sábado, 21 de mayo de 2011

Tiempos Oscuros (Libro I, Capítulo VIII)

Libro I: Sanction
Capítulo 8
The art of falling apart



La espada corta de Thera apenas rozaba la garganta de Velien pero el elfo sentía el frío del acero penetrando tan profundamente en su piel como si la espada ya lo hubiera atravesado. El pulso de la enana era firme y seguro y el clérigo supo ciertamente que si seguía las instrucciones de aquellos ojos pequeños y brillantes nada le ocurriría. A pesar de ello no pudo evitar que gruesas gotas de sudor resbalaran por su frente y apelmazaran sus cabellos. Sus manos se volvieron húmedas de pronto y mojaron las cenizas de la criatura que acababa de destruir.

—Así que te dedicas a incinerar a estos pequeños monstruos –comentó Thera sin mover la espada ni un ápice—. Pues me has fastidiado bien, chico. Este medallón que llevo me dice que estás destruyendo lo que estoy buscando.

—Thera... yo creo que...

—¡Calla Ulric! Este tipo nos ha fastidiado y ahora va a tener que solucionarlo. ¿No crees, elfo?

El compañero de la enana entró en el radio de visión de Velien y éste contempló a un joven alto y nervioso que llevaba un objeto extraño en las manos. Se agachó y lo colocó cuidadosamente en el suelo, sobre una peana, fuera del alcance de los pequeños draconianos.

—¿Qué... qué queréis de mí? –consiguió farfullar el clérigo.

—Un chico práctico. Nada de preguntar quienes somos ni qué hacemos aquí. Eso está bien, la curiosidad es muy mala.

Thera acercó aún más la espada a la garganta antes de continuar. La hoja que rozaba su mejilla estaba insoportablemente fría lo que provocó que Velien sudara aún más.

—Lo que quiero –susurró Thera amenazadoramente al oído de Velien, tan cerca que el susurro parecía retumbar en la cabeza del elfo—. Lo que quiero es que te estés quietecito mientras cogemos lo que hemos venido a buscar. Nada de gritos estúpidos. Nada de salir corriendo y nada de acercar las manos a ese precioso medallón que llevas al cuello. Antes de que pronuncies el nombre de esa diosa tuya te habré cercenado la cabeza como a mi querido amigo Astkainteroth.

La enana señaló el objeto que con tanto cuidado el joven humano había depositado en el suelo.

¡Era una cabeza! ¡La cabeza de un elfo! Los ojos almendrados le miraban con curiosidad y la boca se entreabrió en una sonrisa burlona al ver el desconcierto del clérigo. Velien no pudo evitar que un intenso escalofrío recorriera su espalda.

—Muy bien, elfo. Creo que lo has entendido. Recuerda que mi espada siempre será más rápida que tus pensamientos así que pórtate bien y no te pasará nada –Thera hizo una pausa para hacer más teatral su amenaza—. Pórtate mal y mi amigo Astkainteroth tendrá a un compañero de juegos. ¿De acuerdo, elfo?

Velien asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar una palabra. Thera lo obligó a levantarse y a sentarse en un rincón, le ató las manos a la espalda y se dispuso a vendarle los ojos cuando lo pensó mejor y decidió que la contemplación de la cabeza de Astkainteroth podía resultar más efectiva que la oscuridad a la hora de disuadir al prisionero de dar la alarma.

—Astkainteroth te vigilará, elfo. Así que cuidadito con hacer tonterías. Ahí donde lo ves, es un hechicero muy poderoso.

Velien volvió a asentir con la cabeza, única señal de que escuchaba las palabras de Thera porque su mirada no se apartaba de la mordaz sonrisa de Astkainteroth, que le sostenía la mirada con la burla bailando en sus ojos.

¿Y ahora qué? –pensó Ulric pero no dijo una palabra. Se quedó junto a la puerta, temiendo y esperando el momento en que Thera dejara de amenazar al clérigo y se dirigiera a él. Las miradas de sus compañeros estaban concentradas en el clérigo elfo y parecían haberse olvidado completamente de la presencia de Ulric en la celda. A él en realidad no le importaba. Hubiera deseado estar muy lejos en ese momento, lejos en las montañas cazando goblins y ogros y lejos de Templos malditos y magos sin cuerpo. El horror que veía reflejado en el rostro del joven elfo al contemplar lo que quedaba del hechicero no era muy distinto del que sentía él mismo. Y el clérigo no había tenido que tocarlo ni cargar con él durante todo el camino. Ulric había evitado todo lo posible tocar el muñón que había sido parte del cuello del hechicero, temeroso de que la repugnancia que le causaba fuera mayor que su tarea de cargar con él.

A pesar de la repulsión que le causaba, tenía que reconocer que, en el fondo, también había sentido lástima hacia ese hombre que había tenido cuerpo alguna vez y no había sido capaz de llevarlo boca abajo como si fuera un objeto cualquiera en vez de una persona viva. Thera no se había dado cuenta de eso. Ahora Thera parecía haberse convertido en otra persona. Tan decidida y tan dura que Ulric no la reconocía. No parecía muy distinta a esos ogros que se llamaban a sí mismo hijos del Mal. Cruel y despiadada, disfrutando al máximo del terror que provocaba en el joven clérigo elfo.

—¡Venga, Ulric! No tenemos todo el día –la enana no envainó la espada y se mantenía siempre cerca del clérigo por si el joven elfo cambiaba de planes y decidía emprender una fuga suicida.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? –preguntó Ulric mirando por primera vez a su alrededor.

La celda en la que se encontraban era prácticamente igual a la que acababan de abandonar sólo que ésta no se encontraba vacía. Había al menos una veintena de monstruos que gritaban y se revolvían intentando liberarse de algo invisible que los mantenía alejados de ellos. Ulric miró el medallón que colgaba de su cuello, la piedra de ámbar había empezado a brillar intensamente desde que habían entrado en la celda y su resplandor anaranjado parecía buscar directamente a aquellas pequeñas criaturas monstruosas.

—¿Se supone que tenemos que llevarnos uno de esos bichos? –preguntó Ulric sin terminar de creérselo.

—Por la descripción de la bruja, pensé que el objeto que buscamos sería algo así como una bola mágica. Tal vez fueran... huevos lo que buscamos –contestó Thera mirando a su alrededor—. Parece que los pollitos han salido del nido. ¿Qué hacemos, mago?

Si Astkainteroth hubiera podido señalar habría extendido la mano hacia la más pequeña de las criaturas. Si hubiera podido andar se habría acercado él mismo hasta ella y la hubiera cogido entre sus brazos. Si hubiera podido hablar, con sus palabras habría formado los versos arcanos que habrían liberado las mágicas ataduras de la criatura. Pero no podía hacerlo así que dirigió su mirada hacia el ejemplar elegido y levantó las cejas.

Thera entendió la señal y señaló al pequeño draconiano.

—Ese de ahí –la enana miró de nuevo al mago y, a un gesto de asentimiento, indicó a Ulric que se acercara a la criatura.

—¿Por qué tengo que hacerlo... –el gesto duro de Thera acalló la protesta que empezaba a acudir a sus labios y Ulric obedeció aunque no le apetecía nada tocar aquellas horribles criaturas.

El bicho tenía ojos protuberantes que se clavaron en el medallón que Ulric llevaba al cuello, instantáneamente se quedó quieto, esperando que el caballero se acercara a él, tal vez hipnotizado por el resplandor anaranjado que emitía la piedra de ámbar. Cuando Ulric llegó hasta él extendió la mano y rozó con sus dedos la cabeza de la criatura. Estaba fría al tacto, fría y viscosa como la piel de una serpiente.

Sus dedos notaron algo más, una corriente que parecía ir de la cabeza del animal hasta el medallón que colgaba de su cuello. ¡Magia! —rezongó Ulric, pero teniendo cuidado de que ninguno de sus compañeros lo oyera.

—¿Es este? –preguntó volviendo su mirada hacia el mago. La sonrisa de Astkainteroth le indicó que era ese el animal elegido. Sus manos intentaron coger a la criatura, no era más grande que la cabeza de Astkainteroth pero sus dedos tropezaron con las ataduras mágicas que atrapaban al animal. Sorprendido, se volvió de nuevo hacia el mago.

Las miradas de ambos se encontraron por un momento. La de Ulric oscura y cálida, la de Astkainteroth brillante y fría. Sin poder evitarlo, Ulric se sintió atrapado por aquellos ojos astutos y sintió su muda burla.

—No tan deprisa, joven caballero –Astkainteroth formaba las palabras en sus labios muy lentamente, para que Ulric pudiera leerlas bien—. Yo no puedo hablar. Tú tendrás que realizar el hechizo que libere a la criatura.

—¡No! –exclamó Ulric antes de que el mago terminara de deletrear.
—¡Chisssssssst! ¡Ulric! –le regañó Thera— ¿Qué pretendes? ¿Atraer a todos los soldados y hacer una fiesta?

—No soy mago, Thera, no puedo hacer ningún hechizo.

—Pues Astkainteroth tampoco puede hacerlo y yo tengo que vigilar a nuestro amigo de orejas puntiagudas así que te ha tocado, querido. Esto es más divertido que correr por las montañas ¿eh?

—Pienso volver a las montañas en cuanto salga de aquí –pensó Ulric—, y espero no volver a ver a ningún estúpido enano en lo que me queda de vida.

Ulric cogió al animal y tiró de él con todas sus fuerzas, el animal se mantuvo tranquilo mientras el caballero tiraba de él pero las ataduras mágicas no cedieron y Ulric cayó al suelo por el impulso. Su mirada se cruzó con la de Velien.

—¿Y el elfo? ¡Es clérigo, eso es casi como ser mago!

Thera lo consideró.

—No sé qué decirte. ¿Podrías hacerlo, elfo? Cuidadito con hacer tonterías.

Velien se levantó y se acercó lentamente a la criatura. La espada de Thera no se había movido ni un ápice de su garganta y el clérigo estaba demasiado asustado para pensar así que se limitó a obedecer. Murmuró unas palabras apresuradas y suspiró de alivio cuando Takhisis respondió a su oración y liberó al pequeño draconiano.

—Muy bien –dijo Thera—. Al final el elfo nos ha servido para algo. Coge al bicho, Ulric.

El animal, hipnotizado por el resplandor naranja que desprendía el medallón se dejó coger por Ulric que lo llevó hasta el mago y lo colocó junto a él.

—Aquí lo tienes, mago. ¿Y ahora qué?

—Ahora transformaremos a este pequeño animal en lo que debería ser –dijeron los labios carnosos de Astkainteroth—. ¿Estás preparado?

Ulric se volvió hacia Thera.

—¿Y por qué no le decimos la verdad a la hechicera? Que esta criatura es lo que hemos encontrado, que es hasta ellas a donde nos han llevado los medallones.

—No intentes escaquearte, Ulric. Parece mentira lo quejica que eres. Si Ewan estuviera aquí el hechizo ese ya se habría realizado.

—Ewan nunca habría cometido la estupidez de entrar en este maldito templo contigo –pensó Ulric pero no lo dijo en voz alta. Se volvió de nuevo hacia Astkainteroth.

—¿Qué tengo que hacer? –dijo resignado.

Astkainteroth entreabrió los labios en una sonrisa de placer. Evidentemente, el joven nunca podría llegar a realizar ningún hechizo. Desconocía las palabras adecuadas y, aunque pudiera enseñárselas, le llevaría años aprender a pronunciarlas correctamente en el hipotético caso de que le hubiera interesado hacerlo. Pero eso daba igual, el hechicero sentía un intenso placer al ver la presión a la que estaba sometiendo al joven caballero. Astkainteroth había permanecido demasiado tiempo solo y aburrido, encerrado en su laboratorio. Ahora era razonable divertirse un poco y descubrir hasta donde podía utilizar a ese joven.

—Necesitaremos dos cosas, una es el medallón que llevas colgado al cuello.

—¿Qué más?

—Sangre, caballero, tu sangre.

Los almendrados ojos de Astkainteroth se clavaron en los de Ulric con una mirada burlona, sus labios se entreabrieron en una sonrisa. El caballero no parecía entender lo que tenía que hacer y permanecía mudo, intentando comprenderlo, mientras la extraña criatura permanecía tranquila entre sus manos.

—¿Qué? –la voz de Ulric sonó demasiado aguda al hacer la pregunta. ¿Qué demonios le estaba pidiendo aquel mago?

—Tranquilo, Ulric. ¿No podemos utilizar la sangre del elfo? –preguntó Thera acercando aún más la espada al cuello del clérigo.

Astkainteroth negó haciendo girar la cabeza todo lo que el muñón que había sido su cuello le permitía. Sus labios volvieron a deletrear las frases que haría que aquella criatura fuera exactamente el objeto que la hechicera esperaba que fuera.

—La criatura tiene en su interior la esencia de lo que buscamos. El alma del conjuro. Eso es lo que nos está diciendo el medallón al brillar de esa manera. Tu sangre y tus palabras, caballero, le darán la forma adecuada a esa esencia. No tienes que tener miedo. Unas gotas de tu sangre sobre la cabeza de la criatura bastarán.

Astkainteroth sostuvo la mirada del caballero durante todo el tiempo que éste permaneció en silencio, dudando si hacer o no caso al mago.

—¡Venga, Ulric, que no tenemos todo el día! –le apremió Thera—, no te va a pasar nada por una gota de sangre. Si lo prefieres te rompo la nariz de un puñetazo.

Y sería capaz de hacerlo –pensó Ulric mientras se hacía un pequeño corte en el dedo, tan pequeño que tuvo que presionar un poco para que saliera la sangre.

—Ya está.

—Deja caer la sangre sobre la criatura –continuó el hechicero.

Ulric obedeció y volvió a mirar a Astkainteroth esperando más instrucciones. Los labios del mago deletrearon reverentemente una sola palabra.

—S—h—o—d—u—a—d.

—Chodat. –intentó repetir Ulric.

—No, Shoduad.

—Choduat.

—Shoduad

—Chuduat.

—Shoduad.

—Cho—duat.

—Cierra los ojos, caballero, concéntrate en la palabra, siéntela en tu interior y después deja que ella salga por sí sola.

Ulric cerró los ojos y frunció el ceño. Se concentró en la palabra todo lo que pudo, intentó reproducir las letras en su cabeza, la imagen de la pálida boca de Astkainteroth formando las letras una a una con sus mudos labios. De pronto Ulric sintió que la palabra cobraba vida dentro de su ser. Algo nuevo y no del todo desagradable parecía acelerar la sangre que corría por sus venas. Respiró hondo y, entreabriendo los labios, dejó que la palabra fluyera tal y como el mago le había indicado.

—Shodat.

Si Astkainteroth hubiera podido resoplar el sonido habría llegado hasta la lejana Tarsis. Como no podía, el hechicero se limitó a cerrar los ojos para luego abrirlos y mirar a Ulric amenazadoramente.

—¡Ulric! ¡Esfuérzate más!

—Soy un excaballero de Solamnia, Thera, ¡no un maldito mago! –protestó el caballero.

Ulric apartó su mirada del hechicero y concentró su atención en la débil criatura que permanecía tranquila entre sus manos. El animal lo miró con sus enormes ojos de reptil y entreabrió los labios mostrando una larga hilera de dientes afilados. El caballero cerró los ojos de nuevo y, tragando saliva, volvió a intentarlo.

—Shoodat

El reptil se movió nervioso pero no intentó desasirse. Ulric había fallado de nuevo.

—Terminad ya, chicos –los apremió Thera—. Esto está durando demasiado.

—¡Pues haz tú el hechizo! –se revolvió Ulric soltando a la criatura—. ¡O haber contratado a un mago para que te ayudara en vez de a un caballero fracasado que es lo que soy yo!

—¡Dejad de discutir! –si Astkainteroth hubiera podido gritar en ese momento lo habría hecho con gusto, aunque hubiera atraído sobre ellos la atención de todos los soldados del Templo. Los movimientos de sus labios atrajeron de nuevo la atención de Ulric que volvió a agacharse junto al pequeño draconiano.

—Caballero –ordenó Astkainteroth—, quítate el medallón y colócalo sobre la cabeza del animal, allí donde tu sangre ha rozado la piel de la criatura.

Ulric obedeció sin pensárselo dos veces, nada le gustó más que arrancarse aquel horrible medallón y alejarlo de su piel. Se sintió más libre una vez que se hubo librado del colgante, la carga que parecía llevar al cuello había desaparecido y sobre las manos la piedra anaranjada parecía no pesar tanto como cuando colgaba de su garganta.

Rápidamente puso la lágrima de ámbar sobre la cabeza de la criatura. El animal se mantuvo quieto, mirando fijamente el medallón hasta que lo sintió sobre su cabeza.

—Así, muy bien, caballero –Astkainteroth continuó con sus instrucciones—. Ahora, pon el dedo pulgar sobre la piedra de ámbar y aprieta, aprieta hasta que notes que el medallón quema.

La piedra de ámbar ya estaba caliente al tacto y sus miles de facetas talladas se clavaron en su dedo pero Ulric no se quejó, apretó con toda la fuerza de la que fue capaz, deseando terminar con todo aquello de una vez y maldiciendo a todos los magos del mundo mientras su dedo se hundía en la cabeza del animal.

—Cierra los ojos, caballero, y concéntrate en estas palabras, recuerdan a la lengua solámnica así que te resultarán más fáciles de pronunciar. Esfuérzate todo lo que puedas: M—A—T—H—E—A—S A—S—T P—HE— R—A—A—N

Ulric cerró los ojos y se imaginó recitando las interminables líneas del código y la medida solámnica, los lejanos ecos de su lengua natal se despertaron en su memoria y pronunció las palabras con ese acento.

—Matheas ast pehraan.

Una extraña sensación de euforia se apoderó del caballero mientras pronunciaba las palabras pero Ulric no tuvo tiempo de pensar en ello. Apenas un segundo después dejó de notar resistencia a la presión de su dedo y abrió los ojos. De la piedra de ámbar salió un fulgor amarillo que se extendió por su mano y rodeó a la criatura que tenía debajo en un suave abrazo. Ulric no demostró sorpresa y continuó presionando hasta que el calor fue tan fuerte que tuvo que alejar la mano. Ahora el medallón estaba completamente incrustado en la cabeza del animal pero este no parecía herido ni que hubiera sufrido daño alguno. La mirada del caballero volvió a cruzarse con la del mago.

—Levanta la mano –ordenó Astkainteroth.

Ulric levantó la mano y contempló cómo la piedra se elevaba en el aire hasta volver de nuevo a posarse en su garganta. A sus pies, la criatura envuelta en luz ambarina empezó a retorcerse y debatirse como si los miles de rayos de luz tiraran de él hacia todas partes. Un segundo después había desaparecido y, en su lugar, se veía lo que parecía ser un huevo.

—Ya está –deletreó Astkainteroth, satisfecho—. Eso es lo que la hechicera os mandó a buscar, la magia que hemos utilizado, aunque canalizada magníficamente por el caballero, ha sido la propia magia del medallón por lo que es imposible que descubra el engaño.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto, caballero. La hechicera no lo descubrirá. Ella en realidad no sabe qué es lo que está buscando.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¡Seréis idiotas! ¡No es el momento de ponerse a charlar! –Thera se había acercado hecha una furia y contemplaba el huevo con prudencia— ¿Está listo?

—Sí –contestó Ulric recogiendo el huevo que había aparecido delante de él—. Está listo. El mago piensa que no habrá ningún problema.

—Vale, pues guárdalo que nos vamos. El elfo nos sacará de aquí.

Ulric guardó el huevo cuidadosamente en su zurrón. Después su mirada se volvió hacia Astkainteroth.

—¿Y qué hacemos con el mago?

Thera ya había levantado a Velien de un empellón y lo empujaba hacia la puerta.

—¿Qué quieres hacer con él? –contestó, divertida— ¿Quieres llevarlo contigo?

—No.

—Pues déjalo ahí mismo. Aquí al menos tendrá compañía.

Ulric miró la docena de criaturas iguales a la que había tenido en sus manos, los pequeños draconianos chillaban y se retorcían, se peleaban por cada trozo de comida que conseguían arrastrar hasta el alcance de sus bocas.

—¡No! ¡No podéis dejarme aquí! –Astkainteroth se puso a gesticular tan vehementemente que no podían entender lo que decía, cuando el mago vio que había atraído la atención de los dos cambió el ritmo y los movimientos de su rostro se hicieron más lentos—. ¡Debéis llevarme con vosotros! ¡Me necesitareis!

—No lo creo –contestó Thera con seguridad y, dándose la vuelta, sacó al elfo de la celda de un empujón.

Ulric no se movió, se sentía atrapado por los ojos almendrados del mago y, sin pensarlo ni consultarlo con su socia cogió a Astkainteroth y lo metió en una bolsa que ató a su cinturón.

—No estarás muy cómodo –comentó—. Pero me temo que va a ser la única forma de que salgas de aquí.

—Vaya, nunca creí que llegaría a ver esto. Un ex—caballero de Solamnia preocupándose por la comodidad de un mago –se burló Thera.

—Lo destrozarán –dijo Ulric señalando a las criaturas que poblaban la celda—, y es posible que, a pesar de ello, continúe vivo. No podemos dejarlo aquí.

—Ya... es lo que tenéis los caballeros. Defender a los débiles y todo eso. Veo que no lo has dejado todo atrás, Ulric.

Ulric suspiró y esta vez no le dijo que ya no era un caballero. Era cierto. Había cosas que nunca podría dejar atrás.

—¿Y el clérigo? –preguntó de pronto—. ¿Lo has dejado fuera solo?

—Está demasiado asustado para salir corriendo –se rió Thera—. ¿Nos vamos ya o quieres cargar con alguien más?

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