El
trastero era de nuevo un dormitorio pero en esta ocasión estaba decorado de
manera ostentosa. Dos paredes contiguas estaban pintadas de color rosa y las
otras dos de color rojo. Manolo recordó cuando de pequeño escribía cartas de
amor en San Valentín a sus compañeras de clase y lo que todas las niñas le
decían: “rosa con rojo no pega, es de hortera”. Dos mesitas de noche con una
lámpara en forma de flamenco y una bombilla naranja en cada una custodiaban una
cama redonda con una colcha de corazones rojos y blancos. La lámpara de
cristales del techo y el armario rosa hacían el conjunto más esperpéntico, si
se podía.
—Manolo
no tengo muy claro donde estamos ¿y tú?
—No lo
sé pero desde luego la casa de éste no es —respondió señalando a Rubén 2.0 sin
siquiera mirarlo.
La puerta
del sótano se abrió y Rubén de un salto se volvió a esconder tras la cama.
Manolo lo observó y con un gesto de la mano le indicó que saliera de su
escondite, no merecía la pena esconderse otra vez, debían afrontar juntos lo
que ese nuevo mundo les deparaba. Y bajando la escalera se veía a Manolo con un
chal de plumas morado, una camiseta rosa, unos leggins rojos y unas manoletinas
rosas.
—Lo
que me faltaba —dijo Manolo.
—¿Quién
anda ahí? Tengo el número de la policía marcado en el móvil, solo tengo que
llamar y un coche patrulla estará aquí en —se interrumpió al verse abajo con
dos Rubén al lado—. ¿Pero esto qué es, una broma?
—Yo
paso de explicarle a ése nada —dijo Rubén 2.0 mientras su igual se reía a
carcajadas.
—No
esperaba menos. Volvámonos y cerremos el portal.
Manolo
se giró en dirección a su trastero pero una idea le hizo pararse en seco. Echó
una ojeada a su doble y después otra a Rubén 2.0, podría salir bien.
—Rubén
ve delante. —Le guiñó un ojo—. Yo tengo que hablar una cosa con ellos.
—Escúchame
Rubén 2.0 necesito que busques una piedra azul en esa mesita de noche de ahí.
—Señaló en dirección al lado izquierdo de la cama—. Yo iré en busca de la otra
que tengo en la máquina, creo que así podremos ir a tu mundo.
—¿Seguro?
—Soy
un físico muy famoso en mi mundo —mintió—. ¿Si no cómo crees que habría
construido esa máquina? Confía en mí.
—De
acuerdo.
Se
giró en dirección a la mesita de noche indicada por Manolo. Los dos ignoraron
la cara de estupefacción del otro Manolo que con el teléfono móvil en la mano
no daba crédito a lo que veía.
—¿Y yo
qué hago?
—Tú te
quedas ahí tranquilo y cierras los ojos. Es un mal sueño.
Manolo
cruzó el portal y salió corriendo en dirección a la rueda de potencia, la puso
al mínimo pero en esta ocasión no se atrevió a coger la piedra. Rubén lo
observaba y no daba crédito.
—¿Los
vas a dejar encerrados?
—Sí y
reza para que se cierre rápido.
—Pero
quita la piedra.
—No,
creo que la piedra es la clave para abrir un portal y no otro. No la muevas.
El
portal seguía allí. No encogía ni desaparecía. De repente apareció una figura.
Era Rubén 2.0 y su cara lo decía todo, se había dado cuenta de lo que tramaba
Manolo.
—Me
ibas a dejar allí con el mono de feria ése, ¡serás!
Manolo
lo agarró por los brazos y forcejeó un poco. Con una mirada le pidió ayuda a
Rubén. Entre los dos lo cogieron en volandas y lo lanzaron al portal pero
chocaron de frente con el otro Manolo que intentaba entrar. Salieron
trastabillados hacia la máquina y cayeron sobre ella. El otro Manolo salió
corriendo en su dirección y el portal se cerró tras él.
—¿Estáis
bien?
—¡La
máquina! —gritó Manolo—. Ayudadme por Dios, tenemos que arreglarla.
Observándola
silenciosamente no encontró nada raro ni fuera de lugar, solo que la piedra
había caído al suelo. Volvió a insertarla con mucho cuidado. El poco tiempo que
había tenido para asimilar todo lo vivido también le había servido para
observar que dependiendo de la postura en la que colocara la piedra iba a un
universo distinto. Solo había un problema, que no sabía si estaba colocándola igual
que antes o no.
—¿Capullito?
—El otro Manolo miraba a Rubén—. Soy yo, tu pimpollo.
—Perdona
pero no te conozco y desde luego no soy tu capullito.
—Ya me
lo dijo el rubio. Venís de este mundo. Pensé que a lo mejor era una broma tuya
mi amor.
—Ufff.
—Tardó unos segundos en echar el aire que tenía en los pulmones—. Joder, que
miedo da tu universo. Manolo, tú y yo pareja ¿Te imaginas?
Manolo
miraba pensativo la piedra incrustada en la máquina. Por más que entornaba los
ojos no conseguía ver si estaba igual que antes. Su intuición le decía que no.
—El
otro día al salir de clase me dijiste pimpollo y nunca antes me lo habías
dicho.
—¿Yo?
—dijo extrañado—. Nunca te he llamado así.
—¿Tendrá
algo qué ver?
—Te
estoy diciendo que nunca te he llamado pimpollo, hostia.
—Lo
que tú digas. Pero te gusta mi madre y hay un universo en el que se muere mi
padre y te vas con ella. Y me llamaste pimpollo y ahora éste me lo llama
también. Es muy raro.
Un nuevo
portal se abrió justo delante de la escalera.
—Este
portal es distinto —añadió.
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