sábado, 2 de marzo de 2013

Una mujer en la historia


Me llamo Elisa y soy una de tantas mujeres que pasará a la historia por conseguir algo grande, al menos a los ojos de los demás, pero mi historia, la que no aparece en los libros, está llena de emociones que nunca se escribieron, esas que siempre permanecieron ocultas a los ojos de los hombres porque, sea en la época que sea, la manera de sentir de una mujer no es argumento suficiente para que su nombre se escriba en las estrellas.
Quiso el destino que naciera hija del rey de Tiro y que compartiera mi sangre con Pigmalión, que acabó heredando el trono, y con Ana, mi pequeña Ana.
El afán de mi hermano por conseguir poder y riqueza nunca le permitió conformarse con el hecho de reinar sobre todos los súbditos de Tiro por lo que, al margen de mis sentimientos, organizó mi vida en beneficio de la posición de la que siempre había querido rodearse.
Así fue como apareció en mi vida Siqueo. Pigmalión puso sus miras en él como candidato perfecto a ser mi esposo por dos motivos: la posición que ocupaba en nuestra sociedad y la fortuna que había atesorado a lo largo de los años. Sin duda era el partido más apropiado para la hermana del rey de Tiro. Con palabras que pretendían alejarse de una simple orden a acatar, mi hermano me presentó la figura del sacerdote del templo de Melkart como al protector de mis días, como al hombre que cuidaría de mi fragilidad femenina para otorgarle seguridad a mi vida.
Nada se habló de sentimientos del corazón, ni del lenguaje de la piel, ni de los suspiros del alma… el rey sólo tuvo palabras para el deber cumplido, como monarca y como hermano mayor.
Para ser sincera, debo confesar que nunca logré amar a Siqueo. Por mucho que me sintiera amada en sus brazos yo nunca logré devolverle el amor que me profesaba y esa certeza siempre me ha pesado en el alma. Las lágrimas que derramé por su muerte fueron sinceras, pero más que al hombre, mi llanto lloró a sus secretos compartidos, a esa complicidad que alcanzamos alejada del amor, a ese tributo que me ofrendaba sin pedir nada a cambio. Sí, mis lágrimas fueron sinceras y dolieron más que las derramadas por la traición.
La traición siempre ha estado presente en mi vida como un sueño recurrente que te asalta cuando menos te lo esperas. Llegó a mi vida de manos de Pigmalión y en el nombre del buen Siqueo. La que lleva el sello de mi hermano se me clavó en la espalda revelando sus más oscuras intenciones y la que vengó a mi esposo, fue ejecutada por mi propia persona… por el despecho de sentirme utilizada y por el dolor de bestia herida que escapó de mi pecho al ver a Siqueo muerto a manos de sicarios que mi misma sangre había mandado. Mis lágrimas fueron sinceras.
_¿Me has mandado llamar?
_Querida Elisa, eres la hermana del rey de Tiro y un ejemplo a seguir por todas las súbditas de este reino, incluida tu estimada Ana, que pronto seguirá cada uno de tus pasos. Por eso, todo sacrificio que hagas en nombre del reino será digno de loa y encumbrará la sangre de tu estirpe.
_No encuentro sentido en tus palabras, Pigmalión. Le ruego claridad a tu boca para que mi razón no se pierda entre las sombras de frases que no logro discernir. ¿De qué sacrificio me habla el rey de Tiro?
_El sacrificio que tu rey te pide lleva el nombre de Siqueo. Cuando lo elegí como tu esposo vi más allá del sacerdote bien posicionado y del buen amante. Mi corazón de hombre con ambiciones para su reino, se llenó de las lenguas que proclamaban sus posesiones, de la visión de ese oro que servirá para expandir las fronteras de Tiro. Ese es tu cometido para con tu reino querida Elisa, arrancar de boca de tu esposo el lugar donde en secreto atesora sus riquezas y ponerlas al servicio de tu rey.
Esas fueron las palabras que sellaron la traición de mi propio hermano. Las que me arrancaron lágrimas de impotencia al saberme utilizada y las que hicieron posible que yo fraguara mi propia traición, mostrándome una parte de mí misma que hasta entonces desconocía.
El amor de mi buen esposo le impedía mantenerme alejada de lo que para los demás eran sus secretos, por lo que ya conocía que sobre el tesoro crecían árboles que otorgaban sombra a los creyentes y flores que llenaban de fragancia los jardines del templo de Melkart. Sin embargo, la ambición de mi hermano recibió una mentira como respuesta. Una ubicación inventada que me otorgara tiempo para alejarme de todos mis horrores: el altar del templo.
La vida de Siqueo fue arrancada en cuanto mi hermano, rey poderoso y hombre cruel, conoció de mis labios el paradero del tesoro.
Mis lágrimas fueron sinceras, pero no me impidieron liberar a la tierra del jardín del secreto que albergaba, mientras los soldados de mi rey destrozaban el altar bajo la mirada impasible de la divinidad.
Después, sólo me apetecía correr, huir de todo lo que me recordara en lo que se había convertido mi vida. Maldije mi sangre. Maldije mi estirpe. Y busqué un lugar donde empezar desde cero, donde no hubiera nada que me recordase en lo que me había llegado a convertir.
Acompañada de mi hermana Ana, de mis doncellas y del recuerdo de Siqueo puse rumbo a mi nueva vida hasta arribar en las costas de África. La hospitalidad de las gentes que encontré allí me otorgó un trozo de tierra y un nombre nuevo. La tierra se abría al mar y el nombre me concedió alas de divinidad.
Años más tarde, la traición volvería a visitarme con el nombre de Eneas. Y esa vez dolió tanto que se llevó mi propia vida. La vida de un alma de mujer que murió por amor y mostró su fragilidad al mundo a pesar de ser Dido, la fundadora de Cartago.

0 comentarios:

Archivos del blog