Me llamo Elisa y soy una de tantas mujeres que pasará a la historia por conseguir algo grande, al menos a los ojos de los demás, pero mi historia, la que no aparece en los libros, está llena de emociones que nunca se escribieron, esas que siempre permanecieron ocultas a los ojos de los hombres porque, sea en la época que sea, la manera de sentir de una mujer no es argumento suficiente para que su nombre se escriba en las estrellas.
Quiso
el destino que naciera hija del rey de Tiro y que compartiera mi
sangre con Pigmalión, que acabó heredando el trono, y con Ana, mi
pequeña Ana.
El
afán de mi hermano por conseguir poder y riqueza nunca le permitió
conformarse con el hecho de reinar sobre todos los súbditos de Tiro por
lo que, al margen de mis sentimientos, organizó mi vida en beneficio de
la posición de la que siempre había querido rodearse.
Así
fue como apareció en mi vida Siqueo. Pigmalión puso sus miras en él
como candidato perfecto a ser mi esposo por dos motivos: la posición que
ocupaba en nuestra sociedad y la fortuna que había atesorado a lo
largo de los años. Sin duda era el partido más apropiado para la
hermana del rey de Tiro. Con palabras que pretendían alejarse de una
simple orden a acatar, mi hermano me presentó la figura del sacerdote
del templo de Melkart como al protector de mis días, como al hombre que
cuidaría de mi fragilidad femenina para otorgarle seguridad a mi vida.
Nada
se habló de sentimientos del corazón, ni del lenguaje de la piel, ni
de los suspiros del alma… el rey sólo tuvo palabras para el deber
cumplido, como monarca y como hermano mayor.
Para
ser sincera, debo confesar que nunca logré amar a Siqueo. Por mucho
que me sintiera amada en sus brazos yo nunca logré devolverle el amor
que me profesaba y esa certeza siempre me ha pesado en el alma. Las
lágrimas que derramé por su muerte fueron sinceras, pero más que al
hombre, mi llanto lloró a sus secretos compartidos, a esa
complicidad que alcanzamos alejada del amor, a ese tributo que me
ofrendaba sin pedir nada a cambio. Sí, mis lágrimas fueron sinceras y
dolieron más que las derramadas por la traición.
La
traición siempre ha estado presente en mi vida como un sueño
recurrente que te asalta cuando menos te lo esperas. Llegó a mi vida de
manos de Pigmalión y en el nombre del buen Siqueo. La que lleva el
sello de mi hermano se me clavó en la espalda revelando sus más oscuras
intenciones y la que vengó a mi esposo, fue ejecutada
por mi propia persona… por el despecho de sentirme utilizada y por el
dolor de bestia herida que escapó de mi pecho al ver a Siqueo muerto a
manos de sicarios que mi misma sangre había mandado. Mis lágrimas
fueron sinceras.
_¿Me has mandado llamar?
_Querida
Elisa, eres la hermana del rey de Tiro y un ejemplo a seguir por todas
las súbditas de este reino, incluida tu estimada Ana, que pronto
seguirá cada uno de tus pasos. Por eso, todo sacrificio que hagas en
nombre del reino será digno de loa y encumbrará la sangre de tu
estirpe.
_No
encuentro sentido en tus palabras, Pigmalión. Le ruego claridad a tu
boca para que mi razón no se pierda entre las sombras de frases que no
logro discernir. ¿De qué sacrificio me habla el rey de Tiro?
_El
sacrificio que tu rey te pide lleva el nombre de Siqueo. Cuando lo
elegí como tu esposo vi más allá del sacerdote bien posicionado y del
buen amante. Mi corazón de hombre con ambiciones para su reino, se llenó
de las lenguas que proclamaban sus posesiones, de la visión de ese oro
que servirá para expandir las fronteras de Tiro. Ese es tu cometido
para con tu reino querida Elisa, arrancar de boca de tu esposo el lugar
donde en secreto atesora sus riquezas y ponerlas al servicio de tu
rey.
Esas
fueron las palabras que sellaron la traición de mi propio hermano. Las
que me arrancaron lágrimas de impotencia al saberme utilizada y las
que hicieron posible que yo fraguara mi propia traición, mostrándome
una parte de mí misma que hasta entonces desconocía.
El
amor de mi buen esposo le impedía mantenerme alejada de lo que para
los demás eran sus secretos, por lo que ya conocía que sobre el tesoro
crecían árboles que otorgaban sombra a los creyentes y flores que llenaban de fragancia los jardines del templo de Melkart. Sin embargo, la ambición de mi hermano recibió una mentira como respuesta. Una ubicación inventada que me otorgara tiempo para alejarme de todos mis horrores: el altar del templo.
La vida de Siqueo fue arrancada en cuanto mi hermano, rey poderoso y hombre cruel, conoció de mis labios el paradero del tesoro.
Mis
lágrimas fueron sinceras, pero no me impidieron liberar a la tierra
del jardín del secreto que albergaba, mientras los soldados de mi rey
destrozaban el altar bajo la mirada impasible de la divinidad.
Después, sólo me apetecía correr, huir de todo lo que me recordara en
lo que se había convertido mi vida. Maldije mi sangre. Maldije mi
estirpe. Y busqué un lugar donde empezar desde cero, donde no hubiera
nada que me recordase en lo que me había llegado a convertir.
Acompañada
de mi hermana Ana, de mis doncellas y del recuerdo de Siqueo puse
rumbo a mi nueva vida hasta arribar en las costas de África. La
hospitalidad de las gentes que encontré allí me otorgó un trozo de
tierra y un nombre nuevo. La tierra se abría al mar y el nombre me
concedió alas de divinidad.
Años
más tarde, la traición volvería a visitarme con el nombre de Eneas. Y
esa vez dolió tanto que se llevó mi propia vida. La vida de un alma de
mujer que murió por amor y mostró su fragilidad al mundo a pesar de ser
Dido, la fundadora de Cartago.
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