban oportunamente Sildavia de conspiradores, colaboracionistas, pequeño-burgueses, reaccionarios, nacionalistas, espías, religiosos, incómodos liberales, intelectuales disidentes y un largo etcétera El propio Nowotny acabó sus días en una turbera cercana a Kirensk, en la Siberia Central.
Entre tanto en Branigrado -la tranquila Braniglice, integrada ahora en la República Socialista Soviética de Sildavia-, Marek se había convertido, aun con su delicado estado de salud, en un hermoso y amable joven, verdadera alegría de la señora Krotoschak que halló en él el amor y el cariño con que llenar la ausencia de sus propios vástagos, fallecidos durante la contienda. La dulce Masha, su única hija, pronto encontró también en el muchacho su razón de vivir. Se casaron en la misma Branigrado, en el verano de 1951.
Marek no volvió a pintar, ni durante la guerra ni en los años posteriores. La señora Krotoschak, profundamente sorprendida por el incomprensible interés de nazis y patriotas por sus cuadros, ocultó en la medida de lo posible aquel extraño talento, quizás por las trágicas circunstancias en que afloró, quizás por la naturaleza perversa que -según comprendí muchos años después- otorgaba a tal habilidad. Tampoco Marek volvió a dedicar interés alguno a la pintura, defraudado -como también supe después- por el resultado de su arrebato artístico en los dramáticos días en que empuñó el pincel. La cautela innata de una humilde familia de aldeanos hizo el resto para que Marek no fuese nunca reconocido públicamente por autoridad alguna, cualquiera que fuese su signo. No al menos en lo que a su persona respecta, puesto que en lo relativo a su limitada pero fascinante obra, la historia no quedó en lo que hasta ahora se ha narrado.
Una mañana de 1963, el insigne pintor soviético Anton Petrovich Lychnikov arribó a la capital de Sildavia, haciendo escala en su viaje hasta Odessa, donde se celebraría la "Feria Nacional de Arte Proletario". De profundas convicciones marxistas y fervoroso militante del PCUS -no en vano era miembro de honor de la Academia Soviética de las Artes Pictóricas-, Lychnikov mostraba sin embargo una inconfesa inclinación por el lujo y la pompa, así como cierto indisimulado carácter aristocrático que, si era tolerado, se debía únicamente a su condición de excéntrico artista. Contrariado por la obligatoria parada en aquella insignificante ciudad, pensó a regañadientes en "desperdiciar" la sobremesa visitando la pinacoteca local. Sus expectativas no se vieron defraudadas: una tras otra, las insulsas obras expuestas le confirmaron el inmisericorde estado de mediocridad y estancamiento del neorrealismo soviético imperante.
-Y bien, camarada Lychnikov... ¿ha disfrutado de la visita? -preguntó nervioso un envejecido Mareszky, perpetuo conservador de la galería.
-¡Basura! Pura, auténtica y genuina basura. Una colección atroz, me ha revuelto las tripas. ¿Sería tan amable de indicarme dónde están los lavabos? Creo que voy a vomitar.
-Pero maestro...
-Bazofia Mareszky, créame. No he visto nada semejante desde la exposición infantil de Bashkiria en el cincuenta y cuatro. ¿Tiene idea de cuál es el grado de sensibilidad pictórica de un cabrero tártaro? ¡Por los padres de la Revolución que esto es peor! Y ahora, por favor, ¿el lavabo?
-Yo... lo siento, camarada, no pensé...
-No, no se disculpe -dijo Lychnikov, quitándole importancia con un ademán-, tal vez haya sido ese repugnante jamón ahumado que me sirvieron en el almuerzo.
La repentina referencia al jamón trajo algo a la memoria de Mareszky. A duras penas, entre disculpas y lisonjas, consiguió convencer al camarada Lychnikov de que no se fuera sin antes ver los cuadros de cierto artista perdido en el maelmstrom de la historia reciente de Sildavia, cuadros conservados en una oscura bodega, hogar de obras prohibidas. Palanca y candil en mano, Mareszky guió por la cámara al maestro de las artes soviéticas hasta una calle de estanterías en las que se apilaban centenares de cajones de madera. Tras consultar unas cuantas etiquetas amarillentas encontró lo que buscaba. Expectante, abrió una de las cajas, sacó cuidadosamente el lienzo y lo mostró a Lychnikov, que sostenía la linterna. Su rostro se contorsionó en una mueca de indescriptible admiración cercana al éxtasis místico.
-Sublime -pudo únicamente decir entre las lágrimas.
Los cuadros de Marek Preisner no sólo fueron llevados a Odessa. Al año siguiente se celebró en Moscú una grandiosa exhibición bautizada como "Exposición Internacional de Arte Revolucionario" en la que se presentaron obras de sesenta países de la órbita comunista. Lychnikov se apuntó un tanto como descubridor de la obra de Preisner, "un exponente magistral de la expresión pictórica del comunismo, muestra patente de la superioridad -no sólo ya material sino también moral y humana- de la sociedad soviética sobre el decadente capitalismo imperialista occidental", según rezaba la crónica del evento publicada en Pravda.
Tal era la popularidad de Lychnikov dentro y fuera de la URSS que en 1969 recibió la invitación del Círculo Romano de Bellas Artes para dirigir en la capital italiana una exposición retrospectiva del arte ruso de las últimas décadas. La muestra, sin embargo, nunca llegó a realizarse: Lychnikov huyó a Norteamérica con un pasaporte finlandés falso y media docena de cuadros de Marek Preisner, provocando un escándalo que aún hoy algunos recordarán.
En 1971 se organizó en el MOMA de Nueva York una exposición titulada "La pintura tras el telón de acero" en la que se exhibieron, entre otras, las obras de Preisner. Las autoridades estadounidenses, tan eficientes en el sutil arte del show, bordaron una excelente puesta en escena: un par de senadores, miembros destacados de la disidencia anticomunista internacional, celebridades como Jackie Kennedy, y ricos hombres de negocios entregados a un mecenazgo con evidentes intenciones autopromocionales. Los periodistas por su parte, se cuidaron bien de dar la lectura adecuada al acontecimiento. Jimmy Harrison, el popular informador televisivo, retransmitía para la NBC el acto de inauguración en compañía del senador William McMurphy.
-"El espíritu de libertad que palpita bajo la maquinaria opresora del comunismo se materializa de forma sobresaliente en esta exposición, ¿no es así, senador McMurphy?".
-"Así es Jimmy. En momentos como éste se hace patente hasta qué punto nuestro país se ha convertido en antorcha de la Libertad, en el faro que guía a los esclavos del comunismo, esos grandes artistas como el señor... como ese señor ruso, Preisler, o Preisner, ¿no? Como Preisner y... y tantos otros. Es un día grande para la libertad, Jimmy, un gran día para nuestra nación. ¡Dios bendiga a América!"
-"Gracias, senador McMurphy. Ya han oído, queridos telespectadores: hoy es un gran día para América. No se vayan, volveremos tras una breve pausa publicitaria..."
La última exposición en la que participaron las obras de Marek tuvo lugar en el otoño de 1998 en el Saint Joseph´s Hall de Londres. Fue la última porque en el verano siguiente la mansión de Santa Mónica de Roger Horowitz –célebre productor de cine que había pagado recientemente tres millones de dólares por los cuadros- fue pasto de las llamas de un desmandado incendio forestal que redujo a cenizas setenta mil hectáreas de bosque californiano. No fue hasta esta ocasión cuando, por fin, un honesto crítico de arte sentenció desde la página web de la English Modern Arts Society: "La obra de Marek Preisner es un claro exponente del sincretismo ecléctico-conceptualista multiinspirativo de la plástica contemporánea. En otras palabras: nadie sabe muy bien qué pretendía retratar el señor Preisner, pero lo cierto es que es bonito."
¿Qué pretendía retratar Marek Preisner? Ésa fue la pregunta que me llevó a investigar y descubrir la sorprendente odisea de los cuadros de aquel desvalido huérfano de Sildavia. Cuando, después de mil pesquisas, logré tirar del hilo hasta llegar a la pequeña Braniglice -de nuevo en la República de Sildavia, refundada en 1991 a la caída del comunismo-, sentí un hondo pesar al averiguar que Preisner había fallecido hacía sólo unos meses, a la edad de setenta y seis años. Pude no obstante conocer al menor de sus hijos -Stepan- y a Masha -la hija de la señora Krotoschak, que se convirtió en esposa de Marek-, una entrañable anciana cuya belleza era aún reconocible en la profunda dulzura de sus ojos. La orientación de sus arrugas me dijo que había vivido feliz en compañía de Marek Preisner, a pesar de la triste y azarosa existencia de su pequeño país. Pronto, incluso antes de que Masha terminara de contarme su historia, entendí que lo que el solitario y asustado niño Marek había intentado retratar en los lienzos era el recuerdo de su madre, de su padre y de sus hermanos; su casa, los días felices de verano, sus sesiones de modelaje en compañía de mamá... aquella mujer que le contó que "pintar es como traer de vuelta esos lugares y esos momentos, para que se queden contigo y nunca los olvides". Pero Marek nunca volvió a pintar, y esto me intrigaba aún más que el propósito inspirador de sus cuadros.
-No pudo traer de vuelta a su mamá. Debió sentirse muy defraudado -me confió Masha-. Naturalmente, al hacerse mayor jamás se interesó por la pintura. Mi madre -la señora Krotoschak de la historia- ni se lo planteó. Era una mujer sencilla y devota. Cuando aquel alemán dijo que se llevaría los lienzos a Berlín, se extrañó muchísimo. Al llegar los partisanos preguntando por "el gran artista Marek Preisner", su incredulidad llegó al límite: encontraba morbosamente perverso aquel interés por las pinturas de Marek.
-¿Pero cómo es posible? -pregunté-. Kunz, Mareszky, Nowotny, Lychnikov... incluso aquel senador americano. Y los críticos de Londres. A todos les encantaron sus cuadros.
-Así es -me respondió sonriente Masha-. Pero es que Marek Preisner era ciego.
FIN
Relato ganador del Premio Ciudad de Dos Hermanas 2006
Autor: Ernesto Fernández
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