Giro, giro y giro. Voy cada vez más deprisa, cada vez más rápido; me siento tan excitado de cumplir bien con mi misión que emito un silbido que se escucha en la distancia. Las imágenes parecen romperse, se difuminan con la velocidad que estoy alcanzando en un borroso “collage” de colores. Vibro y entro en calor, me siento excitado y feliz, aumento el ritmo y giro todavía más deprisa...
De pronto, algo aparece ante mí bloqueándome el paso. Percatándome del riesgo, zigzagueo para evitar el choque, pero voy demasiado deprisa y pierdo el equilibrio. Ahora ruedo sin control, un minuto lo de arriba está debajo y al minuto siguiente vuelve a su posición. Con un aterrador salto final, termino bruscamente mi marcha. Es entonces, cuando el coche explota en llamas. Restos de combustible caen sobre mí y las llamas azules atacan mi cuerpo, sigo unido al eje, sigo rodando como un carro de fuego pirotécnico... Pero es mi último acto, el canto del cisne que indica, que mi vida como neumático ha llegado a su fin.
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