Libro I: Sanction
Capítulo 2
Heart in velvet
Los días eran grises, monótonos, llenos de la ceniza que desprendían los Señores de la Muerte, los furiosos volcanes que rodeaban Sanction. Era mejor así. Los días eran como su vida, largos, eternos, llenos de nubes que nunca descargaban lluvia porque se evaporaba antes de llegar al suelo. Kráteros llegó al campamento al mediodía, cuando las nubes grises se arremolinaban en torno a las montañas rodeándolas como una turbia corona de humo.
El general le hizo esperar lo que al soldado se le hubiera hecho una eternidad si no hubiera pasado el tiempo mirando con sus ojos nublados el impresionante templo que se alzaba delante de él. Construido en la misma ladera de la montaña, alimentado con el fuego del volcán, el templo tenía la forma de una gigantesca cabeza de dragón con enormes y crueles colmillos, dos cuencas negras parecían contemplar con impaciencia los entrenamientos del que sería el más formidable ejército jamás creado, tal vez era un retrato de la oscura diosa a la que estaba dedicado, tal vez simplemente representaba a un dragón.
Un ayudante de campo lo hizo pasar a la tienda de mando del general. Ariakas lo miró de arriba abajo y extendió la mano enguantada. El mensaje iba envuelto en una funda de cuero y Kráteros lo entregó con todo el estoicismo del que era capaz. No eran buenas noticias y él lo sabía. Los clérigos de Neraka pedían más dinero para la calzada, las obras iban atrasadas y hasta alguien tan poco interesado como él había sabido verlo. El general leyó apresuradamente las pocas líneas del mensaje para arrugar seguidamente el papel y hacerlo trizas entre sus gruesos dedos, no le dirigió ni una mirada al soldado que esperaba la orden para poder retirarse y reintegrarse a su puesto habitual. Pasaron unos minutos antes de que el general se diera cuenta de que el soldado aún continuaba allí.
No era la primera vez que la mirada del general se cruzaba con la suya, Kráteros intentó mantener sus ojos fijos en lo que tenía frente a él, las sombras que se creaban entre los pliegues de la gruesa tela que formaban las paredes de la tienda. Mantuvo la mandíbula cerrada y la espalda recta en posición de firmes, como le habían enseñado, y esperó. El hombre que estaba delante de él podía destrozarlo con un gesto igual que al papel que tanto le había desagradado y no podría hacer nada por evitarlo. Sorprendido, Kráteros se dio cuenta de que en realidad no le importaba.
El momento pasó, el general lo despidió con un gesto de la mano y llamó a su ayudante personal. Kráteros salió al exterior y volvió a mirar al cielo, a las nubes grises que lo habían perseguido desde que salió de Neraka.
—Demasiado altas para que llueva, siempre demasiado altas –pensó, su estado de ánimo habría dado la bienvenida a la lluvia aunque posiblemente al general le habría fastidiado tanto como la carta de los clérigos de Neraka.
Hacía muy poco tiempo que Kráteros era soldado, aún lucía en su brazo derecho la marca que lo identificaba como a un esclavo. Había intentado borrársela pero los surcos que formaban el dibujo que representaba a su amo se resistían a desaparecer. Se notaban los contornos un poco desvaídos y la mano izquierda de Kráteros aún se complacía en recorrerlos y recordar su pasado. Sus años de esclavitud estaban incrustados en su piel tan profundamente como esa marca, tanto que todavía le costaba trabajo caminar con la cabeza alta mirando a los ojos de los compañeros con los que se cruzaba, normalmente tenía que esforzarse para mirar a los ojos a la gente.
¿Era mejor ser soldado que ser esclavo? Kráteros no veía ninguna diferencia. Si intentaba marcharse del ejército lo perseguirían como a un desertor, como a un esclavo fugado. ¿Quería marcharse? Nunca lo había pensado. ¿Adonde podría ir? ¿Qué podría hacer? Kráteros no estaba seguro de qué era lo que en realidad deseaba. Últimamente no estaba seguro de nada.
Apenas conocía a la multitud de soldados que se cruzaban con él, los hombres y mujeres de todas las razas de Krynn con los que compartía su trabajo día a día. La mayoría de los mercenarios habían compartido años de batallas enardecidas y cicatrices gemelas cubrían sus brazos. Kráteros era nuevo, extraño, había conocido a algunos compañeros en el campo de entrenamiento pero no conseguía recordar sus nombres ni esperaba que ellos recordaran el suyo.
Si los hubiera conocido podría haberse sentado en uno de los corros que se formaban en torno a una partida de dados, podría haber jugado con ellos, bebido con ellos, hablado con ellos. Podría haber perdido con ellos todo el tiempo del mundo. De todas formas su tiempo era tiempo perdido.
—¡Eh, Kráteros!
La voz cascada por el abuso del aguardiente enano estaba acompañada por dos impresionantes brazos que se abalanzaron sobre Kráteros antes de que el soldado pudiera reconocer la voz que lo interpelaba.
—¡Greben! —Kráteros se zafó de su abrazo para darle uno más fuerte aún cuando lo hubo reconocido—. Te creía muerto.
—Yo también a ti, muchacho.
Era cierto, estaba vivo de milagro. Si no hubiera sido por la ayuda de Greben aquel enorme minotauro habría acabado con él y Kráteros no podía evitar pensar que tal vez hubiera sido mejor así. Su sangre mancharía la hermosa túnica de satén y teñiría de rojo los oscuros ojos que tanto lo torturaban.
Pero no había sido así, Kráteros sobrevivió al terrible enfrentamiento y los dos esclavos no habían vuelto a verse después de aquello. Las heridas de ambos habían sido tan horribles que cada uno de ellos pensó que el otro no había sobrevivido.
—Me concedieron la libertad hace sólo unos meses —le informó Kráteros bajando los ojos, deseando que Greben no le preguntara nada más.
—Yo la compré. Después de la pelea me dejaron allí, tendido en medio de la calle. El amo envió a los clérigos oscuros para que me recogieran y me sanaran; no fue difícil convencerlos, tenía bastante acero ahorrado y los mismos clérigos borraron la señal y me ayudaron a escapar. Al amo le dijeron que había muerto y supongo que lo creyó. Veo que tú sí conservas esa horrible marca.
La marca, la señal, el tatuaje, las cadenas que lo habían atado a una vida de esclavitud.
—Sí, yo no escapé. Ni siquiera se me ocurrió que podría haberlo hecho. Me dieron la libertad para que me alistara en el ejército.
—No parece haber sido un gran cambio.
—De momento lo único que hago aparte del entrenamiento son labores de mensajero.
—Lo mismo que todos —Greben condujo a Kráteros hasta un rincón del campamento alejado de la mirada oscura del templo, era uno de los círculos más llenos de gente del cuartel.
—¿Y tú, Greben? ¿Cómo has acabado aquí? No imagino qué ha podido hacerte volver a Sanction.
—Ah! Las cosas no siempre salen como uno desearía. Para escapar tuve que darles a los clérigos todo lo que tenía y me quedé sin nada. La vida es dura y el trabajo donde te hacen menos preguntas es este.
—Bueno, tal vez te destinen a Neraka. Allí verás la guerra desde lejos.
—Quién sabe, tal vez la batalla llegue hasta Neraka —Greben dijo esto último en voz muy baja, la posibilidad de perder la guerra era algo de lo que no se podía hablar en público pero Greben tenía ya muchos años y había sobrevivido a una multitud de amos, estaba acostumbrado a los reverses de la fortuna y sabía que existían las mismas posibilidades de victoria que de derrota, por mucho que les pesara a los Grandes Señores.
—Espero que no, sería mala señal.
Un joven altísimo y rubio se acercó a ellos y saludó a Greben estrechándole la mano efusivamente.
—Hola Pete, este es Kráteros. Kráteros, Pete —los presentó.
Pete echó una mirada a Kráteros de arriba abajo, como si fuera un comprador en el mercado de esclavos. Kráteros no era demasiado alto ni demasiado robusto, sin embargo sus brazos eran fuertes y sus nervudas piernas resistirían un envite el tiempo suficiente para hacerle ganar dinero. Pareció sentirse satisfecho con lo que veía y volvió a apretar la mano de Greben en señal de acuerdo.
Kráteros no había podido evitar bajar los ojos ante el escrutinio del soldado, cualquier otra persona se hubiera sentido ofendida pero Kráteros había sido esclavo demasiado tiempo. Sólo pudo levantar la vista cuando Pete se hubo dado la vuelta y comenzaba a hablar con la gente que tenía a su alrededor.
El soldado que tenía frente a él era tuerto, un parche negro cubría su ojo izquierdo y era ese el brazo que tenía lleno de cicatrices. No era mucho más alto que Kráteros ni tampoco parecía mucho más fuerte pero sólo por la forma de sostener la espada cualquiera se hubiera sentido intimidado ante la posibilidad de enfrentarse con él.
—Es tu oportunidad de ganarte unas monedas, muchacho —le susurró Greben al oído—. Pete se encarga de las apuestas y yo de cubrirte las espaldas. Puedes elegir entre hacha, espada o lanza. Aunque supongo que sigues manejando la espada igual que siempre. Las reglas son simples, el primero que salga del círculo, no importa en qué condiciones, pierde.
Alguien había delimitado un círculo con pequeñas piedrecitas justo en el centro de la muchedumbre. Greben cogió a Kráteros de la mano y prácticamente lo arrastró hasta el centro del círculo que los soldados intentaban ocultar a sus superiores.
—Queremos ver una buena pelea esta vez, Pete —decía uno de los soldados mientras le daba unas monedas.
—Será estupenda. Dos humanos, nada de goblins cobardes ni ogros apestosos. Una pelea de verdad. ¡Haced vuestras apuestas!
—Eso espero —contestó el soldado esperando que los contendientes se adelantaran para apostar por uno de ellos.
El Tuerto entró en el círculo con gran seguridad, como si estuviera acostumbrado a hacerlo. Kráteros no opuso resistencia ni hizo ninguna pregunta, se dejó llevar por Greben y cogió sin mirarla la espada que alguien puso en su mano.
—Tranquilo, Kráteros, puedes con él.
¿Podría? Sabía utilizar la espada, sabía utilizarla muy bien. Su último amo lo había utilizado entre otras cosas de guardaespaldas y había tenido que utilizarla muchas veces. Miró a su contendiente sin saber muy bien qué era lo que tenía que hacer. El hombre lo estudiaba con su único ojo, posiblemente se preguntaba por qué su contrincante parecía tener la cabeza en otro sitio.
Pete hizo una señal.
El Tuerto comenzó atacando con una finta de tanteo. Kráteros contraatacó con rapidez y destreza, en diagonal, empleando toda su fuerza en el choque. El Tuerto esquivó el golpe con gran habilidad y girándose rápidamente atacó antes de que Kráteros tuviera tiempo de reaccionar. El golpe le dio en el hombro y un reguero de sangre salió de él. Kráteros se miró el pastoso líquido que se deslizaba por su brazo sin entenderlo del todo. Era rojo, rojo y caliente, y pegajoso.
Es una pelea.
Weir Designer |
El Tuerto no le dio tiempo a pensar, volvió a atacar duramente obligando a Kráteros a emplear toda su destreza para parar sus envites y sin darle tiempo a contraatacar. Sus espadas se trabaron y Kráteros empujó con fuerza, con toda la fuerza de que era capaz, porque la espada que no había tenido la precaución de examinar se había torcido al primer envite y se partiría en dos en cualquier momento. De un empujón intentó arrojar a su contrincante al suelo pero el Tuerto supo mantener el equilibrio sin salirse de los límites del círculo.
¿Dónde estaba su espada? Kráteros la buscó en su costado pero había desaparecido, era perfectamente consciente de que con la espada en aquel estado no podía hacer más que aguantar los ataques todo el tiempo que pudiera, su contraataque resultaría ineficaz y podía hacerle abrir sus defensas, el Tuerto acabaría por desestabilizarlo, lo conseguiría de un momento a otro. Sacó fuerzas de flaqueza y contraatacó con furia. Las espadas se trabaron una vez más pero esta vez el tuerto no iba a dejarse engañar. Kráteros sentía como el filo agudo de la hoja se acercaba a él cada vez más y aumentó la presión sobre la espalda de su antagonista, si pudiera desarmarle, si pudiera...
Una tercera espada se unió al terrible choque de forma tan contundente que Kráteros sintió como la fuerza lo lanzaba hacia atrás y casi no pudo mantener el equilibrio. El Tuerto intentó resistir el envite pero dio un paso hacia atrás y retrocedió para preparar la defensa ante el ataque que sabía se le venía encima. La conocía demasiado bien.
—¡Thera! —Kráteros la miró, confundido. La enana llevaba mucho tiempo fuera de Sanction, nadie hubiera imaginado nunca que volvería.
El Tuerto se detuvo un momento para saludar a su nuevo contrincante. Le tenía todo el respeto que Thera se había ganado durante todos esos años y la espada corta que enarbolaba era del mejor acero que un enano pudiera forjar.
La enana dio un empellón a Kráteros para que le dejara espacio.
—No esperaba que sobrevivieras al minotauro —comentó la enana.
—Las cosas no me fueron mal —contestó Kráteros saliendo del círculo—. Me dieron la libertad y ahora soy un soldado.
—¡Vaya! No sé si debería felicitarte por eso —los ojos grises de Thera traspasaron el parche del hombre que estaba frente a ella—. Veamos que tal lo haces, pequeño humano.
El ataque de Thera fue rápido y brutal, su espada fue directa al corazón del soldado tuerto y este tuvo grandes problemas para parar su envite. La espada corta era más arriesgada en cualquier pelea porque había que estar más cerca del adversario para utilizarla pero también proporcionaba mayor estabilidad y más dureza en el golpe.
—¡Eh, Tuerto! —la lanza apareció volando de la nada y se encontró de pronto en la mano del Tuerto, era un arma que nunca había manejado muy bien, confiado como estaba en su pericia con la espada, pero sabía emplearla como maniobra de distracción.
Levantó la lanza sobre su cabeza y, haciéndola girar rápidamente, consiguió hacer retroceder a su oponente que no se atrevió a meter la espada en aquel torbellino que giraba sobre la cabeza del soldado.
—¡No llego, Tuerto! Pero si quieres alcanzarme tendrás que bajar alguna vez —comentó Thera y, sin esperar a que el humano descargara el golpe se tiró al suelo y, girando rápidamente, pasó debajo de las piernas del hombre y se situó a su espalda.
—¡Con un enano, Tuerto, nunca bajes la guardia! —gritó la enana antes de saltar y meter la espada en el torbellino que giraba sobre la cabeza del soldado, llevaba tanto impulso que ambos contendientes se desequilibraron y acabaron en el suelo, fuera del círculo.
Thera fue la primera en levantarse y envainar la espada.
—No ha estado mal, Tuerto. Tal vez sobrevivas por aquí un par de años más —comentó mientras le tendía la mano para ayudarle a levantarse.
—Esa es mi intención —respondió el Tuerto aceptando su mano.
—Pues sería mejor que dejaras las lanzas a los que saben utilizarlas, chico.
—¿Has vuelto para quedarte, Thera? —preguntó el Tuerto.
Thera miró a su alrededor, incrédula.
—¿Aquí? ¿Estás de broma? Sólo he venido a buscar a mi amigo Kráteros. Y menos mal, llego a tardar un poco y acabas con él.
—Eh, que estoy aquí —protestó Kráteros.
Thera lo miró arqueando las pobladas cejas.
—Sí, eso es evidente.
El Tuerto miró a Kráteros con curiosidad al saber que Thera había venido a buscarlo.
—¿Crees que hubiera conseguido acabar con él? Es bastante diestro —el Tuerto parecía complacido por el halago.
—Posiblemente, Kráteros es un buen luchador pero la mierda de espada que le habéis dado es una gran desventaja al lado de tu magnifico acero —comentó con sarcasmo—. Deberías confiar más en ti mismo, Tuerto, y no utilizar esos sucios trucos, te desprestigian.
—Tal vez deberías haber venido a verlo a él —comentó Kráteros interrumpiendo la conversación, intentaba ponerse serio pero no podía evitar alegrarse al ver a Thera, a pesar de todos los problemas que le había causado en el pasado.
—Si es que no se puede decir nada, enseguida se pone celoso —se volvió hacia Kráteros con una sonrisa en los labios—. Tranquilo Kráteros, sabes que tú siempre serás mi favorito.
—De todas formas esto ha quedado en tablas, tendremos que vernos las caras de nuevo —comentó el Tuerto mirando a Kráteros a los ojos.
Los soldados volvían a reunirse en torno a ellos pero Thera los ignoró a todos y arrastró a Kráteros fuera del círculo antes de que volvieran a meterlo en otro combate, Greben y Pete ya estaban organizando una nueva apuesta.
—¡No! –dijo Kráteros antes de que la enana comenzara a hablar.
—¿No qué?
—No a lo que sea que vayas a proponerme.
Thera sonrió, no era la primera vez que se negaba a algo ni tampoco la primera que conseguía convencerle.
—Ahora eres libre, no tienes un amo al que rendir cuentas.
—Ahora estoy en el ejército, Thera.
—Venga Kráteros, será divertido, emocionante...
—Peligroso.
—No más que enfrentarse con un minotauro.
—No me lo recuerdes.
Kráteros la miró fijamente y Thera le sostuvo la mirada. El humano era joven y atractivo, de revueltos cabellos veteados como la madera y tristes ojos azules velados por una nube blanca que nunca desaparecía. Kráteros nunca conseguiría intimidar a nadie con su mirada pero su expresión era todo lo hostil que podía ser en aquel momento.
—La última vez que nos vimos ya me dejó bastante escarmentado ¿recuerdas? Nunca más, te dije, y siempre cumplo mi palabra. Me van bien las cosas, Thera, soy libre, tengo un trabajo que hacer y no voy a arriesgar todo lo que he conseguido por la locura en la que te hayas metido.
—¿Te van bien las cosas? ¿Seguro?
Los pequeños ojos grises de Thera parecieron traspasarle y adivinar todo el dolor que se escondía detrás de sus palabras pero ella no podía leer su mente, podía ser intuitiva, podía conocerle muy bien pero no podía saber lo que sentía. Lo que había dejado atrás. Intentó mantener su mirada pero no pudo y la desvió hacia los hombres, oía el entrechocar de espadas detrás de los soldados, el Tuerto había comenzado un nuevo combate.
—Tengo un nuevo socio, un Caballero de Solamnia renegado. Es joven y diestro, no tiene experiencia pero creo que podemos sacar algo de él.
—¿De dónde lo has sacado?
—Me lo mandó Ewan —Thera suspiró al pronunciar el nombre—. Me ha pedido que cuide de él y todo eso.
—Así que ahora eres niñera. Vaya cambio.
—No te rías. Sí, ya sé que va a estorbar más que ayudar pero se lo prometí a Ewan. Venga Kráteros, necesito ayuda. Es un buen chico. Y es guapo… bueno, no tanto como Ewan.
—Lo siento, Thera —Kráteros se levantó y la miró decidido—. No voy a ayudarte. Estoy... No estoy de humor.
—Vamos, será de noche. ¿Tienes algo que hacer esta noche? ¿Y mañana?
—No, no tengo nada que hacer –Kráteros se puso serio un momento recordando qué le hubiera gustado hacer, a quién le hubiera gustado ver—. Pero sigue siendo no. De todas formas, si quieres deshacerte del chico podrías llevarlo al mercado de esclavos, allí encontraría una nueva niñera rápidamente.
—Ya lo había pensado.
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