lunes, 3 de mayo de 2010

Gramíneas


El día ha amanecido precioso y, dentro de lo que cabe, me encuentro bien. Todos dicen que es un día especial, aunque yo soy plenamente consciente de que los gérmenes no hacen fiesta en los días importantes de las personas, para esos diminutos atacantes el calendario está lleno de días laborables, no hay descanso para propagar enfermedades. Pero hoy no me encuentro demasiado mal.


La voz amiga de siempre me habla desde la radio, el locutor de “Salud día a día” me pone al corriente de la noticia que va a marcar el que se supone es uno de los días más importantes de mi vida.


Corro hacia el espejo y me devuelve la visión de unos ojos que empiezan a enrojecerse. Las palabras del locutor me martillean el cerebro: “Hoy, el índice de polen de gramíneas en el aire es el más alto de los últimos 10 años”.


Pólenes de gramíneas… fiebre del heno… he leído sobre ello y sé lo que significa.


Corro a cerrar las ventanas. Gramíneas. Estornudos, rinorrea, ojos enrojecidos y llorosos, rino-conjuntivitis, tos seca, obstrucción nasal, cefalea y hasta fotofobia.


No pienso salir en estas condiciones. Esa nube tóxica me inflamará los bronquios y moriré en medio de un colapso respiratorio.


Nuria está a punto de llegar pero ya he tomado una decisión y no pienso arriesgar mi salud ni siquiera hoy.


Seguramente me soltará uno de esos sermones que se supone que hacen a las amigas más amigas aún. Me recordará la piedra en el riñón que nunca llegué a tener o el amago de ataque cardiaco que, según el médico de urgencias, resultó ser un dolor muscular ocasionado por una postura inadecuada al dormir.


Pero, conozco mi cuerpo y esta vez sé que es diferente.


En el espejo mis ojos siguen matizándose de rojo y empiezo a notar un leve picor en la nariz. Gramíneas… un nombre bonito teniendo en cuenta el peligro que encierran, extienden su maldad invisible para aferrarse a las gargantas de los incautos, a los bronquios de los descuidados.


Creo que empiezo a respirar con dificultad.


Nuria no podrá convencerme, nada me hará abandonar la seguridad de mis ventanas cerradas, ni siquiera Juan. Él querrá protegerme y lo entenderá porque conoce la vulnerabilidad de mi salud, lo frágil de mi organismo, la importancia de que proteja mi debilidad.


Tengo que asegurarme de que quedan suficientes pañuelos de papel para hacer frente al goteo persistente que atacará a mi nariz. No hay tiempo que perder, debo tomar precauciones.


Oigo los pasos entaconados de Nuria por el pasillo. Ha llegado la hora. Se pondrá histérica al verme en camisón y me acusará, una vez más, de no ser realista. Supongo que me gritará: ¡María, tú nunca has sido alérgica! Pero no me importa lo que piense, lo primero es mi salud y no estoy dispuesta a arriesgarla. Me obligará a llamar a Juan pero tampoco me importa, nada me hará cambiar de opinión.


La puerta se abre y antes de que alguna de las dos pronuncie la primera palabra, me limito a guardar en el armario, con gesto decidido y respiración entrecortada, mi flamante vestido de novia.



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