lunes, 5 de julio de 2010

La niña de los ojos tristes




Llevaba un vestido negro muy austero, demasiado para su edad. Su cara redondeada quedaba enmarcada con un cabello brillante e igual de oscuro que su vestimenta.

¿Sus ojos eran tristes?Sus lágrimas resbalaban hasta la tierra que, con parsimonia mecánica y estudiada, sepultaría aquel trozo de madera bendecido por el sacro ritual del sacerdote. Todo había sido tan rápido... no encontraba las palabras adecuadas para expresar lo que sentía.

Su mirada se clavaba en el suelo a la espera de que acabara la larga fila de rostros ensombrecidos que, ordenadamente, le ofrecían sus condolencias.

Hubo quien al mirarla pensó que ayer era una niña y hoy tenía el alma de una anciana que había descubierto que la vida golpea en serio.

Cuando todos se fueron ella seguía allí, mirando la nada... lo único que había quedado.

El entierro había pasado. Ayer era tan solo una niña. Hoy ¿era la niña de los ojos tristes?

Hubo quien la miró desde lejos y pensó que lloraba sobre la tumba de su madre. Hubo quien juraría que su silueta entablaba conversación con aquella lápida llena de flores frescas.

―¿Lo ves mamá? Nadie ha preguntado porqué lo hice.



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