¿Recuerdas el “teleflín” casi homónimo?
Oh, qué grande, los momentos que les hizo vivir a nuestros mayores. No voy a
extenderme en su argumento, implicaciones sociológicas y culturales o la
calidad de la producción, no es el objeto de esta columna. Baste decir que se
trataba de la historia de una madre que si hiciese falta lucharía contra el
mismísimo Diablo encarnado para recuperar a su hija. Lo que fuera por ella,
porque es que sin su hija… no, la mujer no podía.
La asociación de ideas me ha pillado en medio
de una meditación en busca de tema para columnas, y como mi mente juega a sus
cosas casi sin que yo me dé cuenta, aquí me veo dando los primeros teclazos a
esto ver si consigo explicar una idea recurrente. Es algo que se pasea y se ha
paseado por mi cabeza con motivo de la preparación de antologías, en charlas a
muchas o pocas bandas, más o menos personales. Me refiero al cariño desmedido
que más de uno tiene por sus hijos literarios, algo hasta cierto punto
comprensible porque a todo el mundo le importa su sangre, en especial la que
tuvo que sudar para acabar con algunos de sus escritos, pero todo tiene sus
límites. Hay veces que se trata sólo de una idea, ni siquiera de un texto al
que costó poner la palabra fin, y el coñazo (con perdón) que más de uno ha dado
con la ideíta, el textito o la novelita de marras, coñazo para otros o para sí
mismos, me parece excesivo, absurdo, y negativo en muchos casos.
Yo
siempre he tratado de ceñirme a una máxima: “El mejor relato (novela, artículo,
lo que sea) es el próximo”, no sé si para bien o para mal, y en su momento también
me apunté a la de Juan Díaz Olmedo “Sacrifica a tus hijos enfermos para salvar
a los sanos”. No es que se lo quiera imponer a nadie, pero tampoco me gusta que
me impongan que algo tiene que salir a la luz sí o sí a la voz de “no sin mi
hijo”.
Lo
peor de todo es cuando un tercero, por amistad compromiso o lo que sea (cuando
algo es claramente pobre, no me puedo plegar a que sea por otra cosa), ha
animado al autor diciéndole que lo suyo vale, que hay madera. Hay madera para
preparar una pira en la que quemarte, monstruo. Ya digo, tuvo que ser amistad o
algo parecido, y no sé yo si lo mejor que puede hacer un amigo es incitarnos a
tomar carrerilla sabiendo que lo que hay al final del pasillo es un muro de realidad
con el que estamparnos (lo mismo es que se quiere reír). Otras veces el amigo
incitador se llama ego, gran compañero donde los haya, inagotable fuente de
ánimo, pero que a veces está demasiado ciego con nosotros y no sabe que su
influencia nos puede llevar a una exacerbación morbosa que cursará con cefaleas
por los palos recibidos, insomnio por los desvelos fútiles que dedicaremos a la
maldita obra, y malestar general por sentirnos incomprendidos.
No
es de recibo, compañero, he visto a un autor colar la misma historia en cuatro
formatos no muy diferentes entre sí e intentar a la cuarta que aquello fuera
aceptado porque era una idea que siempre le había gustado… a pesar de que ya
tuvo tres oportunidades para enterarse de que a los demás no les entusiasmaba tanto
como a él. ¿No es que a la tercera va la vencida? Recuerdo otro caso claro en
el que alguien se desvelaba por montar antologías sólo por meter algún relato
que le quedaba ahí en cartera, cuento que bien podría haber dormido el sueño de
los justos, al menos por una temporada, o haber dado contenido a un blog, que
para eso están. También recuerdo al que, una vez terminado el texto en
cuestión, dedica toda su energía a “moverlo”, lo que significa que lo mandará a
mil y un concursos, lo retocará mil y dos veces, pedirá mil y tres comentarios
de amigos para mejorarlo y, por supuesto, cualquier medio de darle salida que
no sea una publicación formal e importante (entiéndase sacrosanto papel en
editorial de postín), si no es que antes gana un concurso que se la publique,
no será suficiente.
Repito,
no me estoy refiriendo al cariñó que cada cual tenga por sus churumbeles de
letras, que en sí no me parece bueno ni malo, sino a todo lo que ello arrastra
en forma de energías y oportunidades desperdiciadas, con el hastío y la
frustración subsecuentes. Y encima, aunque la frustración se quede en casa, el
hastío se extiende a nuestros camaradas de travesía, a esos otros piratas de
las letras que, sin ceguera paternal o fraternal que enturbie su criterio, ven
que no hay chicha que justifique esa tozudez que terminan lastrando su viaje
sin que ellos tengan culpa alguna.
El
colmo de todo es que estos camaradas a los que me refiero, ya sean aficionados,
escritores freelance (graciosa forma de darle cuerpo al deseo), o escritores
con todas las letras (que lo mismo las ha juntado uno mismo animado por ese
gran amigo que antes mencioné), parecen no darse cuenta de que están conjugando
todos los verbos del panorama editorial menos ese que se supone los ha traído a
este punto: escribir. No lo entiendo, no me cabe en la cabeza que algo que te
lleve a no escribir pueda ser beneficioso para tus escritos, o que una
“carrera” sustentada en todo eso que envuelve el mundo de la literatura sin ser
literatura sea lo más deseable, porque no creo que sean cimientos adecuados.
En fin, son palabras escritas en el
agua, como diría a aquel, porque, aunque yo nunca vi (completa) la película que
da título y motivo para esta parrafada, sé que la madre protagonista jamás
atendió a razones, que luchó contra viento y marea y que, al final, por la
fuerza del cariño y la justicia, terminó saliéndose con la suya y consiguiendo
que el mundo le devolviera a su hija; como suele pasar en las historias de
ficción, que ganan los buenos. Esto no es ficción, es realidad, de esa árida
que sólo encuentra reflejo en las historias que te hacen llorar las más de las
veces. Todos somos capaces de disfrutar con la relectura de esos viejos
escritos que en ocasiones (cuando no nos sacan los colores) nos deleitan a
nosotros mismos a pesar de la bisoñez que rezuman, pero son páginas leídas que
sólo sirven para cubrir el futuro de nuestra biografía nunca escrita: por tu
bien y por el de los que te acompañen en el camino, hazte el favor de pasarlas,
que seguramente encuentres lo que buscas en las siguientes, y si no, seguro que
disfrutas de la lectura de esos pasajes aún por llegar; es sólo un consejo.
“er Caniho”
Soundtrack:
I am a man of constant
sorrow
The Soggy Bottom
Boys Cuartet
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