–Dígame la buena fortuna.
El vidente agarró la mano de su cliente. Le temblaba el pulso.
–¿Qué ve? –preguntó la muchacha.
El viejo adivino contuvo la respiración. Tendría que mentir. Otra vez.
–En breve conocerás el amor.
La jovencita, emocionada, dio un respingo.
El vidente también.
No entendía porque la línea de la vida de todos sus visitantes terminaba al anochecer.
Tampoco que un día más tarde se reanudara.
Muy pronto, publicado por 23escalones, Para mí tu carne.
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