En la Ciudad de Melilla el sol se desploma sobre todos con crueldad; estamos a finales del mes de agosto y la humedad del cercano mar provoca un bochorno insoportable. Sin embargo, en el enorme edificio hay una actividad frenética, un murmullo continuo de lamentos, gritos y llantos se alzan en busca de un poco de atención. ¡Es inútil! Ese verano de 1921 el Hospital Militar está totalmente saturado, los heridos se hacinan por todos los rincones; la imprevisión del Alto Mando y la ineptitud de muchos oficiales han llevado a que médicos y enfermeros se encuentren desbordados y agotados. Sin medicamentos ni camas suficientes, hay mil historias tristes en las habitaciones y cientos de sueños rotos que se agolpan en la sala de los muertos a la espera de su repatriación a la península. La situación sólo puede empeorar cuando el personal sanitario sale a buscar algo a la pequeña ciudad. La población civil conoce el desastre de Annual y la caída de Monte Arruit, Nador y Zeluan. Las historias sobre el capitán Carrasco y el teniente Fernández quemados vivos ante sus hombres después de rendirse vuelan provocando el desánimo, todos buscan embarcarse de vuelta a España en cualquier cosa que flote; el nombre de Abd el-Krim hace palidecer a los más valientes. Ni siquiera la llegada de veinticinco mil soldados tranquiliza a una población aterrada.
El director médico está hablando con uno de sus ayudantes, le interroga sobre el material que les queda; desinfectan con vino, porque no queda alcohol; cortan las sábanas, porque no hay vendas; hierven las mondas de las patatas para hacer la sopa.
-¡Dios! Si incluso al teniente coronel Fernando Primo de Rivera, con un brazo destrozado por una granada hemos tenido que operarlo sin anestesia. (1)
En un ejército de vergüenza, esos sanitarios a sus órdenes demuestran un valor y una lealtad más allá de lo exigible.
De repente, un murmullo nuevo avanza hacia ellos; ambos se vuelven para ver cómo todos corren en desbandada hacia la puerta. Heridos y personal médico abandonan el edificio con el miedo en sus ojos, es una huida loca hacia no se sabe dónde. Una vez fuera del Hospital el director se dirige a uno de sus cirujanos consultándole el motivo de esa fuga, la sorpresa se va reflejando en su rostro a medida que descubre que nadie lo sabe; uno tras otro, todos los preguntados le van comunicando que corrían porque vieron a alguien huir; como si se tirase del hilo de un gigantesco ovillo se llegó a un pobre soldado que tenía una pierna cortada.
-A ver, muchacho, ¿y tú por qué corrías?
-¿Por qué había de ser? Porque el muerto ha vuelto...
-¿Qué? ¿Qué demonios significa eso?
Tras varias preguntas se aclara que el soldado de la cama vecina murió el día anterior y doce horas después volvió por su propio pie y se acostó en su sitio.
-Al ver venir al muerto eché a correr y todos me siguieron -dijo el interrogado.
El director, seguido de uno de los médicos, entró en el ahora silencioso edificio, únicamente los heridos que no se podían mover seguían en sus camas; entran hacia la sala donde estaba "el muerto", dialogan con él sin problema. El pobre soldado no recuerda nada, se despertó en otra sala que no era la suya y volvió a su cama; ni siquiera es consciente de dónde se despertó y de lo que ha provocado. Agotado por el mucho trabajo sin duda algún médico no reconoció un caso de epilepsia. La lentitud de la repatriación hizo que el chico viviese. Nunca sabremos cuántos han despertado para descubrir con horror que han sido enterrados con vida.
En cualquier caso esta historia que me narró muchas veces mi abuelo, siempre me hace sonreír cuando miro la cartilla militar y veo que pone “Valor: se le supone”.
(1) Es cierto aunque se le operó en Monte Arruit, que estaba cercado por las fuerzas de Abd el-Krim. Falleció de gangrena cinco días después.
Curiosidad: mi abuelo llegó a hablar con "el muerto", al parecer éste le comentó que de haberse dado cuenta de dónde despertó, "en el depósito y rodeado de cadáveres", se hubiera muerto de verdad.
Autor: Javier Sosa Garduño
Correo electrónico: javisosa1966(arroba)yahoo.es
El director médico está hablando con uno de sus ayudantes, le interroga sobre el material que les queda; desinfectan con vino, porque no queda alcohol; cortan las sábanas, porque no hay vendas; hierven las mondas de las patatas para hacer la sopa.
-¡Dios! Si incluso al teniente coronel Fernando Primo de Rivera, con un brazo destrozado por una granada hemos tenido que operarlo sin anestesia. (1)
En un ejército de vergüenza, esos sanitarios a sus órdenes demuestran un valor y una lealtad más allá de lo exigible.
De repente, un murmullo nuevo avanza hacia ellos; ambos se vuelven para ver cómo todos corren en desbandada hacia la puerta. Heridos y personal médico abandonan el edificio con el miedo en sus ojos, es una huida loca hacia no se sabe dónde. Una vez fuera del Hospital el director se dirige a uno de sus cirujanos consultándole el motivo de esa fuga, la sorpresa se va reflejando en su rostro a medida que descubre que nadie lo sabe; uno tras otro, todos los preguntados le van comunicando que corrían porque vieron a alguien huir; como si se tirase del hilo de un gigantesco ovillo se llegó a un pobre soldado que tenía una pierna cortada.
-A ver, muchacho, ¿y tú por qué corrías?
-¿Por qué había de ser? Porque el muerto ha vuelto...
-¿Qué? ¿Qué demonios significa eso?
Tras varias preguntas se aclara que el soldado de la cama vecina murió el día anterior y doce horas después volvió por su propio pie y se acostó en su sitio.
-Al ver venir al muerto eché a correr y todos me siguieron -dijo el interrogado.
El director, seguido de uno de los médicos, entró en el ahora silencioso edificio, únicamente los heridos que no se podían mover seguían en sus camas; entran hacia la sala donde estaba "el muerto", dialogan con él sin problema. El pobre soldado no recuerda nada, se despertó en otra sala que no era la suya y volvió a su cama; ni siquiera es consciente de dónde se despertó y de lo que ha provocado. Agotado por el mucho trabajo sin duda algún médico no reconoció un caso de epilepsia. La lentitud de la repatriación hizo que el chico viviese. Nunca sabremos cuántos han despertado para descubrir con horror que han sido enterrados con vida.
En cualquier caso esta historia que me narró muchas veces mi abuelo, siempre me hace sonreír cuando miro la cartilla militar y veo que pone “Valor: se le supone”.
(1) Es cierto aunque se le operó en Monte Arruit, que estaba cercado por las fuerzas de Abd el-Krim. Falleció de gangrena cinco días después.
Curiosidad: mi abuelo llegó a hablar con "el muerto", al parecer éste le comentó que de haberse dado cuenta de dónde despertó, "en el depósito y rodeado de cadáveres", se hubiera muerto de verdad.
Autor: Javier Sosa Garduño
Correo electrónico: javisosa1966(arroba)yahoo.es
7 comentarios:
que recuerdos,Sharly, jejeej.
Un textos muy simpatico, y pensar que pudo ser real lo hace bastante más curioso.
Nos leemos. Un abrazo.
Es un texto curioso, aunque si nos ponemos en el lugar del epileptico la cosa no tendría demasiada gracia. ;)
Jeje, pues está bien, simpática anécdota de nuestras guerras coloniales, tan olvidadas hoy día. Mi abuelo también estuvo en Marruecos, en el desembarco de Alhucemas.
Ojalá estas anecdotas no se pierdan y ayuden a no repetir viejos errores. De todas las historias que me contó mi abuelo lo que más me sorprendió no me lo contó él sino mi abuela; me dijo que a mi abuelo y a su unidad los dieron por desparecidos (muertos) en varias ocasiones. Después de todo, los avances de la tecnología si que sirven para algo.
curioso
Jeje, simpática anécdota y curioso caso. Un abrazo
Ah, las viejas anécdotas de nuestros abuelos, siempre interesantes y enriquecedoras. Y en este caso simpática también. Un acierto hacerla microrrelato, Sharly...
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