martes, 16 de agosto de 2011

Breves comentarios a Nuevas leyendas aragonesas

Si hay algo que destacar ante todo es la buena edición de esta antología, encargada por Mira editores. Las pastas, el diseño e incluso el papel. Lo bueno sería que no hiciera falta destacar estas cosas, pero así estamos. Se edita mucho pero mal, por eso cuando se edita bien, se nota.


El libro se abre con un prólogo que divaga un poco. No entiendo yo del todo la moda de ponerle prólogo a cualquier antología. En este caso, la temática ya queda clara en el título o en la contraportada y no creo que un prólogo como el que acompaña al libro fuese necesario. No estamos hablando de una obra con carácter canónico, ni siquiera de una presentación de tal o cual generación literaria, o al menos no ha sido así presentada, ni vendida, ni siquiera en el prólogo que ya tiene.


Otro elemento que como idea pudo dar mucho más de sí son los comentarios que cada autor añade al final de su cuento acerca de la leyenda que cuentan. En ningún caso salvo el de Juan Ángel Laguna, merecen la pena más allá del cotilleo, el onanismo, la publicidad o del hablar por hablar, cuando es el relato mismo el que debe hablar sin intervención póstuma del autor.


El primer relato, La leyenda de Escriche, es una historia mediana de nieve y bestia. De fondo, la guerra civil. El estilo al principio titubea mucho, luego se asienta y fluye algo mejor, sin llegar a ser muy marcado o personal. Por otro lado, más allá de ciertos clichés bélicos y simples, la parte más conseguida del cuento es cuando la realidad se vuelve esperpéntica (la escena de la prostituta) y el autor se libra de frases encorsetadas y se sacude la seriedad que impregna el resto y que hace que el lector se sienta distraido, sobre todo porque ni la leyenda ni la prosa son tan originales ni interesantes como para merecer semejante sobriedad.


El segundo cuento rezuma autenticidad. Un mal título para un relato bueno: Hijos del hielo. El estilo es muy definido, se agradece el uso de localismos y el buen aprovechamiento del escenario, que no solo acompaña a la trama sino que forma parte indisoluble de la misma. El principal pero: demasiado largo. Sobra el epílogo final, anticlimático, que vale como cuento aparte y que, en todo caso, quedaría mejor como prólogo. Y sobre todo sobra el comentario del autor que es una coda sobrada y añadida a un relato que ya ha acabado desde antes del primer salto al presente.


El rayo rojo es un relato humorístico fallido. Aunque haya algún juego muy ingenioso, estos nadan en una prosa insulsa que peca de ser demasiado simple, además de que necesita un depurado (demasiados adverbios en -mente, por ejemplo). Las subordinadas se cuentan con los dedos de una mano y la sucesión de frases coordinadas insustanciales acaba convirtiéndose en un mantra aburrido formado de pautas telegramáticas. El humor es muy difícil y en este caso queda reducido a una historia inverosímil, casi absurda, pero de poca enjundia. Alguien podría añadir que el escenario o el apelativo de leyenda está muy cogido por los pelos, pero no es un elemento literario que se pueda juzgar.


Señor de Moncayo es el relato más sugerente de la antología. Los espacios, las localizaciones y sobre todo la caterva de personajes son muy originales. Futuro y leyenda constituyen un mundo apasionante, y es muy remarcable la intensa manera de humanizar los monstruos que tiene el autor. El principal problema del cuento es, desgraciadamente, su concepción: no es cuento, ahí hay algo mucho más grande; la soltura que parece tener el relato se debe a que queda mucho que contar, demasiado, porque diría que más que un cuento lo que he leído ha sido una sucesión de fragmentos de una novela y, lamentablemente, a veces, una especie de borrador depurado.


Los signos de Caín es el relato más sólido estructuralmente de la antología. Se apoya en una imagen muy poderosa, pero que por sí sola podría parecer muy explotada. Una prosa personal, con carácter y fluida, quizás demasiado centrada al final en la descripción de lo macabro cuando al relato le hubiera venido mejor cierta languidez en la acción, más acorde con el final.


Tierra de brujas y endemoniados falla en dos cosas: su título y su deus ex machina final, que disuelve de un plumazo toda la tensión acumulada. No quiero destripar el argumento, pero quizás un poco más de mala leche hubiera consumado la incomodidad (y cierto terror vedado) que me estaba provocando, por cercanía y sinceridad tanto en el narrador, quizás el mejor perfilado, como en los acontecimientos.

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