Este
relato ya tuve ocasión de leerlo en Un
año de palabras y, como comenté por entonces, sin desagradarme, es de los
que menos me gustó de la antología. Está lejos de parecerme malo, y no le
faltan puntos que destacar, pero supongo que cuando uno está acostumbrado a
leer a Nacho tiende a poner el listón muy alto y la sombra de otros trabajos es
alargada. Más allá de que gusten, que casi se da por hecho, se espera terminar
con la boca abierta y pensando: «este cabrón me la ha vuelto a colar». Bueno,
no voy a negar que en este me la coló, pero no llegó a sorprenderme tanto. Quizás
no sea la actitud adecuada para sentarse a leer un texto, pero supongo que no
se puede evitar.
Del relato destacaría cómo, en pocas palabras, nos desgrana
el personaje y su vida a través de los ojos del único que se molestó en
comprenderlo y valorarlo: su amigo. Por ello no puedes evitar sentir que es
real y te implicas emocionalmente con él y sus circunstancias, algo que no
suele ser fácil en un trayecto tan corto, narrado a grandes rasgos y siendo un personaje
tan gris.
Sin embargo, quedo con la impresión de que le falta algo,
quizás más interrelación, quizá la oportunidad de saborear la historia un poco
más y que el segundo personaje quedara menos desdibujado. Tal vez habría
aportado más calidez, que parte lo narrado se sacara en claro de los diálogos o
que el encuentro no fuera tan casual y hubiera ciertos intereses por parte del
segundo personaje (ya me extenderé con esto, si se tercia, teniendo delante un
par de cervezas y al autor).
Esto no deja de ser una opinión personal, y con según qué
cambios el relato quizás sería otro y el mensaje principal podría haberse
desvirtuado o no quedar tan claro.
En cualquier caso, el relato tiene los mimbres justos y
necesarios para contar de manera eficaz lo que se quiere contar y seguro que la
mayoría de los lectores valoraran esa capacidad de síntesis y la funcionalidad
del texto.
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