martes, 30 de septiembre de 2008

Cambio de soporte

Allí estaba, frente a él, la mujer perfecta. Y no cabían discusiones de ningún tipo con aquellas curvas de piel tostada y brillante, con aquellos labios voluptuosos, intensamente encarnados, y aquellos ojos felinos. Lo único que podía mejorar la situación era que fueran varias, quizá gemelas… Sí, gemelas. Las dos mujeres avanzaron hacia él y empezaron a acariciarlo, de pronto impregnados los tres en una especie de aceite de aroma embriagador.


Ya en el lecho, una suerte de bruma esponjosa que parecía adaptarse y responder a sus movimientos, comenzó la danza agónica y sofocante del sexo. Por un momento no supo dónde terminaba su ser y dónde comenzaba el de ellas, por un momento los tres formaron un solo cuerpo palpitante y sudoroso que se mecía rítmicamente. El éxtasis se acercaba, con su coro de jadeos y el rumor interno de una corriente eléctrica abriéndose paso por sus entrañas. Se acercaba, lo veía en aquellos dos ojos vidriosos que lo contemplaban desde abajo, en aquella boca estremecida que le susurraba “¡Dame más!”. Sí, se acercaba, y aquella lengua ávida que recorría los lóbulos de sus orejas, aquellos dientes que se clavaban dulcemente en su nuca, ayudaban sin duda a acelerar el proceso…

Fue entonces cuando sintió un fuerte dolor, tan fuerte que casi le hizo desmayarse. Ya no había ojos anhelantes bajo él, ni manos recorriendo su cuerpo ni voces susurrando deseo. Todos sus sentidos parecieron dejar de funcionar de repente. Estaba rodeado de la nada más absoluta, aislado totalmente de lo que un instante antes era un bullente caldo de sensaciones.


Por suerte aquello no duró demasiado. Tan repentinamente como antes había desaparecido, todo volvió a aparecer a su alrededor, un todo diferente, un nuevo lugar. Se hallaba en una inmensa planicie de horizontes difusos. Estaba completamente desnudo, como antes, y bajo sus pies sentía el agradable tacto de la fina y pálida arena que parecía cubrir todo el paisaje. Corría una brisa suave y silenciosa, cálida, que tomaba cuerpo en forma de lívidas nubecillas de polvo que viajaban de aquí para allá a ras de suelo. Apenas se distinguían irregularidades en la perfecta llanura del terreno, y el cielo, de un azul inmaculado y monótono hasta donde alcanzaba la vista, acrecentaba la sensación de irrealidad que todo aquello desprendía.


Desorientado, confuso, comenzó a caminar sin saber por qué ni para qué, perdido dentro de sí mismo en cavilaciones sin pies ni cabeza que se solapaban hasta anular cualquier principio de pensamiento racional. Y no fue hasta un rato después que sus ideas comenzaron a aclararse, lentamente, muy lentamente. Se dio cuenta, después de mucho extrañarlo, de que no había un sol en aquel cielo, sino que todo él era luminiscente. Notó la extraordinaria ausencia de sonidos en aquel lugar, tan absoluta que su propia respiración y los sordos latidos en su pecho tomaban protagonismo para rellenar el hueco que quedaba.

También empezaron a llegarle recuerdos, pequeñas luces que iban iluminando el oscuro paisaje de su memoria. Recordó a dos mujeres idénticas, bellísimas, que le hacían sudar placer sobre una superficie de aspecto esponjoso y tacto aún más agradable; y antes de eso un vuelo, planeando sustentado por dos majestuosas alas plateadas que parecían surgir de sus omóplatos; y aún antes un festín pantagruélico, exquisito y variado hasta lo imposible; y una luz cegadora, y una sala extraña llena de aparatos extraños, y unas últimas indicaciones sobre el tratamiento, y una visita a la empresa de recreo sensorial V-Paraworlds, y un trabajo de alto ejecutivo, y una vida completa y real…

−¡Maldita sea! −dijo. El lugar seguía exactamente igual, mas no él. Su joven y vigorosa desnudez se había convertido en un hombre ya entrado en años y en kilos, físico descuidado, pelo escaso y cano y semblante cansado, totalmente vestido con un traje de corte elegante−. ¿Hay alguien ahí? −preguntó a la nada. Y nada obtuvo por respuesta−. ¿Hola? −Silencio, sólo perturbado por el rítmico batir de sus pulsaciones−. ¿Pueden ayudarme? Creo que el programa ha fallado.


Después de un rato callado, esperando alguna respuesta con la vista perdida en aquel cielo extraño, se sentó sobre la arena, de piernas y brazos cruzados. Estaba muy contrariado porque aquello le hubiera tenido que pasar precisamente a él. Ya era mala suerte que, después de una semana tan insufrible como la anterior, tan cargada de trabajo y problemas como pocas veces las había tenido, cuando decide tomarse un respiro y regalarse esa sesión de recreo sensorial que tanto le habían recomendado, pasara aquello.


Todo siguió igual por mucho tiempo. Nada se oía, nada cambiaba en aquel paisaje fantasmagórico. Cada vez estaba más enfurecido, dispuesto a no pagar ni un euro por aquello, incluso pensando en una posible demanda, amén de no olvidar relatarle aquel fiasco a todo aquel que le preguntara por su sesión de recreo sensorial en aquella compañía.

−¿Puede ayudarme alguien de una vez, maldita sea? ¡Despiértenme o hagan lo que sea, que ya estoy hasta las narices de estar aquí! −gritó. Pero como si nada−. No esperen ustedes ver ni un céntimo por esta chapuza que han hecho conmigo. ¡Ni lo sueñen!


Era difícil medir el paso del tiempo en aquel estado, pero se le hizo interminable la espera hasta que por fin algo cambió en el horizonte. Apareció una mancha en la lejanía, un punto oscuro que poco a poco fue aumentando de tamaño y definiéndose como una silueta humana. Por fin alguien se ocupaba de él. Se levantó y alzó los brazos, en parte eufórico, como un náufrago que viera surgir un promisorio velamen en el infinito azul del océano, pero no menos enfadado. El que se acercaba era un hombre vestido con uno de los uniformes que ya había visto antes de iniciar su sesión de recreo sensorial.

−Ya era hora, ¿no? −fue lo primero que se le ocurrió decirle al visitante una vez juzgó que estaba lo suficientemente cerca como para oírle. El otro no contestó nada, ni tan siquiera cuando la cercanía ya permitía ver la expresión de sorpresa en su rostro−. Bueno, ¿qué ha pasado? −trató de serenarse un poco.

−Eeee… ¿señor Igar? −dijo por fin aquel hombre cuando estuvo a su lado y después de observarlo con cara de estupor.

−Claro, quién voy a ser si no.

−¿Don Mauricio Igar?

−¡Que sí, que soy yo, maldita sea! −no pudo evitar la destemplada réplica−. ¿Va a darme una explicación acerca de lo que ha pasado o no? En fin, es igual. Lo primero es que me saque de aquí porque ya estoy de los nervios.

−¿Don Mauricio Igar? −volvió a preguntar el otro, con los ojos a punto de salírsele de las cuencas.

−¡Oiga, que ya le he dicho que sí! Qué pasa, que no les parece suficiente con haberme tenido aquí abandonado hasta que han querido que ahora aún me van a hacer perder más tiempo, ¿no? −no quería mostrar todo su disgusto, al menos no hasta estar fuera de allí, pero le estaba costando controlarse ante la aparente estupidez de aquel operario.

−Sí, ahora mismo, no se preocupe por nada −el tipo no parecía muy convencido de sus propias palabras−. Sentimos mucho, esto, lo sucedido, eee…

−Ahórrese las disculpas y sáqueme de aquí −le cortó−. Ya hablaremos de eso después.

−Claro, claro. Déme un momento.

−¿Cómo que le dé un momento?

−Es para avisar al supervisor. No se preocupe, estaremos de vuelta enseguida.

−¿Cómo? ¿Que me va a dejar aquí otra vez? ¡Ni lo sueñe! −ya no pudo más−. ¡Usted me saca de aquí ahora mismo, pero que ahora mismo, vaya, y después se va a buscar al supervisor o a quien le dé la real gana! ¿Entiende lo que le digo? ¡Ahora mismo!

−Lo siento −respondió el otro para luego desaparecer de súbito, como si nunca hubiera estado delante de él. Entonces sintió que su disgusto llegaba a la masa crítica, que algo estallaba dentro de él.

−¡Inútiles, chapuceros! −gritó−. Que sepan que se les va a caer el pelo por esto. No pienso parar hasta que les cierren su maldito negocio. Ustedes no saben quién soy yo, pero lo van a saber, ¡vaya que sí! ¡Sáquenme de de aquí ya! ¿Me oyen? ¡Ya!


Cuando se cansó de gritar a la nada volvió a sentarse en el suelo, rumiando maldiciones y amenazas. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera para que alguien pagara por aquello, costara lo que costara, tardara lo que tardara. De todas formas tampoco le dio demasiado tiempo a pergeñar frías venganzas, pues al poco, de la misma forma que antes, un par de manchas aparecieron en el horizonte y fueron acercándose. Junto al operario de antes venía otro hombre más veterano, enfundado en una bata blanca. Esta vez esperó hasta que llegaran junto a él.

−¿Es usted el supervisor? −dijo levantándose del suelo, con tono tenso pero controlado. El interpelado asintió con la cabeza−. Bien, pues quiero que me despierte, que me saque de aquí ahora mismo. Ahórrese cualquier tipo de excusa −prosiguió ante el silencio y el gesto sorprendido de su interlocutor−, ya más tarde habrá tiempo para que traten de darme una explicación satisfactoria para esta… chapuza. Mi tiempo es muy importante, ¿sabe?, y ya me han hecho perder aquí demasiado. Así que vamos.

−Asombroso −fue lo único que obtuvo por repuesta, y ésta ni siquiera iba dirigida a él.

−Ya le dije −contestó el operario.

−Pero bueno, ¿es que no ha oído lo que le he dicho, maldita sea? −volvió a perder el tono comedido−. ¡Que me saquen de aquí!

−Sencillamente asombroso −repitió el doctor, esta vez mirándolo de arriba abajo con semblante estupefacto−. ¿Señor Igar?

−¡Vaya por Dios! −hizo un aspaviento−. ¿Pero es que no tienen a nadie normal trabajando en esta empresa?

−¿Don Mauricio Igar? −siguió el otro con la cantinela.

−Por enésima vez, sí, soy Mauricio Igar, y quiero que me saquen de aquí inmediatamente. ¿Entiende eso?

−Por supuesto. Siéntese, sólo será un momento −dijo señalando a uno de los tres sillones que acababan de surgir de la nada.

−Está bien, le concedo un momento, nada más −contestó entre dientes, sentándose con toda la desgana que era capaz de expresar sin palabras, los brazos cruzados, el ceño fruncido. Los otros dos también se sentaron.

−La verdad es que no sé por dónde empezar.

−Mejor hágalo por el principio, y si puede ser con brevedad.

−Claro, por supuesto −respondió el otro sin perder la parsimonia ni la sonrisa−. El principio es que hoy hemos tenido un grave incidente en nuestras instalaciones, un caso de reflejo somático crítico y, parece que debido a eso, se ha colapsado nuestra central de simulación.

−¡No me diga! −apuntó sarcásticamente−. Y yo soy uno de los afectados por ese problema, algo que ustedes no podían prever y de lo que, por supuesto, no se van a responsabilizar. Sí, me lo imagino.

−No exactamente.

−¿No?

−Fascinante −volvió a murmurar el doctor para sí−. Señor Igar, ¿qué es lo que recuerda?

−¿De qué?

−De su sesión, claro está. Del… problema.

−Lo único que recuerdo es que todo estaba bien hasta que su máquina se estropeó y me encontré aquí tirado. Simplemente eso.

−Ya veo.

−En fin, la verdad es que no tengo ganas de seguir con esto, al menos no hasta que me saquen de aquí. ¿Tiene pensado hacerlo o prefiere seguir importunándome después de lo que ya les he tenido que aguantar?

−¿Se acuerda usted de su familia, de su vida?

−Sí, supongo que por suerte no me han freído ustedes el cerebro con esta chapuza y me acuerdo perfectamente de mi familia, de mi trabajo y de mi vida. Y precisamente es eso lo que quiero, regresar a mi vida normal y olvidarme, si es que eso es posible, de la maldita hora en que decidí usar sus servicios.

−¿Podría decirme el nombre de su esposa y de sus hijos?

−¡Vamos, esto parece de broma! −no pudo evitar levantarse de un salto−. A ver, ¿qué parte de “quiero que me saque de aquí” es la que no ha entendido?

−¿Le importaría responder a mi pregunta?

−Mi esposa se llama Clara, Clara Asensio, y tengo dos hijos varones, uno llamado Mauricio, de dieciocho años, y otro llamado Claudio, de quince. ¿Satisfecho? Y ahora, ¿le importaría a usted responder a la mía?

−Increíble −volvió a dirigirse a su subordinado.

−¡Se acabó! −sentenció don Mauricio Igar−. Sáquenme de aquí ya.

−Don Mauricio.

−Que me saque de aquí ya.

−Don Mauricio, un momento.

−¡Ningún momento! −comenzó a alzar la voz−. Sáqueme de aquí ya. ¡Ahora mismo!

−Escúcheme.

−¡Que me saque de aquí le he dicho! −terminó gritando.

−Pone los pelos de punta −dijo el doctor al operario. Éste hizo un gesto de asentimiento.

−¿Se está divirtiendo con esto?

−No, la verdad es que no está siendo éste un día que se pueda calificar como “divertido”. Primero por el fallecimiento de uno de nuestros clientes, un señor llamado Mauricio Igar. ¿Le suena? −casi se podía decir que había satisfacción en sus palabras al decir esto.

−¿Qué?

−Y después porque además de los problemas que ha generado eso, por suerte no demasiados gracias a la bendita cláusula de exención de responsabilidades, hemos tenido un fallo generalizado en el sistema que ha abortado todos los procesos que teníamos en marcha y que nos tiene desde hace casi cinco horas sin poder ofrecer nuestros servicios, con la pérdida de dinero que eso significa.

−¿De qué me está hablando?

−Al final, lo que parecía una severa infección o un sabotaje ha resultado ser… usted, ahora que por fin le hemos localizado.

−Deje de decir estupideces y sáqueme de aquí de una vez.

−No podemos.

−¿Cómo que no pueden? −aquello ya era el colmo.

−No sabemos cómo ha entrado aquí. Ni siquiera sabemos qué es usted.

−¿De qué puñetas me está… ? Ah… ya entiendo. ¡Maldita sea! Eso es −dijo alejándose de los otros, aprensivo−. Todavía sigo en la condenada simulación, ¿verdad?

−Eso es lo que nos preguntamos nosotros, si usted es una simulación de creación espontánea, un “residuo psíquico” asimilado por el sistema… o qué demonios es.

−¡Bah! −hizo un gesto de desprecio con la mano, para después alzar la cabeza y dirigirse una vez más hacia aquel cielo eternamente azul−. ¿Hay alguien ahí? Por favor −empezó a mostrarse cansado, con los nervios rotos−, que alguien me ayude. ¿Es que acaso no tienen a nadie controlando las simulaciones? De verdad, no me encuentro nada bien. Hagan algo, por favor. ¡Sáquenme de aquí de una vez!

−Lástima que tengamos resetearlo todo −comenzó a decir el operario−, porque parece tan… vivo.

−Sí, sin duda −le respondió el otro, ajenos ambos a las peticiones de auxilio de la figura que estaba a escasos metros de ellos−. Supongo que por eso está consumiendo casi todos los recursos del sistema.

−¿Y no le parece que sería extremadamente interesante poder analizarlo por más tiempo?

−Incluso más: creo que eso que tenemos ahí delante vale ni más ni menos que un Nobel, fíjese lo que le digo. Por desgracia cada hora de parada del sistema le cuesta a la compañía casi cinco millones de euros, y los de arriba están que trinan. En fin −dijo levantándose del sillón−, una lástima.

−Así es.

−Por cierto, Pier. Como comprenderá, sería mejor que no hablara usted de esto con nadie, al menos de momento. ¿De acuerdo?

−De acuerdo, doctor.

−Bien.


Aún se quedaron un rato más contemplando aquella figura ahora sentada en el suelo. Ya había dejado de dar voces. Y parecía más tranquilo, con la mirada perdida en algún punto del incierto horizonte, como esperando algo.



Segundo clasificado en el I Premio internacional de las editoriales electrónicas 2008

Autor: Manuel Mije (Canijo)


Correo electrónico: perring255(arroba)hotmail.com

lunes, 29 de septiembre de 2008

Ganadores de los Premios Ignotus y Domingo Santos 2008


El pasado domingo 28 de septiembre, durante la cena de clausura de la Hispacón 2008, la Indalcón de Almería, la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFT), entregó sus Premios Ignotus al mejor material de temática fantástica aparecido el pasado año. Las obras y sus autores son los siguientes:


NOVELA:

Alejandro Magno y las Águilas de Roma, de Javier Negrete (Minotauro)

NOVELA CORTA:

Mundo al revés, de Ángel Padilla (Ediciones Parnaso)

CUENTO:

La apertura Slagar, de Santiago Eximeno y Alfredo Álamo (NGC 3660)

ANTOLOGÍA:

Premio UPC 2006, de VV. AA. (Ediciones B)

LIBRO DE ENSAYO:

Fantástica Televisión, de Alfonso Merelo (Grupo AJEC)

ARTÍCULO:

Hermenéutica relativista, de Gabriella Campbell (Hélice)


ILUSTRACIÓN:

Cristales de fuego, de Felideus (Ediciones Parnaso)

PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL:

REC, de Jaume Balagueró y Paco Plaza (cine)

TEBEO:


La Legión del Espacio, de Alfredo Álamo y Fedde Carroza (Grupo AJEC)

POESÍA:


El árbol del dolor, de Gabriella Campbell y Víctor Miguel Gallardo Barragán (Ediciones Efímeras)

REVISTA:


Hélice (Asociación Cultural Xatafi)

NOVELA EXTRANJERA:

La carretera, de Corman McCarthy (Mondadori)

CUENTO EXTRANJERO:

El monstruo de las galletas, de Vernor Vinge (Grupo AJEC)

WEB:

NGC 3660 (Pilar Barba)



Y también durante la cena de gala de la Indalcón, la AEFCFT entregó su otro gran premio de literatura, el Domingo Santos 2008 de relato, que recayó en la obra “Aquel negrito” de Francisco Galindo García (que se presentó con el pseudónimo de Nesquick).



Felicitamos desde aquí a todos los premiados.

sábado, 27 de septiembre de 2008

La esencia del Héroe

El Héroe entró en la Sala de las Cien Columnas, en el corazón de la Montaña del Aullido, para afrontar su Destino. Al final de la ciclópea estancia, fátuamente iluminada por brasas moribundas, le aguardaba el autoproclamado Amo de las Penumbras. Para llegar hasta él había atravesado el Desierto de Ceniza y el río Sambantión, vencido a fomores y cinocéfalos, burlado a súcubos y cazado a un catoblebas con una red de hilo de araña tejida por la Reina de las Amazonas. Incluso había logrado abatir a flechazos al wyrm del Bosque de Cristal, hazaña digna de figurar en los Anales de la Ciudad Esmeralda.

Todo lo había hecho para llegar a ese instante. Blandiendo la Espada de los Cuatro Filos, rescatada en la Gruta del Viento, se aproximó al Enemigo como el lobo al cordero. El Amo de las Penumbras había escogido para la ocasión un aspecto que al Héroe se le antojó patético: un anciano de largas barbas grises, vestido con una raída túnica de la extinguida Orden del Prisma Negro. El Héroe hubiese preferido acabar con él en la forma de un dragón o un licántropo bicéfalo, para que así alcanzase la victoria tras una épica lucha... pero quizás -pensó aliviado- aquel nigromante centenario había agotado ya todos los trucos para lograr frenarlo.

Cuando estuvo a su altura, tras subir una larga escalinata que llevaba hasta el trono que presidía la sala, El Héroe levantó el poderoso brazo para lanzar un golpe capaz de partir en dos un árbol. El Amo de la Penumbra lo miró condescentiente: tenía por cierto el triunfo final. No era el primer Héroe de pacotilla, Hijo de los Dioses, Elegido de la Fortuna y bla-bla-bla-bla, con el que se las veía cara a cara.

Todo estaba previsto. Hasta el más mínimo detalle de aquel enfrentamiento había sido orquestado por su maligna mente. Antes de que la Espada de los Cuatro Filos le separase la cabeza del tronco, en las Tierras Remotas de las que provenían los Héroes, eran exactamente las 6:59. En la habitación de aquel que tenía enfrente estaba a punto de sonar el despertador.


Relato publicado originariamente en:

http://palabrasmicrobioticas.wordpress.com/2008/06/04/la-esencia-del-heroe/

miércoles, 24 de septiembre de 2008

¡¡Fiesta de cumpleaños arácnido!!



Ya sabes que esta semana La Araña cumple dos añitos, y tras "algunas sugerencias", La Araña ha decidido que dado que queda aún mucho tiempo para el siguiente cumpleaños, será mejor celebrar éste en condiciones... así que quedas invitado a la ¡fiesta del 2º aniversario de La Araña!

El celebradísimo evento tendrá lugar en Librería La Araña, el viernes 26 de septiembre a partir de las 20,00 h (recuerda que en consideración a nuestros arácnidos vecinos, a eso de las 23,00 h nos tendremos que ir), así que no te hagas de rogar y ven el primero.

Entre mucha diversión, como siempre, habrá una tómbola con regalo robótico incluido, música, alguna cerveza y amig@s, ¿qué más se le puede pedir a una fiesta?.

Te espero...

Vetustas reliquias del ayer


Aquellas suntuosas representaciones, las cuales estaban dotadas en su mayoría de dudosa credibilidad, encarnan la única manera que tenemos de no dejar atrás el pasado, puesto que una parte importante de los acontecimientos no ha quedado registrada en los libros debido a numerosos factores que hicieron de ellos algo escaso, desvirtuado y superfluo.

Cuando aconteció La Gran Migración fueron abandonadas bibliotecas enteras repletas de libros, que allí permanecerán para no ser leídos, quedando encerrada en ellos la historia de un pasado que hemos perdido inexorablemente. Al igual que la de otros tantos que yacerán para siempre en el mar junto a los tripulantes de aquellos barcos que naufragaron durante tan prolongada travesía.

Por otro lado, al llegar a la nueva tierra y tras la última guerra de sucesión, el analfabetismo comenzó a prodigarse incluso entre la burguesía, llegando a un punto en que prácticamente no sabían de letras más que aquellos que ostentaran un cargo político. El resto, poetas, dramaturgos e historiadores, entre los que yo mismo algún día podría llegar a encontrarme, cayeron bajo el peso de una censura que acabó con la vida que se atesoraba en cientos de volúmenes, uniéndose a ellos las de sus respectivos autores. Solo La Sagrada Orden tiene en su haber alguno de aquellos libros antiguos, además de la compilación de todo lo que aconteció desde la llegada a la isla, estando cada acontecimiento registrado y fechado por un grupo de copistas que, aún hoy, consagran sus vidas a tal propósito.


Ólonam


Autor: Ángel (palabras)

Correo: lanaiel(arroba)hotmail.com

Novela blog: http://angelpalabras.blogspot.com/

Finalistas del Premio Domingo Santos 2008

Estimados amigos, os listamos los 5 relatos finalistas del Premio Domingo Santos 2008:

AQUÉL NEGRITO. Pseudónimo: Nescuick
NO OLVIDARÁS AL HERMANO AUSENTE. Pseudónimo: Fray Simplicius
UN DESTINO PARA SOLTEROS. Pseudónimo: Santi Démones
LOS SIETE CUERVOS. Pseudónimo: Judas Krae
TITAQUÍN. Pseudónimo: Mate Cosido

El vencedor se dará a conocer en la Cena de Gala de la Hispacón, que se celebrará el sábado 27 de septiembre.

El Secretario:

Raúl Gonzálvez del Águila, en Almería a 15 de septiembre de 2008.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Luz, a la luz

Con cuidado minucioso, fueron apartando la tierra que apelmazada formaba un pequeño montículo. A unos noventa centímetros de la cota cero, apareció endurecida por el tiempo, una pelota hecha con cordeles. Aquello fue una señal dolorosa de que el lugar era correcto. A un palmo y en la misma cota, asomaban ahora las falanges de una mano pequeña, sin duda del dueño de la pelota. Le habían arrojado el último, sobre sus padres, y a juzgar por la forma en la que cúbito y radio hacían ángulo con el humero y pegada la extremidad entera a la pared costal, abrazando su balón de cuerdas.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Para llegar a ella

Al principio tenía la costumbre de acercarse a ella por detrás, tapando sus ojos con las manos, a ella parecía divertirle mucho. Pasó después al encuentro con ella desde atrás pero cogiendo con sus manos los senos de la muchacha mientras besaba su cuello, a ella le producía emoción excitante. Volvió con el tiempo a tapar sus ojos desde atrás, pero a ella parecía no interesarle demasiado. Decidió por último acercarse a ella por delante, de frente y saludando desde lejos, pero encontró que ya no estaba.

El significado de la vida

¿Alguien me podría explicar el significado de la vida? Una vida en la que crees conocer a todos los que te rodean y apenas te conoces a ti mismo. Una vida en la que te pasas los días luchando para ser alguien, llegar a fin de mes, ser feliz, conseguir tus metas y al poco te percatas de que apenas quedan días para estar en ella. Una vida en la que observas cómo la vida misma maltrata a aquellos que no lo merecen y sin embargo es justa y casi eterna para bichos que se hacen llamar personas. Una vida que es veloz en los momentos felices y lenta en los más tristes y dolorosos.

¿Quién coño es el afortunado que puede explicarme el sentido de esta vida? Una vida que empieza y termina de la misma manera para todos.

Es nuestra propia enemiga, la peor de todas. Personaje ficticio que se hace pasar por alegría y recompensa y durante toda la obra se desenmascara en varias ocasiones para apuñalarte sin piedad..

Sin embargo, el Goya al mejor actor es para nosotros mismos. Somos capaces de ser ciegos, sordos, mudos, insensibles a todo acontecimiento y, peor aún, durante el transcurso de toda la obra. Faena agotadora. Nos introducimos en el papel que nos ha tocado de tal manera que llegamos a ser ilusos e ingenuos creyendo que la felicidad puede ser alcanzada en cualquier momento.



Autora: Loreto Regina Acosta García


Correo electrónico: reginita12(arroba)hotmail.com

jueves, 18 de septiembre de 2008

Desencuentro

Tomó la decisión por mi el corazón, resultó inevitable. Me acerqué hasta ellos por detrás y abracé su cuerpecito menudo mientras le besaba la rubia cabeza. Se volvió sobresaltado pero enseguida una sonrisa asomó a sus labios. Miró a su madre de reojo y entonces el terror hizo sus ojillos de agua. Todo fue muy rápido y ahora veía como se alejan por el corredor de la gran superficie, ella tironeando de su brazo, él volviéndose a cada paso. En mi bolsillo, vieja ya la sentencia con el régimen de visitas incumplido, y reciente el diagnóstico demoledor. Cáncer de huesos en fase muy avanzada. -Hasta siempre amor mio-. Repetí para mis adentros.

La Araña presenta a la editorial MandoCohete‏


Librería La Araña se complace en invitarle a la presentación de la editorial MandoCohete dentro del encuentro cultural Alamedeando.

En Librería La Araña tendrá lugar la presentación de los dos primeros libros de la editorial incluidos en la colección Clásicos Teatrales para jóvenes, que enfoca el Teatro como herramienta de aprendizaje y enseñanza.

"¡Arriba el telón!" - manual didáctico- y "Shakespeare: Libro I"- tomo ilustrado de las adaptaciones de Romeo y Julieta y Sueño de una Noche de Verano, serán presentados por su autora, Matilde López Muñoz, profesora de Lengua y Literatura en el I.E.S. Joaquín Romero Murube.

Además se presentará el próximo libro de la editorial, centrada en relatos para adultos, con la intervención de su autor.

La presentación tendrá lugar el sábado 20 de septiembre a las 13,00 h en la Librería La Araña.

lunes, 15 de septiembre de 2008

La fuente de la luna

Había pasado frío en ese viejo cuarto.

Y eso solo servía para recordar aún más.
Un lacónico buenos días fue pronunciado por el hijo. El padre, al oírlo, cerro los ojos y un pensamiento atravesó su cabeza —no sé que hacer—. Hacía tres meses el mundo de su hijo y el suyo propio se habían derrumbado.
—He tenido un sueño.
—¿Me lo cuentas?
—Sí. Había una fuente y la luna brillaba.
—¡Qué bonito!
—¿Y sabes otra cosa?
—No.
—¡Mamá estaba allí!
El padre creyó hundirse en la fuente soñada de su hijo.
A él, tener que cuidar del niño le había servido de huida, pero el niño no había encontrado ninguna vía de escape y cada día que pasaba mezclaba más y más los recuerdos de la madre con puras fantasías.
Estos tres días eran un nuevo intento para recuperarlo. El campo, el bosque, el río… sacarlo de la monotonía era su objetivo.
Cambió de tema.
—Hoy vamos a comer en el campo.
—Vale, papá.

La aldea era bastante pequeña. Un puñado de casas rodeaba una pequeña plaza coronada por una fuente. Poco más de una docena de personas se sentaban en los bancos situados a ambos lados de la misma.
Debían ser todos los habitantes de la aldea.
Todos eran viejos.
Se dirigieron a la vivienda que hacía las veces de tienda y donde le habían dado las llaves de la casa. El tendero era otro hombre mayor, de unos sesenta años, pero aún parecía fuerte.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Verá, ¿podría decirme como llegar al río?
—Sí claro. Coja el sendero que sale para la montaña. A dos horas de camino lo encontrará.
—Gracias.
Cuando salieron acompañados del tendero, otro anciano estaba junto a la puerta. Los dos viejos, tras ver alejarse por la plaza al padre y al hijo, hablaron.
—Ese niño puede valer.
—Sí.
—Además te toca a ti.
—Sí.
—El cuchillo sigue escondido en el pedestal de la fuente.
—Lo sé. Siempre está ahí.
—Recuerda, cuando la luna brille.
Esta vez no contestó, dando unos pasos hasta la plaza gritó llamando al niño.
—¡Chaval, ven!
El niño miró al padre y éste, con un gesto de la cabeza, le dijo que fuera. Corriendo pasó por delante de la fuente.
Fue observado por varios pares de ojos.
—¿Sí?— Preguntó entre jadeos.
—Te voy a contar un secreto, pero no se lo digas a tu padre. ¿Vale?
Dudó antes de asentir con la cabeza.
—En este pueblo…
El niño asentía y abría más y más los ojos con cada palabra que escuchaba.
Cuando regresó con su padre iba sonriendo y cantando. El padre no le preguntó qué le había dicho el tendero; con verlo así le sobraba.
Se fueron de excursión.

***

Una reja alta, acabada en pinchos y pintada por el característico color del oxido, le impedía acceder al cementerio. Allí estaba la fuente; la fuente de la luna —“...la llamamos así porque sí pides un deseo cuando la luna llena se refleja en el agua...”—. No dejaba de repetirse una y otra vez la frase acompañándola de una única imagen. La de su madre.
Lentamente y con los nervios a flor de piel cogió con su mano el cerrojo. No tenía candado. Lo descorrió y empujó la reja. Con un perezoso chirrido la cancela se abrió dejándole vía libre a las sombras. Dudó. Tenía miedo, pero pensar en su madre le dio fuerza para internarse entre las tumbas buscando el jardín de la fuente —“...está al fondo, en el lado opuesto a la entrada...”—. Se tropezó con lo que le pareció una lapida rota por el tiempo, pero no quiso prestarle atención, si lo hacía el pánico le impediría proseguir, y estaba tan cerca... Intentaba levantarse cuando un ruido atenazó todos sus músculos, aunque solo fue un instante; el que necesitó su cerebro para identificarlo con un chorro de agua. Levantarse y echar a correr fue una única acción. A los pocos segundos, sus lágrimas se mezclaban con el agua de la fuente.
Agua que reflejaba la luna.
Agua que reflejó una mano.

Gritos y puñetazos retumbaban en la silenciosa noche. Pero en la aldea nadie parecía escuchar. Ni una sola de las puertas o de las ventanas fue abierta. Ante la tienda se derrumbó llorando —mi mujer, mi hijo—. Sentía que en tres meses lo había perdido todo. Estaba solo en aquella maldita aldea acompañado únicamente por la luz de la luna. Luz que convertía todo en gris. Las casas, los bancos y la fuente de la plaza. Todo, incluso su propia vida.
Pero una desesperada luz se abrió paso entre las sombras. La fuente le había recordado el sueño de su hijo —Sí. Seguro que ha ido a buscarla—. Fue el pensamiento que cruzó su mente —pero, ¿dónde?—.Miró al norte, al bosque. Aquella parte ya la habían recorrido. También al sur, la campiña. Estaba despejada de árboles. Y por el oeste estaba la carretera. Solo quedaba un camino. Todo a una carta —al este—, se dijo.

La mano tiró con fuerza de los pelos, siendo algunos arrancados a la vez que el niño era izado. Todos los esfuerzos que realizaba por soltarse eran vanos. Más aún cuando un brazo lo apretó con fuerza contra el propio cuerpo del asaltante. Un aliento caliente, húmedo y fétido inundó la oreja y parte de la mejilla del niño.
—¿Has pedido tu deseo?
El niño, entre el dolor y el miedo no pudo articular palabra. Respondió moviendo la cabeza.
—Pues yo voy a pedir el mío.
Soltó los pelos y con esa misma mano se tanteó el bolsillo del pantalón y sacó una larga y fina cuerda.
—Pero para que me sea concedido, te necesito.
Tiró el cuerpo como si fuera un saco de patatas.
—La fuente de la luna... —le dio la vuelta y le amarró una mano a los pies—. Sí concede deseos. Pero tiene un precio.
Cuando se aseguró que estaba bien amarrado, y que no podría soltarse con la otra mano sin él darse cuenta, lo dejó para dirigirse hasta la base del chorro de la fuente.
—Para ser exacto, un cambio —hablaba mientras hurgaba entre las piedras que se amontonaban al pie del surtidor—. Yo quiero la juventud. La tuya.
Una lápida cayó con un ruido sordo.
—Aquí está!
A la luz de la luna, el niño vio como el tendero se acercaba hacia él con un cuchillo herrumbroso en las manos.
—Ahora, intercambiaremos nuestros tiempos. Yo tendré tu juventud, y tú… —calló por unos instantes mientras pensaba una nueva frase. Sonrió y añadió—, al menos no morirás en unos diez-veinte años.
Y mientras se reía del comentario que acababa de hacer se cortó las venas de su propia muñeca izquierda. Luego, con la mano libre del niño, hizo lo mismo.
El gritó inundó el bosque.

El grito se había clavado como una aguja en su cerebro —está sufriendo, algo le pasa— y lo único importante era llegar hasta su hijo. Había acertado con la dirección, pero no con el sendero. Atravesaba la maleza sin prestar atención a las ramas que golpeaban su rostro y a las rastreras raíces que le hacían tropezar una y otra vez. Un aullido o un lamento, era difícil de distinguir, le indicaron que faltaba poco. Tras saltar unos matorrales, cayó rodando sobre lo que parecía ser el sendero. Cuando se incorporó, ante él, se encontró con una reja abierta que daba acceso al cementerio —allí está mi hijo— corriendo franqueó la puerta.

La luna oscilaba llena de sangre.
El tendero había sumergido la mano herida del niño y la suya propia. Las heridas manaban. El tiempo de sus vidas se mezclaba.
—¿Lo sientes? ¡Yo sí!
La contestación solo fueron sollozos.
—Dentro de poco tú también lo sentirás. Sabrás lo que es… ser viejo.
La roja luna desapareció cuando dos cuerpos cayeron en la fuente.
Sin pensarlo, el padre se había abalanzado sobre la persona que hacía daño a su hijo. Solo una idea ocupaba su mente —matar a ese cabrón—. Giraron uno sobre otro. Manos y piernas impactaban contra torsos y caras. Pero a medida que la ventaja de la sorpresa desaparecía, el tendero recobraba la iniciativa. En el último de los giros su cuerpo acabó arriba. Dos puñetazos, y sus manos tuvieron tiempo para cerrarse como tenazas alrededor del cuello del padre.
Le faltaba aire.
Entraba agua.
Pero se habían olvidado de alguien cuyo tiempo había avanzado. Avanzado lo suficiente para que ese alguien ya no fuera un niño miedoso. Para que ese alguien fuera capaz de pensar fríamente y desatar unas ligaduras con una sola mano. Suficiente para que ese alguien cogiera un cuchillo.
—Mi padre no va a morir.
Cuando el tendero se percató de su error, ya era tarde. Un cuchillo se hundía hasta el mango en su espalda.
—Tú ocuparás su lugar.

Ojos vidriosos miraron la luna llena.
Fue lo último que vieron.



Autor: F. Jesus Franco Díaz (francoix)

Correo electrónico: francoix10(arroba)hotmail.com

La Carta

Mi inquietud desaparece
y me sobreviene la calma al descubrir,
tras la frialdad que me ofrecen sus letras,
la huella de una furtiva lágrima que, sobre el papel,
tuvo a bien dejarme el amor.




Autor: Ángel Vela, "palabras"
Correo Electrónico: lanaiel(arroba)hotmail.com

viernes, 12 de septiembre de 2008

Suicidio

Una figura se veía sobre el tejado, miraba al frente decidida a quitarse la vida. Había corroborado todo lo que sus amigos le habían comentado tiempo atrás.

−No ves que tu novia lleva mucho el perro al veterinario −le decían.

−Pero si yo ni siquiera tengo perro −contestaba.

−Pues mas sospechoso, ¿para qué crees que va?

−¡Dejadme en paz! −terminaba por decir y así la discusión se posponía hasta el día siguiente.

Maldito aquel día que esperando en el coche a que el semáforo cambiara de color, divisó a lo lejos una silueta que le era familiar acompañada de un hombre con bata blanca y dos perritos muy lindos, ambos iban cogidos de la mano regalándose caricias; el acelerón fue brusco pero ni se inmutaron.

Al llegar a casa vio varias facturas, el gas, el agua, la luz, todo sin pagar, no había dinero en el banco; su cuerpo se estremeció al ver la última carta, era de una tienda de animales donde se había abonado la cantidad de 1500 euros por dos lindos cachorritos de la raza cocker.

No le quedaba nada, todo lo que había defendido y por lo que había luchado hasta el agotamiento extremo caía desmoronado. Sólo le quedaba una salida, EL SUICIDIO.


Por eso estaba allí, mirando al frente, recordando las sabias palabras que un amigo le brindó no hacía muchos días: “la mayoría de gente que quiere tirarse por un balcón no lo hace porque mira al suelo y se lo piensa mejor”; él no lo iba a hacer. Pero entonces le asaltó una duda: ¿cómo caería? No quería caer de cabeza, le parecía demasiado romperse el cuello estrellándose toda la cara contra el suelo, y de pie tampoco, no le gustaría acabar con las espinillas a la altura de la garganta. Mejor caer tumbado, así el que se asomara al escuchar el ruido lo vería boca arriba y quedaba más estético. Decidido, caería de espaldas.


La distancia era considerable, estaba sobre el tejado de un cuarto piso, no le asustaba y de un impulso se dejó caer sin saber la sorpresa que le esperaba.

A la altura del tercero sintió un dolor fortísimo en la espalda y quedó parado en el aire, pensaba que el tiempo se ralentizaría antes de morir, pero no que se parase; cuando se dio cuenta descansaba sobre el motor de un aire acondicionado, chilló pero la voz no le salía debido a lo fortuito del golpe. Poco a poco fue escurriéndose hasta que volvió a caer, esta vez de cara al suelo, mientras veía cómo se acercaba al primero, donde había otro escollo más: la vecina del primero era la denominada bruja del bloque, la típica vieja chismosa que no tiene otra cosa que hacer que molestar a los vecinos. Tal era el grado de maldad de la señora, por denominarla de alguna manera, que tenía un tablón de madera enganchado al cierre de la cocina donde dejaba descansar los guisos, y de paso humeaba toda la ropa que sus vecinas tendían.

Dado que la vida está llena de casualidades, en ese momento reposaba una olla humeante llena de potaje sobre el tablón, e iba de cabeza hacia ella. El golpe era inevitable, poco a poco se acercaba, el momento se le estaba haciendo interminable.

El choque tampoco fue para tanto, al menos considerando que su objetivo era el suicidio: si en el anterior se había hecho añicos la espalda en este la cara le quedaría irreconocible, una ceja rota, siete dientes partidos, labios reventados, tabique nasal hundido y demás lesiones que aunque fueran pequeñas eran dolorosas, además las quemaduras que le había producido el caldo hirviendo eran como mínimo de tercer grado.

El choque fortuito le hizo girarse a la posición original con una pequeña diferencia, la olla la llevaba encajada en la cabeza, el golpe contra el suelo ni lo sintió, ya que había ido perdiendo velocidad y fue minúsculo; lo peor era que aún estaba vivo por lo que su objetivo principal había fracasado. Ya sólo le quedaba decir a los enfermeros de la ambulancia que se había resbalado, que había sido un accidente. Más adelante tendría tiempo de volver a intentarlo, pero esta vez, a poder ser, con pastillas o una pistola, pues había descubierto que la caída libre no era su fuerte.



Autor: Rafael De Alba Rodríguez (Morti)

Correo electrónico: john_difool(arroba)hotmail.com

Finalistas

Por fin han sido anunciados los finalistas definitivos de la XVII edición del Premio Pablo Rido y de la I edición del Certamen Monstruos de la Razón, el primero uno de los eventos señeros del fandom español que en anteriores ediciones recayó en nombres tan ilustres dentro del mundillo como Cesar Mallorquí, León Arsenal, Daniel Mares o Rafael Marín, y el segundo un certamen de nuevo cuño organizado por la web Ociojoven.com que ha tenido bastante buena acogida en esta su primera edición.



Finalistas Pablo Rido:


Una valla en la oscuridad firmado por Cualquiera
Hacia el survillion firmado por Juan Matarato
Mercenario firmado por Mercenario
Simuversia firmado por Ókula Plétora Híbrida
El club de la mortaja firmado por Basilio Beltrán



Finalistas Monstruos de la Razón:


Categoría Fantasía


Juglar por dStrangis
Verdugo de Dios por Tiranion
Ha caído un gran héroe por perrodeldemonio
Lucía y Lucía por op141
El espejo de los sueños rotos por Akhul
Penitencia por Cuervo86
El reposo del guerrero por Gilles de Blaise
Odisea por MunLightDoll
Furia en la sangre por LeDiable
Mi viejo y la "cosa" por leomontero


Categoría Ciencia Ficción


Seguridad Social por erlantz
Dioses por elmaster14
Sueños radioactivos por Hans Topo
Sextrum 3000, un nuevo confort por Akhul
Otilia por Londo Mollari
La Granja por vedovelli
La soledad de Jonas por ErikAdams
Tiempo para Luciana por leomontero
Tukuloa por ethelnir
Ruinas de neón por dorianstark


Categoría Terror


Toby por Víctor Mancha
Luci por oxigen79
La ciudad de los insectos por Tiranion
El síndrome de Alicia por norma bates
El entierro por Akhul
Sin Esperanzas por ElArgonauta
El Habitante del Espejo por LeDiable
El fotógrafo por javierpellicer
El Último Viaje por Zillion84
Cryo por yosu RC

martes, 9 de septiembre de 2008

Expediente Estocolmo

"Debería morderme la lengua y no contestarte. En el fondo quizá sea yo la que me busco que me pegues, hablando más de la cuenta cada vez que no te comprendo. Haría mejor dándote la razón. Tú no eres violento, yo te saco de quicio muchas veces, es verdad. Hoy te pediré perdón por todo cuando vuelvas."

El fiscal cerró el diario y miró la fecha probable de la muerte en el parte de autopsia. Debieron de pasar un par de años desde que ella escribió aquellas líneas.

La metamorfosis (Franz Kafka)


"Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró en su cama convertido en un insecto monstruoso". Así de contundente es el comienzo de la más célebre obra de Franz Kafka, el autor que mejor supo reflejar lo alienante e inhumano de la vida moderna, en las efervescentes primeras décadas del s. XX europeo.


Autor: Praga, (1883-1924). Franz Kafka se interesó desde joven por la mística y la religión judía, que ejercieron sobre él una notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo. Su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad expresa, pues ordenó a su íntimo amigo y consejero literario Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, constituye una de las cumbres de la literatura alemana, y se cuenta entre las más influyentes e innovadoras del siglo XX. En la línea de la Escuela de Praga, de la que es el miembro más destacado, su escritura se caracterizó por una marcada vocación metafísica y una síntesis de absurdo, ironía, lucidez y pesimismo.


Sinopsis: Gregorio Samsa es un joven viajante de comercio, vive en el hogar familiar, es educado y responsable, y muy comprometido con su trabajo. Cuando al despertar se descubre encarnado en una suerte de enorme cucaracha, Samsa no enloquece ni desespera, más bien se siente contrariado: no llegará a tiempo de coger el tren, y tampoco ha podido avisar en la oficina; sus padres estarán preocupados...


Ediciones: (2003) Editorial Losada, ISBN 9789500392679, 126 páginas, tapa blanda bolsillo. (2005) Ediciones Akal, Colección Akal Literaria ISBN 9788446020707, 176 páginas, tapa blanda. (2006) Ediciones Era, ISBN 9789684116610, 98 páginas, tapa blanda.


Conclusión: El brillante retrato en clave surrealista del burgués de la época, condicionado por intereses ajenos, describe a un ser insignificante arrastrado por un torbellino cuyo poder sobre nuestros destinos es tal, que nos despoja de nuestra misma humanidad. La metáfora de Gregorio Samsa, el hombre que perdió su condición humana, es perfectamente exportable a nuestros días, motivo por el cual la obra de Kafka sigue estando, noventa años después, tan vigente si no aún más que entonces.



Autor: Ernesto Fernández (Weiss)

Correo electrónico: ernst1976(arroba)hotmail.com

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