Solo
escuchar el clic de la llave al entrar y girar en la cerradura y su madre
asomaba la cabeza por la cocina. Estaba un poco nerviosa ya que hacía dos horas
había recibido su mensaje diciendo que llegaría tarde y empezaba a
impacientarse. Había metido la comida en el microondas y lo programó dos
minutos, así en cuanto llegara solo tenía que cerrar la puerta y comería
caliente en un santiamén. Su padre, con un libro entre las manos, también se
acercó al pasillo para recibirlo. Se había quitado las gafas y las guardó en el
bolsillo de la camisa. Alguien alguna vez en algún sitio le dijo que sin gafas
parecía más duro. Seguramente le habrían tomado el pelo pero él lo creía así. Y
allí estaban los dos observando a su hijo recién llegado sin decir palabra. A
Manolo esos silencios lo mataban. Daría lo que fuera por llegar antes que sus
padres a casa y no tener que aguantar aquel teatro para demostrar su
preocupación por él, y más hoy que tenía su cabeza llena de fórmulas y
ecuaciones. Con un simple todo bien trató de escabullirse del interrogatorio.
Fue imposible.
—Pero
se un poco más explícito, por favor —dijo el padre.
—Lo
único que os puedo decir es que me ha ido todo bien.
—Cariño.
—Su madre levantó el labio superior enseñando un colmillo a modo de sonrisa—. Solo
queremos saber cómo te va ¿Es malo qué unos padres se interesen por sus hijos?
Esa
sonrisa, la temía más que a nada en este mundo. Salía única y exclusivamente
cuando su madre quería conseguir una respuesta positiva a su pregunta. Una vez
se le ocurrió llevar la contraria y no decir lo que ella quería escuchar. Los
vellos se le erizaron al recordar aquel suceso de lo paranormal. Solo le faltó
levitar y hablar en hebreo. Su madre enfadada era peor que un tifón.
—Mamá
—comenzó titubeante—. No te falta razón, pero es que vengo muy cansado después
de tantas horas en el instituto y solo necesito descanso.
—¡Ay
mi niño! Corre siéntate en la mesa que enseguida te sirvo la comida.
—Un
momento —interrumpió el padre—. Por muy cansado que estés tienes que responder
a una pregunta. Tu madre me ha dicho que te has quedado en clase de refuerzo
dos horas ¿Para qué asignatura necesitas clases de refuerzo?
Manolo
agachó la cabeza tratando de ganar algo de tiempo e inventarse una excusa que
sonara medianamente real. Sabiendo que sus padres eran bastante conocidos en el
pueblo resultaba imposible nombrar a un profesor sin que ellos supieran más
tarde la verdad. Había que afrontar la realidad. Tenía que ser sincero.
—No
era para mí. Fue para Rubén. Necesitaba ayuda en el proyecto que le estoy
ayudando y me pidió que me quedara con él. Ya sabes cuatro ojos ven más que
dos.
Fue
sincero a medias pero bastó. Su padre lo miró duramente mientras hablaba pero
al terminar comprendió que era por una buena razón, ayudar a su compañero. Miró
a su mujer y asintió, ella se fue corriendo a cerrar el microondas y él
apoyando una mano en el hombro de su hijo le indicó el camino al salón y se fue
a poner la mesa.
Eran
las seis y cuarto y acababa de terminar los deberes, los había hecho a
velocidad de vértigo, algunas preguntas las había respondido de forma impulsiva
y aun sabiendo que estaban mal no se molestó en repasarlas. Todo por ganar el
máximo tiempo posible para así bajar al sótano antes de que llegara Rubén. De
hecho también había comido bastante rápido. Objetivo conseguido.
Al
salir del cuarto dirección al sótano escuchó el timbre de la puerta. Rubén
llegaba antes de tiempo. Su madre le abrió.
—Buenas
tardes Rubén. Pasa ¿Quieres tomar algo?
—Buenas
tardes, muchas gracias señora pero he almorzado hace poco y no me apetece tomar
nada. Es usted un encanto, Manolo no sabe bien la suerte que tiene al tenerla
como madre.
—Anda,
sígueme pelota —dijo Manolo con indiferencia.
—No es
peloteo, es una observación.
Manolo
cerró la puerta del sótano, encendió las luces y bajando las escaleras le
recriminó a Rubén que siguiera tirándole los tejos a su madre. Éste optó por
callar, no quería empezar una discusión que les llevara a nada. Manolo se
acercó a un escritorio y abrió un cajón cerrado con llave. Allí estaba la
piedra de la fábrica. Manolo se acercó al conjunto de sábanas y fue destapando
todas las mesas.
—Manos
a la obra. Imagino que tenemos mucho trabajo por delante después de todas las
fórmulas que don Aurelio te corrigió.
—La
verdad es que no. —Manolo hizo una pausa dramática al ver la cara de su
compañero—. Imaginas mal. Las fórmulas las llevé mal aposta. Solo necesitaba
tiempo para ver si tu profesor sabía lo que hacía y ver en que estaba fallando.
Y lo vi.
Se
dirigió al fondo del cuarto y sacó tres generadores más. Con ayuda de Rubén los
enchufó a la maquinaria central. Según Manolo lo que fallaba era que había
utilizado la piedra como fuente de energía y era más un catalizador.
—Podría
ser nuestro dispositivo que haga de baliza.
Colocó
la piedra en el centro de la maquinaria y se apartó. Al encenderla se iluminó y
agarrando fuertemente la rueda la giró al máximo entrecerrando los ojos. La luz
no se había ido y una especie de portal se había abierto al lado de la
escalera. Se miraron sorprendidos.
—Ha
funcionado —dijo Rubén.
—¿Acaso
dudabas de mí?
—No, peor ¿ahora qué?
—Pues
habrá que cruzar ¿no?
—Venga,
aquí te espero.
—Creo que no. —Manolo
lo miró y lo empujó hacia el portal—. Vamos los dos.
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