miércoles, 29 de diciembre de 2010

Tiempos Oscuros (Libro I, Capítulo IV)




Libro I: Sanction
Capítulo 4

Scarlet bedroom


—Mi señor. ¿Podría hablar un momento con vos?

La mañana apenas había comenzado y la actividad frenética del Templo de Luerkhisis ya estaba en todo su apogeo. El mando militar a las órdenes del General Ariakas estaba inquieto y los clérigos oscuros parecían poner todo su empeño en expandir esa inquietud a todos los rincones de la ciudad. Se habían cerrado tabernas la noche pasada, se habían suspendido peleas de perros y en el aire el calor era aún más sofocante de lo habitual. En estos casos siempre terminaban llamándolo y esta vez había encontrado el recado en casa antes del amanecer. Natte, a pesar de todo, se permitió cambiarse de ropa antes de dirigirse al templo. Ariakas le esperaba. Y por la mirada cabizbaja de los clérigos con los que se cruzaba intuyó que necesitaban más dinero para Neraka.

Eso lo fastidiaba, intuía una larga y fastidiosa negociación cuando lo que en realidad deseaba era marcharse a casa a dormir la resaca durante toda la mañana, precisamente pensaba en su cómoda y fresca habitación cuando el joven clérigo lo detuvo.
Natte levantó la cabeza y miró la enlutada figura que tenía delante de él, era un elfo, uno de los pocos elfos oscuros que servían a Takhisis. Lo miró fijamente a los ojos, sorprendido, no era normal que los clérigos menores se dirigieran a él con esa familiaridad, ni siquiera los clérigos más poderosos lo abordaban así como así por un pasillo pero claro, los elfos siempre creían ser el centro del mundo.

—Solo será un momento, mi señor —rogó el elfo.

—Naturalmente, hermano —respondió Natte amablemente con su suave voz, no habría llegado tan lejos en la vida si no hubiera sabido escuchar y aprovechar las oportunidades que se le presentaban—, pero este no es un lugar adecuado, si lo deseáis podéis acompañarme a mi estudio.

El elfo asintió con la cabeza y siguió la estela de plumas doradas que Natte iba dejando a su paso. La larga capa de plumas teñidas de oro y bordeada de armiño parecía fuera de lugar en un lugar tan caluroso como Sanction pero Natte no se cubría con ella, la llevaba colgando de los hombros y dejaba que barriera el suelo a su paso; debajo llevaba una túnica corta sin mangas cubierta de pequeñas lentejuelas negras que brillaban al reflejarse la luz sobre ellas y un pantalón negro de raso que desaparecía en sus botas de caña alta. Aunque siempre intentaba ir vestido de negro cuando visitaba el Templo de Luerkhisis, su indumentaria nunca dejaba de llamar la atención.

Su muñeca derecha se cubría con un brazalete dorado que le cubría todo el antebrazo, la mano izquierda con un guante que indicó al clérigo que tomara asiento en una de las cómodas butacas que se disponían en torno a una mesita baja. El estudio de Natte era una de las mejores habitaciones del templo y eran pocos los que podían decir que habían entrado allí. Las conferencias solían tener lugar en el despacho de Ariakas o de la persona que solicitara su consulta, ni siquiera el mismo ocupante de la habitación pasaba demasiadas horas en su interior, a pesar del tiempo que había empleado en pintar las paredes de rojo intenso.

Natte no descuidó sus deberes de anfitrión y ofreció una copa de vino al nervioso clérigo que la rechazó con un movimiento de cabeza, el elfo estaba cada vez más tenso. Natte se sirvió una copa por inercia pero, recordando el dolor de cabeza que comenzaba a acosarle, decidió abstenerse; esperaba que aquel elfo de cabellos dorados y mirada vehemente no notara su dispersión aquella mañana.

—Hermano Velienthaal —Natte pronunció correctamente su nombre elfo, pocos humanos podían hacerlo; a decir verdad, la mayoría de los habitantes del Templo ni siquiera conocían la abreviación con la que se le nombraba habitualmente pero Velien estaba tan nervioso que no lo notó y tomó asiento en la butaca que su interlocutor le indicó.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Natte tomando asiento justo enfrente de Velien.

El elfo se miró las manos, un poco incómodo.

—Llevo un par de días intentando ver al patriarca Wryllish pero siempre está muy ocupado... —empezó, y se detuvo.

—El patriarca Wryllish y el hechicero Dracart están muy ocupados últimamente, sobre sus hombros descansa gran parte del trabajo necesario para ganar la guerra —Natte cruzó las manos en su regazo, tenía la misma piel olivácea que su hermana y el pelo, que llevaba siempre corto, se ensortijaba alrededor de su cabeza. Corrían rumores de que algún antecesor suyo había llegado a Sanction procedente de las tribus de los Hombres de las Llanuras de Abanasinia pero nadie se habría atrevido a decirlo en voz alta. De todas formas, a pesar de su piel y sus boscosos ojos oscuros nada en él recordaba a un bárbaro, sus movimientos eran delicados y sinuosos, su voz cristalina y embriagadora, su cuerpo, extremadamente delgado, se movía siempre con la elegancia de una serpiente.

—Puedes hablar con tranquilidad, hermano Velienthaal —continuó Natte viendo las dificultades del elfo—, si no puedo ayudarte personalmente, como sería mi deseo, llevaré tu problema a Wryllish y te conseguiré una audiencia. Dime, ¿qué es lo que tanto te preocupa?

Velien levantó la mirada y se encontró con un interés que le pareció auténtico en los ojos de su interlocutor.

—No sé si estáis al corriente —comenzó a balbucear, todavía un poco inquieto—, pero me encomendaron la destrucción de... de ciertos elementos indeseables que… podrían ser peligrosos.

—Sí.

—Yo... yo estoy realizando mi cometido lo mejor que puedo... pero no me siento cómodo.

—¿Te resulta un trabajo complicado? ¿Demasiado pesado?

Velien se miró las manos llenas de cicatrices y ampollas pero no dejó que Natte las viera.

—No, en realidad no. Bueno, es un trabajo lento... En un día consigo eliminar dos o tres elementos nada más. Ellos... Ellos se resisten —sonrió al decir eso ¿quién no se resistiría?—. Veréis... no sé... yo... oí decir que tal vez sea un error... que podrían servir para algo y pensé que quizás sería interesante comprobarlo antes de seguir destruyéndolos.

Natte apoyó la cabeza en la mano, como si la cuestión fuera muy complicada y tuviera que pensar en ella detenidamente pero en realidad lo que le ocurría era que le dolía terriblemente la cabeza.

—Es una idea interesante.

—Pensé que si alguien podía encontrar una utilidad a esos... seres. Bueno, pensé en vos.

—Ya —dijo al fin—, ¿estás proponiendo que reutilicemos fracasos que la Reina Oscura desea que sean destruidos?

—No, no, no he querido decir eso. Creo que no consigo explicarme bien. Quiero decir que podríamos investigar un poco. Tal vez se decidió muy pronto que no sirven para nada, tal vez podríamos encontrar para ellos una utilidad en la que Su Oscura Majestad no haya pensado.

—¿No es un poco presuntuoso ese punto de vista? Da igual, no pienses en ello. De todas formas no creo que sea factible puesto que la Reina Oscura ya lo ha decidido y ella tendrá sus razones aunque nosotros, los mortales, nos las entendamos. Por cierto ¿todo esto se te ha ocurrido a ti o te lo ha comentado alguien?

—¿Por qué? —Velien se sobresaltó al oír la pregunta.

—Bueno, sería interesante saber con quién estoy tratando realmente.

—No, nadie. Todo ha sido idea mía —Velien bajó los ojos avergonzado, estaba mintiendo y sentía que su cara pronto empezaría a arder. Intentó controlarse y miró de reojo a su interlocutor, Natte había vuelto a cruzar las manos en el regazo y se frotaba los dedos índice entre sí en un gesto inconsciente. Elfo estúpido, pensaba, como si él no supiera quién era Marus, tendría que hablar con Ariakas de él.

—No creo que debamos molestar a Wryllish, hermano Velien, lo que me planteas es tan... extraño que sería una locura comentarlo siquiera. Si esas criaturas están donde están es por que son del todo inservibles para nuestros planes. Su destrucción... no me parece la medida más acertada, en realidad creo que es una pérdida de tiempo cuando podrías estar ocupándote de algo más apremiante. No hay todavía suficientes clérigos para todo y tus habilidades se aprovecharían mejor en otra parte. Por mí esas criaturas podrían quedarse eternamente en prisión hasta que encontráramos una forma de destruirlas más rápida y eficaz pero las decisiones de Su Oscura Majestad no admiten réplica, hay que hacer lo que ella desea. Lo mejor es que continúes con tu tarea y no te preocupes por nada más.

Los sinuosos labios de Natte se ensancharon con una sonrisa que pretendía ser el final de la conversación. Velien se sintió aún más avergonzado. Natte había alejado con su voz musical todas las inquietudes que le preocupaban, todas sus dudas parecían haber desaparecido de pronto.

—No sé qué me ha ocurrido —aventuró el elfo, intentando remediar su error-, debe ser el halo perverso que desprenden esas criaturas. Supongo que me pareció un desperdicio desaprovechar tanta energía.

—Ah, sí. Debe ser eso —Natte volvía a estar distraído, en realidad estaba pensando en su inmediata reunión con Ariakas, no le apetecía nada. Su relación con el general era excelente en cuanto que compartían muchos puntos de vista pero terminaban siendo intensas y agotadoras. Claro que después podría marcharse a casa y dormir toda la mañana, incluso parte de la tarde si lo deseaba. Ah, pero olvidaba la reunión con los clérigos, se sentirían ofendidos si no acudía. ¡Qué duro era tener tanto dinero!

—Hermano Velien, yo de ti no me preocuparía —dijo para dar por concluida la reunión—, pero si lo deseas puedo intentar que Wryllish y Dracart te reciban y acaben con tus dudas.

Velien se sorprendió ante la amabilidad que aquel hombre estaba mostrando para con él, era la primera vez que hablaban y se preguntó si serían verdad todos los rumores que había oído sobre él.

—Gracias señor pero... —comenzó a decir respetuosamente cuando fue interrumpido por una joven que entró en la habitación flotando entre los pliegues de su amplia túnica negra.

—Vaya, al fin apareces. Te he mandado cientos de recados. ¿Qué tal anoche? ¿Te divertiste mucho? —Lyuda entró como un vendaval, arrastrándolo todo a su paso, no los miró ni un segundo, sin dejar de caminar dio la espalda a los dos hombres y se concentró en el ambiente del campamento que se distinguía a través de la ventana.

—Parece que tú no dormiste muy bien —aventuró su hermano, conocedor de sus bruscos cambios de humor.

—Yo no tengo la suerte de tener tantos compromisos. ¿Qué intentas ocultar con esa pulsera? ¿Ataron demasiado fuerte esos brazos tan débiles? —se detuvo al ver por el rabillo del ojo al aturdido clérigo con el que su hermano estaba hablando.

Natte contempló a su hermana desde su asiento, suspirando. Era demasiado temprano para un ataque de histeria. Era precisamente lo que menos necesitaba esa mañana. Y menos delante del joven clérigo elfo.

—Hermano Velienthaal —dijo, dirigiéndose al clérigo—, no sé si conocéis a mi hermana, Lyuda.

La transformación de la joven fue instantánea, como si un segundo antes no se hubiera percatado de la presencia del elfo, su mejor sonrisa apareció en sus labios, se acercó a él con pasos suaves y tendió graciosamente su mano al clérigo. Se conocían de vista y se saludaron cortésmente.

—No tenía el honor de conoceros personalmente, señora —comenzó Velien—, pero por supuesto he oído alabar vuestras virtudes.

Lyuda sonrió aún más preguntándose qué rumores sobre ella habrían llegado a los oídos del clérigo y si era conveniente que fueran ciertos o no.

—Gracias, hermano Velien. Mi deseo es servir a Takhisis con toda la humildad y la devoción con que lo hacéis vos, aunque aún no he tenido la fortuna de ser agraciada con sus favores. Estoy segura de que mis pobres virtudes os han sido exageradas por personas bienintencionadas. Me siento halagada de que conozcáis mi nombre —Lyuda dejó caer la capucha que cubrían sus rizos castaños y se sentó en la silla que había acercado su hermano, se parecía mucho a él a pesar del maquillaje que intentaba blanquear su rostro aceitunado y de la gruesa línea negra que marcaba sus párpados, tal vez porque, aunque brillantes, no había calidez en sus ojos oscuros como la enmarañada espesura de un bosque.

—Espero no haber interrumpido —añadió Lyuda con su tono más encantador.

—De ningún modo, señora —contestó Velien-, ya habíamos terminado. Si puedo ayudaros en algo estoy a vuestro servicio.

—Gracias —Lyuda recalcó las sílabas de la palabra una a una—. Hermano Velien, tal vez vuestro consejo sea concedido con mayor agrado que el que me proporciona mi hermano.

Natte se levantó, decidió servirse la copa de vino. ¿Qué más daba?

—¿Qué ha pasado, Lyuda? —preguntó con resignación.

Lyuda dudó un momento antes de comenzar a hablar, le gustaba la mirada de franco interés que veía en los verdes ojos del joven clérigo. Era elfo y joven, provenía de un mundo distinto al suyo y no debería resultarle difícil manipularle, si es que su hermano no lo estaba manipulando ya.

—Anoche ocurrió algo extraño —Lyuda desvió la mirada hacia el infinito, concentrada en hacer volver a su mente las imágenes y las sensaciones de la noche anterior—. El Templo estaba en silencio, en absoluto silencio. Por una vez no había rezos nocturnos ni se escuchaban las salmodias de los magos estudiando sus conjuros. No había susurros de conversaciones por los pasillos, ni se oía el rasgar de las plumas sobre los pergaminos. No se veía el resplandor de ninguna vela encendida debajo de las puertas.

Velien volvió a tomar asiento, el relato de Lyuda lo intrigaba porque él también había sentido que la noche anterior había sido extraña.

—No podía dormir, me era imposible. Tal vez fuera por el absoluto silencio que se había apoderado del templo, tal vez fuera porque Takhisis, en su infinita sabiduría, me eligió a mí para que fuera yo la que lo supiera, no lo sé.

Natte bebió otro sorbo de vino, su pasividad empezaba exasperar a Velien.

—Yo también sentí algo anoche —comentó el elfo en voz muy baja—. El anciano Marus, al que asisto, se durmió muy pronto cuando normalmente tarda horas en hacerlo y tuvo un sueño tranquilo y relajado cuando normalmente es irregular y nervioso. Intenté quedarme velándolo pero me quedé dormido en la silla, algo que nunca me había pasado.

—Creo que le pasó a todo el mundo. Hasta a los guardias de la puerta. Les he preguntado y sintieron durante toda la noche un terrible sopor que les hacía dar cabezadas cada pocos minutos.

—Eso no me parece tan extraño —comento Natte con sarcasmo—, ¿Qué es lo que viste exactamente, hermana?

—Me levanté y empecé a dar vueltas por la habitación, me sentía muy nerviosa, entonces me asomé a la ventana y la vi.

—¿A quién?

—No lo sé. Era una sombra en medio de las sombras, apenas una presencia, pero la vi. Se alejaba del templo y se perdió entre las callejuelas que forman los barracones del ejército. Era una mujer.

Velien sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal. ¡Un intruso en el templo! Aquello era inconcebible.

—¿Sabes si entró en el templo?

—No, hermano. No la vi ni de entrar ni de salir. Creo que era una hechicera.

—Ninguna hechicera podría acercarse tanto al templo sin ser detectada, ni siquiera a los aledaños del campamento.

—Pues lo ha hecho, hermano, te lo aseguro. La vi.

—¿Y dices que vestía de negro?

—Sí —Lyuda se inclinó impaciente hacia su hermano—. ¿Sabes quién podría ser?

—Pocos hechiceros tienen el poder suficiente para hacer eso que has dicho. Tal vez fuera alguien que saliera, no un intruso como quieres hacernos ver —comentó Natte sin levantar la vista de la copa.

—¡Por supuesto que era una intrusa! Y estoy segura de que planea algo terrible. Tenemos que impedírselo.

—Deberíamos hacer algo, informar a Ariakas —Velien se sentía aterrorizado. Esa era la sensación que había tenido la noche anterior, la sensación que recorría su cuerpo cuando estaba en los sótanos del templo de Duerghast, al tocar aquellas repugnantes criaturas. El miedo se había adentrado en el hogar seguro del Templo de Luerkhisis y amenazaba reventar sus cimientos con el peligro que destilaba.

—Bueno —Natte tenía la mirada prendida en la copa, todavía pensativo—, voy a reunirme con Ariakas ahora y puedo comentárselo pero, si queréis saber mi opinión, no creo que sea tan importante. A estas alturas los hechiceros ya deben haberse dado cuenta de la presencia de uno de sus colegas en la ciudad y habrán tomado medidas. Si acaso hablad con Lilith antes de molestar a Ariakas.

Los ojos de Lyuda se estrecharon hasta convertirse en una rendija, no sentía demasiado aprecio por la joven hechicera que sabía escalar puestos mucho más deprisa que ella.

—¿Y si Lilith está implicada? Podría ser cómplice de la intrusa.

—Y si anoche se lanzó un hechizo sobre el Templo, cosa que parece innegable. Ariakas debe ser informado —Velien había abierto desmesuradamente los ojos al oír las palabras de Natte, dichas en tono tranquilo y relajado, como si la invasión del templo fuera algo sin importancia. Tal vez era porque él no vivía entre sus paredes.

—Muy bien —Natte levantó la mirada de nuevo—, escribid una alegación y yo se la haré llegar a Ariakas, pero recordad que nada que no sea agradable a los ojos de Takhisis puede suceder en este templo, y si estáis poniendo en duda esa verdad incontestable estáis poniendo en duda el favor que os otorga la diosa al dejaros vivir entre estos muros.

Velien asintió con la cabeza aunque sin duda no había entendido lo que Natte había querido decir, en sus ojos se leía un miedo intenso, sus dedos se habían cerrado en torno al medallón que ceñía su cuello. Pasaría toda la mañana redactando el escrito, todo el día si era necesario.

—Hermano Velien, creo que será mejor que os marchéis antes de que el hermano Marus os eche de menos —Natte interrumpió sus pensamientos y lo despidió con un gesto de su mano.

Lyuda se levantó a su vez, dispuesta a marcharse con el clérigo elfo pero la mirada de su hermano la detuvo.

—Aún tengo unos minutos. ¿Me acompañas, hermana?

Lyuda volvió a sentarse.

—Lo que vi fue real, Natte —dijo cuando el elfo se hubo marchado—. Lo que sentí fue real. Alguien me llamó, me dijo que mirara por la ventana. Fue real, Natte, tienes que creerme.

—Lyuda, llevas durmiendo mal mucho tiempo. Tienes pesadillas y sueños extraños prácticamente desde que decidiste instalarte en este horrible templo. Cada dos por tres vienes a contarme sueños increíbles. ¿Por qué esta vez es distinto?

—Porque alguien me habló esta vez, Natte. Alguien me ha elegido para que sea yo la que acabe con este peligro que se cierne sobre nosotros. Tienes que ayudarme. Es mi oportunidad.

—No puedo ayudarte.

Natte contestó en un tono muy bajo, su voz musical se convirtió en un susurro, como si le costara horrores negarle algo a su hermana pero no tuviera más remedio que hacerlo. Ella comprendió que él había dicho la última palabra así que se levantó lo más dignamente que pudo.

—Muy bien, me las arreglaré por mi cuenta, hermano, ya que me negáis vuestro apoyo.

Natte la sujetó por el brazo, sus dedos se ciñeron como una garra en torno a la muñeca de su hermana.

—Lyuda, por una vez piensa bien lo que vas a hacer antes de hacerlo. Tu esposo está lejos, espiando en los bosques de Silvanesti y posiblemente olvidando que su misión es informar a Ariakas y no matar elfos. Yo me iré a Neraka en unos días. Aquí hay fuerzas muy poderosas que pueden ser formidables enemigos y tú aún no tienes el favor de la Reina Oscura, te estás jugando tu posición en Sanction.

—Te equivocas. El poder de la diosa está conmigo, Natte. Lo siento dentro de mí. Tengo el don. Me será concedido si supero esta prueba. Y lo haré. Seguiré adelante contigo o sin ti.

—Lyuda... —la joven abandonó la habitación con la cabeza lo más erguida que podía, sin mirar atrás, no quería escuchar las excusas de su hermano, no quería que la convencieran de nada.

Natte suspiró y terminó tranquilamente su copa, las trompetas que anunciaban el cambio de turno de la guardia comenzaban a sonar. El ejército estaba ya en el campo de entrenamiento y Ariakas debía estar esperándole impaciente. El escrito que pudieran presentar Lyuda y el elfo no tendría la menor importancia. La inquietud se apoderaba de los corazones más simples y era su deber que nadie conociera las debilidades de su hermana. Con un poco de suerte, ese escrito no llegaría a las manos del general.

Se levantó con desgana, no podía hacer esperar más al general si no quería despertar su cólera y después tendría que hablar con Wryllish del anciano Marus. Ese asunto era bastante más preocupante, tal vez deberían apartar al elfo de su compañía, el joven clérigo ahora tenía menos tiempo y Marus necesitaba ayuda constante. Sí, le buscarían un nuevo acólito a Marus.

1 comentarios:

ANRAFERA dijo...

Muy interesante. Gracias por exponernos estas excelentes lecturas. Cordial saludo.
FELIZ AÑO 2011.
Ramón

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