-Nos acabamos de meter en un
problema.
-No, matiza, estamos en tu
casa, con tu máquina que apaga luces y con tus padres dando voces como si
estuviésemos en temporada de berrea. Creo que el problema tiene nombre y
apellido.
Manolo bufó y con la luz del
teléfono móvil buscaba una referencia para llegar a los fusibles. Arriba se
escuchaba a la madre gritando y dando golpes en la puerta para saber si se
encontraban bien. El padre se limitaba a maldecir. Había estropeado su mejor
momento del día, la lectura en el salón, y avanzaba a tientas por él chocándose
con todas las sillas. Cada golpe era una maldición nueva y de eso entendía
mucho. De pequeño su madre instauró un impuesto de dos euros por cada palabra
malsonante que se dijera en la casa. Gracias a eso su padre les pagó el viaje a
Euro Disney que hicieron cuando tenía ocho años. Y ahora mismo tenía casi
pagada la carrera por si fallaban las becas. Su madre era muy previsora. Seguro
que había encendido una vela o algo por el estilo. Llegó a los fusibles y los
empujó todos para arriba. La luz volvió unos instantes pero se olvidaron de
apagar la máquina y volvió a apagarse.
-Rubén por favor apaga eso.
-¿Cómo quieres que lo haga si
no veo?
-Enciende la luz de tu móvil,
pero hazlo rápido que ya están aquí –alargó la última palabra recordando la
mítica frase de poltergeist. Lo hizo en clara alusión a sus padres que
aporreaban la puerta para intentar entrar. Rubén alumbrando con su móvil llegó
al enchufe del generador y lo quitó.
-Ya.
La luz volvió y Manolo se
apresuró a subir las escaleras para abrir a sus padres. Solo fue girar el pomo
y ya estaba su madre sobre él. Tuvo que agarrarse a la barandilla para no caer
escaleras abajo con ella. Su padre detrás suspiró al verlo y se mordió la
lengua para no tener que pagar más dinero. Al llegar abajo y ver la máquina le preguntó
pero estaba todo pensado. Al menos por él.
-Es un proyecto de ciencias de
Rubén en el que le estoy ayudando. –Rubén con los ojos como platos asintió sin
decir palabra–. Es un condensador de materia orgánica que sirve como mini planta
de reciclaje. Se le ocurrió pero no sabía cómo llevarlo a cabo y le dije que lo
ayudaría. Y ya sabéis como es el trastero de su casa. Su madre no entra allí
para ordenarlo desde hace años, así que me ofrecí para que lo pudiera hacer
aquí. Espero que no os importe.
-Creo que el hecho de que nos
importe o no ya no tiene mucho sentido ¿no?
La madre le dio un codazo al padre
recriminando la forma de responder.
-Cariño, el gesto de dejar que
un amigo tuyo pueda realizar su trabajo en nuestro trastero te honra, pero
–hizo una pausa teatral remarcando el pero-, la próxima vez pregunta ya que creo
que nunca te hemos negado nada ¿vale?
-De acuerdo mamá. Perdona.
-No hay nada que perdonar –y
agarrando el brazo del padre lo condujo para arriba no sin antes recriminarle
en voz alta–. Por cierto alguien tiene que echar en cierta hucha diez euros.
-Cariño ha sido un momento de
tensión.
-Que te va a costar diez
euros.
Ambos, cuando los padres se
marcharon cerrando la puerta, respiraron. Manolo recogió la sábana y la dobló
dejándola a un lado, después de todo lo que acababa de pasar ya no hacía falta
ocultar nada.
-Una máquina del tiempo
–murmuró Rubén–, estás loco.
-Debería haber funcionado, en
serio.
-Mira, probablemente me esté
equivocando con lo que voy a hacer pero suponiendo que te creo, sólo
suponiendo, digamos que hay una posibilidad de que alguien nos ayude.
-¿Quién, dime?
-Tranquilo, que te va a dar un
infarto. Es un profesor un poco flipado. Nos habla constantemente de los
universos de líneas temporales cerradas, de los agujeros negros, de la
velocidad de la luz, de Einstein, de Stephen Hawking y de otras cosas raras que
no entiendo. Pero seguro que a ti sí que te gustaría.
-Me encantaría ¿Cuándo
podríamos verlo?
-Pues mañana lo tengo a última
hora. Si quieres lo entretengo al acabar la clase y hablas con él.
-¡Claro! En cuanto acabe la
clase salgo corriendo. Gracias Rubén, gracias.
-Que sí pesado. Tú tranquilo
que mañana tenemos ayuda profesional. Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Rubén subió los escalones de
dos en dos pensando en si no habría cometido un error al decirle lo de su
profesor. Manolo se quedó mirando fijamente durante largo rato su proyecto de
máquina del tiempo. Posiblemente con la ayuda adecuada conseguiría hacerlo realidad.
2 comentarios:
Pues a ver qué hacen con esa máquina del tiempo ¿no?
Por cierto, es jodido repasarlas antes de publicarlas tratando de no enterarme de nada para tener luego una lectura normal...
Jajajaja. Tienes el trabajo más jodido del colectivo...
Y lo sabes
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