Estimado Señor Cupido, tengo una pregunta para usted:
¿Cuándo se dignara a clavar una de sus “flechitas”, que lleve grabado mi nombre, en el corazón de una mujer?
Le pregunto esto con algo de irritación y aún más desesperación por su —según entiendo— falta de profesionalidad. En mi pensamiento ha comenzado a hacer mella la idea de que usted ha caído en la desidia del funcionario. Dicho de otro modo, creo que agota su jornada laboral entre paseos en el carro de Apolo, desayunos olímpicos y salidas para tomar “tintorros” con Baco, con el consecuente perjuicio para mí y para tantos otros usuarios de su servicio.
Y centrándonos ya en mi persona, estoy muy seguro de que su dejadez laboral ha sido la causa por la que aún no ha sido atendida mi solicitud de compañera. Solicitud, por otra parte, realizada tiempo ha; cuando los granos comenzaron a surgir en mi cara con la misma intensidad con que las chicas se apartaban de mí. Aunque, en aquella época, la ingenuidad que atesoraba junto con la ilusión en el amor nunca me hicieron dudar de una esmerada dedicación en su trabajo, sino todo lo contrario.
El saber que mis esfuerzos estaban respaldados por su arco presto a disparar, me bastaba para sobreponerme a las adversidades. Con esta actitud comencé a buscar. ¿Que tenía la cara llena de granos?, no había problema, “la belleza está en el interior” —decían algunos— y allá iba yo, vestido únicamente con una gabardina, enseñando mi interior a todas mis compañeras de instituto, ¿y conseguí encontrar a la mujer de mi vida? Pues no. Sólo sirvió para que me enviaran a un internado donde sufrí el acoso constante de una niña de rostro empedrado.
Pero ni por esas me desmoralicé: “la esperanza es lo último que se pierde” —comentaban otros—. Así que, nada más terminar mi reclusión y creyéndome aún amparado por sus flechas, seguí buscando mi media naranja por todas las fincas levantinas, pero no hubo manera de encontrar a una mujer cuya naranja casara con la mía. Aunque debo confesar que en una ocasión lo rocé: en una de las fincas encontré a una mujer que buscaba, al igual que yo, su otra mitad. La lastima fue que no tenía media naranja, sino solo medio limón.
Con algo tocado el amor propio por no hallar la otra clase de amor, y tras acordarme de usted y de parte de su familia con poco respeto, lo intenté de nuevo: “el amor es ciego” —le oí decir a varias personas—. Y tras reflexionar por un tiempo que hacer, acabé por vendarme los ojos y salir a la calle. De nuevo estuve a un tris de conseguirlo: al poco de salir de casa me tropecé con una mujer, pero lo único que recibí de ella fue un bofetón tras palparle los pechos por accidente. Yo solo quería tocar su rostro para sentir como era, ¡lo juro!
Tras este último contratiempo, fue cuando le escribí mi primera carta de protesta a la que siguieron muchas más. Y mientras me desahogaba lamentando mi suerte, acabé por tomar una decisión que aún hoy sigo respetando: No volvería a buscar el amor, ¿acaso no dicen “el amor no se busca, te encuentra”? He colaborado colocando un luminoso de neón en la fachada de mi casa —no me parecía seguro dejarlo todo en sus manos visto lo visto—, para que el amor no se pierda por el camino.
El que me encuentre, ya depende de usted.
PD.: Al contrario que las anteriores, espero que esta carta llegue a sus manos. Entre usted y yo, creo que la cartera que trae las cartas devueltas sonríe de manera bastante enigmática, lo mismo ha leído alguna...
Autor: Francisco Jesus Franco Díaz (francoix)
Correo electrónico: francoix10(arroba)hotmail.com
7 comentarios:
Mmm, este relato me resulta familiar ;)
jejejeje... ¿por qué será?
Tu estilo satírico es inconfundible Paquito. Eres el "Alvarez Quintero" de Sevilla Escribe. ;)
Anda, ira lo que tenems por aquí ;)
Pesé que lo dejarías para los concursos de cartas de amor para este año.
Como te comenté me pareció un texto simpatico ;)
La verdad es que lo pensé una vez que lo puse en "borrador", per me dije que daba igual, ya habrá tiempo de hacer otro.
Ja, ja, ja! Una carta divertisíma... Aunque no descartes que Cupido te demande por injurias.
Lo dicho en su momento, Fran, un texto con gracia que se lee con agrado. Me gustó, aunque de haber tenido más tiempo creo que hubieras afinado más.
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