—No me creo que llames desde El Bonillo.
—Pues sí, señora, como le dije anteriormente le llamo desde este lugar para…
—¿Sabes que mi madre vivía allí antes de mudarse a Albacete? Yo aún no había nacido, pero me ha hablado muy bien del lugar.
—Sí, señora, es un pueblo muy bonito, pero el motivo de mi llamada es su hijo.
—¡Mi hijo! ¿Qué le ha pasado a la criatura de mis entrañas?
—Nada, señora, está muy bien, lo tengo aquí a mi lado…
—¡¿Cómo?! ¿Has secuestrado a mi hijo? Eres un pervertido. Como le toques un pelo a mi querubín del alma no vas a tener mundo para esconderte.
—Señora, por Dios, que no le he hecho nada. Ha venido en autobús hasta aquí…
—¡Qué poca vergüenza! Es decir, que asaltaste a mi hijo en el autobús y lo llevaste a tu casa, ¿no? Pues no vas a cobrar rescate alguno, somos una familia obrera y de clase media que trabaja día y noche para sobrevivir en esta tierra que amamos, y nadie rapta a mi hijo sin salir impune. Ahora mismo se lo digo a mi marido y llamamos a la policía.
—No, señora, se lo ruego, está cometiendo una equivocación.
—No, la equivocación la estás cometiendo tú. ¡Fernando! Tengo al teléfono un hombre que dice haber secuestrado a nuestro hijo.
—¿A nuestro hijo? –se oyó decir a lo lejos—. Yo no tengo hijo.
—¡Fernando! Nuestro Ricardo.
—Dirás tu Ricardo y el del butanero, ¿no? Porque a mí no se parece.
—¡Por la Virgen Santísima! ¿Sigues pensando que estoy con otro?
—Con otro no, con otros sí.
—Fernando, no saques ese tema que la situación es delicada. Nuestro hijo nos necesita.
—Que pesada, pues llama a su padre, es decir al butanero, y que pague el rescate.
—Pero qué sangre fría tienes, nuestro amado hijo pasándolo mal, atado a una silla, implorando perdón, rezándole a Dios para que alguien lo salve, y tú sacando trapos sucios…
Iván retiró el teléfono móvil de su oreja y colgó mirando la sonrisa picarona que mostraba Ricardo mientras la pareja seguro continuaba chillando sin percatarse de que no había nadie oyendo. Le acercó una mano al hombro y sinceramente le dijo:
—Chico, tienes razón en querer fugarte, vives en una casa de locos.
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