—María, ¡en el portal de Belén han entrado los ladrones y me han robado los calzones! —dijo José enseñando sus piernas desnudas.
—¡Por Díos José, tápate! —gritó María—. ¿No ves qué tres nobles de Oriente, reyes y además Magos, nos visitan? Anda —dijo señalando al fondo del portal—, tápate con mis cortinas donde mis peines de plata fina.
José, colorado, entró en la habitación que le había señalado María. Al rato salió con una cortina reliada en sus piernas.
—Siento lo de antes —se disculpó José haciendo una leve inclinación—, pero le tenía cariño a esos calzones porque yo los remendaba, yo los remendé, yo le eché un remiendo y yo se lo quité.
Los Tres de Oriente se miraron.
—Como le decíamos a su esposa, venimos de Oriente a adorar al niño Dios que ha nacido en Belén. Le traemos presentes. Oro, Mirra e Incienso.
—Es un honor que esta humilde familia no merece —dijo José.
— ¿Que no lo merece? ¡Pues claro que sí, hombre! ¡Eso y más! —replicó con euforia Gaspar—. Como prueba de ello, mis compañeros Melchor y Baltasar, y yo, Gaspar, nos comprometemos a encontrar tus calzones remendados.
¡Vamos compañeros!
***
—Gaspar, qué impulsivo eres —habló resignado Melchor—. ¿Y ahora dónde vamos a buscar los calzones?
—No te preocupes —contestó decidido—. Vamos al castillo y pidamos ayuda a Herodes.
—¡Qué gracioso eres! —dijo con ironía Baltasar—. ¿Acaso sabes dónde está?
—Desde luego sí que pareces hombre —replicó Gaspar—, ¿tanto te costaría preguntar?
Gaspar, se dirigió hacia un pastor que descansaba a la vera de un romero florecido.
—Amigo, ¿cómo puedo ir al castillo de Herodes? —preguntó.
—Siga el camino de luces amarillas… —contestó el pastor.
—Gracias.
***
Los tres montaron en sus camellos, de cuyas riendas tiraban los pajes. Tomando un camino de arena y serrín, iluminado por pequeñas luces que de vez en cuando parpadeaban, llegaron ante las puertas del castillo donde Herodes tomaba el fresco.
—Señor —saludó Gaspar—, somos tres nobles de Oriente en misión especial. Necesitamos toda la ayuda que nos pueda prestar.
—Díganme —replicó Herodes—, y veremos lo que podemos hacer.
—Pues tenemos que capturar a un ladrón que nos ha robado un preciado calzón —dijo Gaspar.
Herodes un poco perplejo, como pudo salió al paso.
—Lo siento, pero ahora no puede ser. Tengo todos los soldados a la búsqueda de una burra cargada de chocolate.
Gaspar, desilusionado, se dio media vuelta y se montó en su camello.
—Vayamos a la posada, a ver si allí saben algo.
***
La posada del pueblo estaba repleta de gente y el ambiente era cargado. Nada más entraron los tres, los parroquianos enmudecieron.
—Necesitamos ayuda —suplicó Gaspar—. Alguien se ha llevado sin permiso un calzón y necesitamos recuperarlo.
Los clientes le miraron. Se escuchó alguna risa por lo bajo y algún que otro comentario que mejor no recordar. Pero en un rincón un borracho habló.
—Buscad… hip… al “cagonet” —dijo—. Me parece… hip… que esta vez… hip… ¡no le dio tiempo a llegar a la letrina!
—Gracias buen hombre. —Y salieron de la posada.
Se dirigieron hasta donde estaban las letrinas. Esta vez no les hizo falta preguntar, ya que por el olor se encontraban fácilmente. Un mozo estaba limpiándolas a la par que resoplaba.
—Buen hombre —le interrumpió Gaspar—, estamos buscando al “Cagonet”, ¿no lo habrá visto usted?
—¡Pues no lo he visto, pero sí que lo huelo! Será… —respondió bastante enfadado—. Buscadlo en el río, suele ir allí cuando no le da tiempo ni a bajarse los calzones.
—Gracias por su ayuda —dijo Gaspar—. ¡Baltasar! dale un poquito de incienso para hacerle su trabajo más llevadero.
***
Los tres Reyes Magos se fueron camino del río siguiendo el rastro de olor. En la orilla, cinco lavanderas gritaban.
—Queridas mujeres, ¿por qué gritan? —preguntó Gaspar.
— ¿Pues no lo ve usted? —respondió preguntando—. El “cagonet” vino al río a lavarse los calzones, pero como los peces se han bebido toda el agua se los quitó y los tiró en el balde encima de nuestras ropas —dijo señalando un barreño—. Como lo cojamos… Parece que se fue hacia el monte en busca de los pastores.
Gaspar, azorado por la situación, se dio media vuelta. Y los tres se fueron caminito del monte.
***
Los tres Reyes de Oriente sentían que estaban cerca del ladrón —la verdad era que no le quedaban muchos más sitios en los que buscar— y pensaban que seguramente los pastores sabrían dónde estaría.
El camino resultó más escarpado de lo esperado, pero ayudándose de unas lianas verdes que unían unas extrañas luces rojas parpadeantes lograron superar el escalón que había entre la caja de zapatos y el tambor de detergente.
Cuando llegaron, el revuelo entre los pastores era evidente. Todos gritaban increpando a un pequeño hombre encogido a la luz de las llamas.
—¿Qué pasa aquí? —gritó Gaspar—. ¿Qué ha hecho ese hombre para asustarlo así?
—¡¿Que qué ha hecho?! —dijo un pastor ¿con alas?—. Pues que en un descuido ha robado el puchero donde estos pastores estaban calentando agua. Y como si tal cosa fuera poco, ha cogido el algodón del árbol donde me he aparecido a esta buena gente, lo ha empapado en el puchero y lo ha usado de esponja. ¡Vamos, ni usando lejía Paloma lo vuelvo a ver blanco!
—¡Entonces este hombre debe de ser el “cagonet”! —se alegró Gaspar—. Llevamos toda la noche buscándolo ¿por casualidad no le habréis encontrado un calzón? Es del bueno de San José al que se lo ha quitado.
El ángel —pues eso era el pastor con alas— contestó:
—Sí, en el zurrón llevaba éste todo remendado —dijo mientras se lo tendía—. ¿Pero no está un poco viejo?
—Yo pienso que así es, pero San José lo tiene en mucha estima —contestó Gaspar encogiéndose de hombros—. Gracias por encontrarlo. Ahora mismo vamos a devolvérselo.
El ángel se volvió hacia los pastores.
—Seguid a estos buenos hombres que van hacía el portal donde ha nacido el niño Dios.
Todos los presentes, salvo el ángel que desapareció, se dirigieron en fila hacía el portal.
***
La noticia de que el niño Dios había nacido en un portal, se había corrido ya por todo el pueblo. Cuando los tres Reyes Magos llegaron acompañado por los pastores y el “cagonet” sin calzones, se encontraron a las lavanderas, panaderos y campesinos llevando presentes, y a lo lejos vieron a las muñecas de famosas dirigiéndose al portal.
—San José —habló Gaspar—. Como le prometimos, le traemos sus calzones. Fue el “cagonet” quien los cogió por causa de una necesidad.
—Gracias nobles de Oriente. Nunca pensé que me los volvería a poner —dijo San José sonriente y el niño, desde la cuna, dio un gritito de alegría.
Entre tanta felicidad, un rugido de tripas se escuchó.
—¡Oh no, otro retortijón! —gritó el cagonet.
La mula relinchó, el buey bufó. Los pastores corrieron. Las lavanderas gritaron. Los niños lloraron. Pero la virgen María, serena y tranquila, primero en mirra y luego en incienso, un pañal empapó.
—Anda corre detrás del romero y ponte esto —dijo tendiéndole a la par el pañal—. A partir de hoy ya no sólo abonarás las flores, sino que olerás a esencias orientales.
El “cagonet” con lágrimas en los ojos no fue capaz ni de dar las gracias. Y entre panderetas y zambombas la noche se volvió de paz y amor.
Autor: Francisco Jesus Franco Díaz (francoix)