miércoles, 27 de octubre de 2010

Héroes de Anzio II




II

―¡Sargento, estamos acabados!
―Tranquilícese, Wilson.
―¡Dios, no tenemos nada que hacer aquí en medio, y están por todos lados!
―¡Hay que volar los StuG! ¿Dónde está Jordan?
―Ya ha ido para allá con sus muchachos.
Un sonido, como un campanazo sordo seguido de un estruendo metálico, les avisa de que los chicos de Jordan ya han llegado hasta allí.
―¡Bien! ―dicen al unísono.
Truman se asoma para ver el espectáculo. Uno de los StuG está destrozado, en llamas. Una antorcha humana trata de salir por la escotilla, se engancha, está atrapada. No hay una bala para ese desgraciado entre las que cruzan por todos lados, mala suerte. Vuelve a cubrirse.
―Señor, habrá que avisar de la situación.
―No podemos romper el silencio de radio.
―¿Por qué no? Alguien tendrá que ayudarnos. Si no, estamos acabados.
―El 4º y el 15º vienen por detrás y por los flancos. No podemos descubrirles, caerán encima de ellos de todas formas y los arrollarán mientras siguen pendientes de nosotros.
―¿Está seguro, señor? Estas no son las tropas dispersas que nos dijeron, ni éste el golpe rápido y certero que se iba a lograr casi sin apretar el gatillo.
Prefiere no pensar en lo que le dice Wilson, porque tendría que darle la razón. Para los alemanes es la situación ideal. Alguien ha debido equivocar la valoración y ahora ellos están en medio de la nada, rodeados y a merced de tropas de primera línea más que preparadas. ¿Dónde estarán el 4º y el 15º? ¿A qué esperan para apoyarlos? Pierde hombres por minutos, por segundos. Un nuevo campanazo sordo, una nueva posibilidad.
―¡Mierda! Señor, Jordan ha caído.
―¿Está seguro?
―Lo he visto.
―Alguien tendrá por ahí unas sticky, supongo.
Los alemanes siguen atrincherados en el blindado al que acaban de alcanzar, usando sus armas. El otro sigue segando las vidas de sus compañeros, aplastando a uno que no escapa con rapidez de su zanja, convirtiendo a otro en pedazos que vuelan sobre todos. Un joven, casi un chiquillo, cae junto a él. Tiene el pómulo levantado y permanece inmóvil, con apenas unos arranques espásticos. Probablemente ya esté muerto. Wilson se acerca para comprobarlo; no se había equivocado. Sólo uno de sus ojos queda a la vista, el iris opaco, la pupila dilatada. Estará viendo a Dios.
―Cabo, diga que avisen por radio. Que se den prisa, que manden todo lo que haya, que estamos en un agujero y que si no viene alguien pronto nos van a aniquilar. Dígales también lo de los blindados y lo de las ametralladoras que nos esperaban, todo.
―Por supuesto, señor.
Una granada de mortero cae más cerca de la cuenta, ha podido dejarle sordo. Una bala se clava a pocas pulgadas de su cabeza. Entre el pitido y la confusión un ruido lejano, inconfundible. Un ruido soñado, monótono, y una vieja bruja señalándolo con su dedo sarmentoso. Las campanas suenan por todos los desgraciados que se han dado cita con la muerte en este lugar y a esta hora. Van a tener que pelear duro para que éste no sea su último amanecer.

―Coronel Murray, la Compañía Bravo del 1º ha roto el silencio de radio para reportar que están en problemas.
―¿Qué? ¡Aclárese, pazguato!
―Eh, al parecer están rodeados de ametralladoras, blindados y francotiradores. También se están recibiendo reportes de otras compañías del 1º y el 3º.
―¿Y a qué espera entonces para decirle a todos que muevan el culo? ¡Vamos, muévalo usted! ¡Reims! ―le grita a un ayudante que tiene casi a la mano.
―¿Qué? ¿Señor?
―Ya sabe lo del 1º y el 3º, ¿no?
―Sí, señor.
―¡Y entonces por qué demonios aún no ha movido ese gordo trasero que tiene para que este hatajo de haraganes se dé prisa en llegar de una maldita vez a la ruta Conca-Cisterna!
―Ahora mismo, señor ―responde el otro entre la perplejidad y el bochorno.
Ya lo sabía él, no podía ser de otra forma. No con el cretino de Lucas y el idiota de Truscott estropeándolo todo a la limón. El proverbio encarnándose una vez más: Dios criando a los imbéciles y ellos juntándose a la cabeza del mejor ejército del mundo. Qué diferente sería todo si le hubieran dejado a él meter mano. Desde luego no estarían como están, arriesgándose en dudosas misiones como ésta sólo para poder sacar un poco la cabeza de esa maldita playa del demonio, para que no los arrojen de una maldita vez de vuelta al mar. Y todo por lo mismo de siempre, por la incompetencia, por la falta de cálculo, por no saber interpretar las señales ni el momento. No todo el mundo tiene madera para mandar, claro que no. Él sí la tiene, pero otros…
―Señor.
―¡Qué!
―Eh… la compañía de vanguardia Ya ha alcanzado la ruta Conca-Cisterna.
―Me alegro. Y qué más.
―No, sólo eso.
―¿Sólo eso? ¡Pues vuelva a su puesto!
Hacen falta buenos generales y buenos soldados también. Él fue ejemplar en la primera gran guerra. Pero le ha tocado cada inútil bajo su mando… También hay buenos chicos, claro está. En general son hombres experimentados, pero hay algunos individuos que ni con la experiencia aprenden a ser verdaderos soldados, verdaderos hombres; como los de antes.
―¡Teniente, que se muevan esos hombres! ¡Y aquél, quiero el nombre de aquél! ―dice señalando a un soldado que habrá cometido cualquier nimia torpeza.
―Sí, señor.
―¡Vamos, muévanse!
¿Y así quieren ganar una guerra? Estos alemanes son duros de pelar, y para nada estúpidos. Hacen falta buenas ideas y agallas, verdaderos soldados y verdaderos generales. Se escuchan disparos no demasiado lejos.
―¿Qué demonios ha sido eso?
―¡Señor, nos hemos topado con una posición enemiga bien defendida!
―¿Cómo? ¡Malditos sean los que han organizado esta chapuza! ¡Traiga el mapa!
―Sí, señor. Mire, estamos aquí.
―¿Qué es eso?
―Isola Bella, un objetivo sin interés. Las construcciones defendidas son éstas, que se corresponden con esas granjas que se ven ahí al fondo.
―¡Maldita sea, no podemos perder el tiempo ahora limpiando reductos como ése! ¿Dónde está ese condenado teniente? ¡Dígale que venga para acá ahora mismo!
―Enseguida, señor.
―Vamos, aún quedan dos.
―Ahora mismo ―se presta Knappenberger a recargar el bazooka.
―¡Dales otra vez a esos hijos de perra! ―se entusiasma Willaby.
Uno de los StuG está demasiado lejos, el otro no tanto, y pronto les ofrecerá la trasera. A no mucha distancia de él unos hombres tratan de cruzar de zanja, una explosión hace que el último se detenga y caiga arrodillado. Una ráfaga de ametralladora lo hace tiritar. Después clava la cara en el barro.
―¡Listo!
―Bien, decid…
―¡Joder! ―grita Thompson, al que le ha caído encima el del bazooka con un agujero en el casco del grosor de un pulgar de pie. 
―¡Hijos de perra!
―Knappie, coge tú el bazooka.
―No, espera ―ha visto el nido.
 Asoma la cabeza lo justo, ahí están, en la choza derruida por la artillería. Ve la cara del tirador, el tirador también lo ve a él. Le congela el gesto de sorpresa de un certero disparo entre ceja y ceja. El otro soldado que sirve la ametralladora se oculta.
―Uno menos.
―¡Bien hecho, Knappie! ―le felicita Thompson con una palmada en la espalda.
Una granada de mortero cae dentro de la zanja, a escasos metros, otra cae fuera, pero también demasiado cerca. La primera los ha tumbado. Knappenberger ha sentido la dureza del bazooka y el peso de Thompson caerle encima, le duelen las costillas.
―Dios, quítate de ahí, me asfixio.
―Perdona, hijo.
―¡Mierda, creo que me he quedado sordo! ¡Decidme algo!
―Gilipollas.
―Vale, no me he quedado sordo.
―Vamos hacia la carretera, si viene alguien a echarnos una mano lo hará por allí.
Otra detonación hace saltar barro sobre ellos, esta vez ha sido uno de los StugG.
―¡Vienen hacia acá, no hay tiempo que perder! ―Knappenberger abre la marcha arrastrándose por la zanja, sobre los cuerpos de algunos compañeros.
―¿Y la compañía? ¡Nos vamos a perder de la maldita compañía! ―se queja Willaby.
―Hace rato que no hay compañía, imbécil ―le empuja Thompson―. ¡Vamos!
Los tres culebrean por el barro ensangrentado. Varias veces alguien salta sobre ellos. En una de las ocasiones el desgraciado recibe una ráfaga y cae sobre Willaby, que se queja lastimero. Thompson no ha dejado atrás el bazooka con su carga, y Knappenberger sólo tiene una cosa en la cabeza: la carretera, los que puedan venir por ella, su salvación.
―¿Ves algo, Knappie?
Se asoma, nadie en la carretera. Ya llegarán, tienen que llegar. A su alrededor el combate sigue. Otro de los StuG ha sido alcanzado. Alguien acabará con el tercero, tienen que hacerlo.
―Nadie en la carretera, pero ya llegarán.
Ve un grupo de rangers que avanza hacia la estación. Otros se acercan al blindado con los rodamientos hechos trizas. Aún pueden hacer algo.
―Vamos.
―Tengo esto ―muestra Thompson el bazooka―, ¿vamos a por el que queda en movimiento?
―¿Tú estás loco?
―No, hacia la carretera. Quien sea que venga a ayudarnos vendrá por ahí.
Una ametralladora tirotea sobre sus cabezas.
―¡Mierda, están por todos lados!
―¿Puedes hacer algo, Knappie?
―¿Por qué no lo hace tú y les lanzas una granada?
Oyen una explosión cercana. Cuando se asoman ven el destrozo.
―Creo que han sido sus propios morteros, los muy imbéciles…
―¿Qué demonios es eso? ―ha creído oír algo, un runrún lejano, perdido entre las detonaciones y los gritos―. ¡Corred, corred! ―aligera la marcha, por momentos exponiéndose más de lo aconsejable.
―¿Pero qué demonios pasa? ¿Dónde vas? ¡Mierda!
Un par de alemanes han salido del reducto en llamas y corren. Thompson dispara, Willaby dispara, muchos otros disparan y entre todos acribillan a los soldados que trataban de huir.
―¡Corred, maldita sea, creo que llegan los nuestros!
―¡Ya vamos, hijo!
―¡Mierda!
Más explosiones a su alrededor. Un soldado moribundo trata de agarrarse a Knappenberger, pero éste se zafa y Thompson lo aparta de un empujón. Disparos entre los trenes.
―¿Los veis, los veis allí a lo lejos?
―¡Sí! ¡Sí, joder!

―¿Por qué demonios no sabíamos nada de esas granjas? ―grita el Coronel Murray a los que tiene a su lado―. ¿Por qué?
―No lo sé, señor.
―Ya sé que no lo saben, ¡qué iban a saber ustedes! A ver, el mapa, ¿dónde está el maldito mapa?
―Aquí. Aquí, señor ―se lo acerca el teniente.
―A ver, estamos aquí, ¿no?
―Sí, señor.
―Bien. Ellos nos esperan desde su frente. Lo controlan, tienen buena visibilidad, de acuerdo. Mantengámonos ahí a cubierto, que se crean que nos han frenado. Teniente, mande a dos compañías desviarse hacia el oeste justo desde aquí, que avancen un par de millas y que luego den el rodeo por aquí. Cuando ataquen por sorpresa nos daremos cuenta y podremos asaltarlos.
―Pero, señor…
―¡Qué!
―Esos hombres van a estar al descubierto.
―No si saben moverse, y si nosotros sabemos entretener a esos alemanes. ¡Vamos, teniente, ya le he dado las órdenes! ¿A qué espera?
―Sí, señor.
Siempre lo mismo, es uno de los males de la guerra: los indecisos y los pusilánimes. La batalla es para los hombres de acción, para los que saben qué es lo que quieren. El 1º y el 3º están en apuros, ¡ahí estará el 4º! ¡Son todos rangers, por el amor de Dios! El plan debe funcionar, si no… ¿Qué otra cosa puede hacer?
―Teniente, ¡teniente! ¡Usted!, ¿dónde está el teniente?
―No lo sé, señor, impartiendo órdenes, supongo.
―¿Cómo?
―¡Sargento!
―Sí, señor.
―¡Apúnteme los datos de este impresentable, ya le ajustaré las cuentas! ¿Dónde está el teniente?
―Repartiendo las últimas órdenes.
―Bien. ¿Cómo está la línea frontal?
―Aguanta, pero su situación es precaria.
―Que aprieten. Tírenles todo lo que tengan a mano, amaguen. No pueden quitarnos ojo. Lancen botes de humo, que se esperen un asalto.
―Sí, señor, ahora mismo voy a dar las órdenes.
―Muy bien. Y si hubiera alguna forma de acercarse y lanzarles unas granadas…
―Sí, señor.
El tiempo es caro, se cuenta por vidas salvadas. Va a tomar esa posición sea como sea. No importa qué inepto haya trazado el plan, él va a cumplir con su parte. Después aún le queda un buen rato de avance peligroso. No es el terreno ni el momento, ni esos grupos bien atrincherados son tropas dispersas a las que barrer. Pero Cisterna está al alcance de la mano, casi la puede tocar con los dedos. Una vez allí todo será más fácil. Tiene que hacer lo que sea para que los muchachos del 1º y el 3º puedan lograrlo.
―¡Unos prismáticos!
―Aquí tiene, señor.
―No, no es así como hay que hacerlo. ¡Por el amor de Dios, esos hombres tienen que correr más!  ¿Y qué demonios están haciendo los de ahí delante? ¡Ataquen, demonios! ¿Dónde están esos botes de humo? ¿Es que se van a quedar ahí parados?
―Señor, más llamadas del 1º y el 3º, su situación es desesperada, nos piden que no nos retrasemos.
―Ya lo sé. ¡Vaya ahí delante y dígale a esos estúpidos que ataquen, que intenten avanzar, que hagan algo! ¿Es que no hay nadie con agallas entre tantos trozos de carne sin cerebro?
―A sus órdenes, señor.
―¡Señor, desde las granjas están virando el fuego, han descubierto nuestra maniobra!
―¡Dios! ¡Díganles que vuelvan ahora mismo! ¡Que intensifiquen el fuego ahí delante o los fusilo a todos!
―Señor, van a tener que retirarse al descubierto, van a tener muy pocas posibilidades.
―Si siguen adelante terminarían perdidos sin remisión. Que intenten regresar y que sea lo que Dios quiera.
―Muy bien, señor.
―¡Teniente!
―Aquí, señor.
―¿Qué más tenemos, quién viene por detrás?
―Creo que viene algún carro o transporte con ametralladoras. 
―Bien, vaya a ver. ¡Y que se aligeren!



Publicado originalmente en "Los zombis no saben leer", verano 2010.

3 comentarios:

Morti dijo...

Muy bueno canijo. Me ha encantado y lo mejor las imágenes de las novelas de a duro. Un abrazo

Óscar Torres Gestoso dijo...

Idem que Morti, enhorabuena Canijo. ;)

Manuel Mije dijo...

Jeje, a ver cómo me sale el experimento bélico, people. En fin, yo me estoy divirtiendo bastante, y ahí queda el modesto homenaje para los héroes que escribían los bolsilibros de Bruguera y otras.

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