lunes, 14 de febrero de 2011

Parte semanal de progreso en la escritura de La senda del hipopótamo (I)

Esto va por mi buen amigo Guybrush Threepwood, el cual después de darme miles de horas de diversión en un juego se convirtió en una persona real que salió del ordenador y me ayuda en el solitario y tan difícil camino de la pluma y la hoja en blanco.

PRIMERA SEMANA

Cuando uno se pasa todo un año planeando hacer algo, en este caso escribir una novela, el momento en el que por fin todas las circunstancias se ordenan y puede empezar con su proyecto resulta emocionante.

Algo así me ha sucedido con La senda del hipopótamo. Ví al hipopótamo en un instante de claridad antes de dormir, en esos preciosos segundos en los que la mente se libera de las inhibiciones del día a día y vuela por donde le pide su propia naturaleza. Esto sucedió en torno a Septiembre de 2010 y, desde entonces, he ido investigando poco a poco las posibilidades que el artiodáctilo me ofrecía.


He hecho esquemas, definido personajes, diálogos, escenas. Incluso he empezado cuatro borradores distintos para ver que forma iba a adoptar el proyecto. He pensado las distintas partes y capítulos en las que dividir la historia, por supuesto también en cual es el tema que quería estudiar a través de ella. En este último particular la trilogía ensayísitica de Milan Kundera (El arte de la novela, Los testamentos traicionados y El telón), que he estado revisitando y estudiando durante este período, han sido de una utilidad virtualmente infinita. Gracias al maestro he llegado a la conclusión que la loca historia que ando pergeñando no tendrá sentido ni valor sino sirve como vía de reflexión en torno a algún tema que sea, al menos para mí, de cierta importancia. Ya tengo ese tema y se articula perfectamente con la historia, estoy satisfecho.

Con todo esto, llegadas las vacaciones, es el momento idóneo, como diría Fonollosa, de escribir mi libro.

Tanto preparativo y tanta ilusión no quitan, en cualquier caso, que el contacto con la realidad sea duro en muchas ocasiones. Primero hace falta mucha disciplina, que más o menos estoy manteniendo, y segundo, más importante, hace falta tiempo. Cierto que en vacaciones se tiene tiempo en abundancia, pero también es cierto que ese tiempo no se puede dedicar en exclusividad a un único proyecto. Tengo obligaciones musicales, compromisos sociales, una casa que limpiar, una boda que organizar, una familia a la que ver y, por supuesto, escapadas playeras y serranas que realizar.

Con esto la primera semana de escritura ha sido provechosa aunque no tanto como quisiera. Contando con que tengo un plazo de nueve semanas para sacar esto adelante, me he quedado corto.

Ya tengo el preludio y los dos primeros capítulos. El total de palabras supera por poco las cinco mil, lo cual implica que a este ritmo no alcanzaré el volumen estimado de veinticinco capítulo y sesentamil palabras para Septiembre. Hay que aumentar el tiempo dedicado al trabajo.

En el orden de cosas positivas es preciso destacar que la cosa está quedando bien y estoy presentando los hilos, que luego me servirán para tejerlo todo, de un modo que estimo bastante acertado. También estoy consiguiendo un grado de intertextualidad conmigo mismo bastante elevado. No sólo por las referencias cruzadas a escritos anteriores (pueden visitar mis Cuentos del Barrio de las Putas si quieren una muestra), sino por las que allanan el camino para proyectos futuros ya esbozados.

Haciendo un poco de exégesis de mí mismo, ¡toma ya si no ha salido pretencioso el nene!, creo que si hay algo que me mueve por encima de todas las cosas al escribir es el ir creando, cuento a cuento, novela a novela, un macrocosmos litereario de mi invención donde, al final, todo tenga coherencia. Esto es herencia, lo reconozco, de la fascinación que sentí al leer a Isaac Asimov y como hilvanó las Fundaciones con los cuentos de Robots.

Y hasta aquí puedo leer la tarjetita esta semana. En siete días, que pasan volando, volveré a asomarme por aquí para contar mis avances. Deseenme suerte.

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