miércoles, 9 de diciembre de 2015

VUELVE, A CASA VUELVE...

VUELVE, A CASA VUELVE... La tierra es un vasto teatro donde la misma tragedia se representa bajo nombres diferentes. Voltaire Ocho de la mañana, desde la cocina llegaban sonidos apagados que indicaban que la actividad ya había comenzado. Desde la cercana avenida llegaba un run—run de coches y motos que iba “increscendo” como si se tratase de burbujas en una copa de champán. Todos los días eran iguales, Manuel no tenía ningún despertador en la mesita de noche pero tampoco lo necesitaba, nunca había sido una persona de mucho dormir y desde que se mudó hacía varios meses, menos aún.
La Residencia de la Tercera Edad “San Hermenegildo” era un lugar tranquilo, un remanso de paz con olor a ambientador de limón y fondo musical de los sesenta. Su habitación constaba de un armario, una mesita de noche y una especie de mesa multiusos junto a la ventana, un par de sillas y un par de camitas. La cama de al lado estaba ocupada por Ernesto, un tipo algo chiflado que había vivido en Alemania, en Suiza o incluso en la Yugoeslavia socialista de Tito. Apenas se hablaban, aunque no había ningún motivo real para dicha frialdad, lo único que realmente los separaba era que Manuel seguía sin aceptar el pasado reciente mientras que su compañero de habitación seguía fiel al viejo lema :”Nunca llores por la leche derramada”. Viviendo en un asilo, sin familiares que lo visitasen y sin perspectivas de futuro, Ernesto seguía teniendo sueños y trataba de contagiarselos a su vecino para que se le quitase esa cara “de muermo” que tenía. Día tras día, Manuel se despertaba antes que ninguno, se lavaba la cara con agua fría, se ponía la misma ropa del día anterior y se dirigía arrastrando los pies hacia el comedor para desayunar. Los empleados le saludaban de modo automático y él les respondía del mismo modo, no había química entre ellos y el anciano lo atribuía a los recortes de sueldo que el Estado había hecho en sus nóminas. La puta crisis tiene la culpa de todo —solía pensar Manuel. Se sentaba sólo en una mesa, bajaba la cabeza y se concentraba en aplicar la mantequilla a la rebanada de pan con el mismo cuidado que un pintor pondría con su obra maestra. Cuando la mayoría de sus compañeros bajaban a desayunar, él ya había terminado y se dirigía al salón a ver el telediario de la mañana en el televisor. Al igual que con los empleados, tenía poca química con el resto de ancianos. Si hubiese estado más atento habría visto que ellos no sentían ninguna animosidad hacia él, pero Manuel estaba encerrado en su mundo. Las noticias económicas se llevaban la mayoría de los titulares día sí y día también, el F.M.I., la prima de riesgo, el rescate financiero, Grecia, horas y horas dedicadas al mismo tema; mientras tanto, el anciano sentado frente al televisor blasfemaba contra los Bancos, contra los políticos, contra el Rey, contra todo y contra todos. Pero se sentía una isla en medio de la nada, el resto de los residentes actuaban como si la crisis no fuera con ellos, jugaban sus partiditas de domino, se enseñaban las fotos de los nietos o se contaban viejas batallitas que a nadie interesaban o al menos esa era la opinión de Manuel. No se dan cuenta de que el mundo que conocen se está acabando —pensaba tristemente mientras rehuía cruzar su mirada con los demás— le hubiera gustado vivir en pleno centro de una gran ciudad y unirse a los “yayoflautas” que mencionaban las noticias para poder salir a diario a enfrentarse a los usureros de los bancos... ¡Dios, cuanto les odiaba! Cada día, era una copia de los anteriores. Manuel esperaba la visita de su hijo. Día tras día volvía a sentir la misma desazón al comprobar que no venía; confiaba que la próxima llegada de la Navidad lo trajese, pero los días pasaban y seguía sin acudir. No le cabía duda del amor de su hijo, de hecho estaba seguro que la culpa la tenían a partes iguales los Bancos y la vergüenza. Cada vez que veía el logo de Bankia se sentía morir, los recuerdos de tiempos mejores en su propio hogar llegaban y se mezclaban con la realidad actual, los sueños de un país que jugó a ser importante a principios del 2000 y ahora esos sueños se transformaban en una pesadilla que estaba disparando los suicidios y los deshaucios de sus ciudadanos. En aquellos felices días cuando España iba bien, su hijo Fran les pidió que lo avalasen en la compra de un piso y por supuesto lo hicieron. Cuando se quedó en paro, a medida que éste se prolongaba, se hundió en la depresión. Perdió la casa y estuvo a punto de perder su familia, vivir en la casa de campo de sus suegros para un hombre que había ganado más de cinco mil euros al mes fue muy duro, pero no tanto como ver al Banco expulsar a su padre de su hogar. Ese día, Fran y Manuel habían llorado abrazados mientras recogían los pocos enseres que podía llevarse al asilo, no había vuelto a ver a su hijo desde ese terrible día, a veces le llamaba al móvil pero la verdad es que ninguno tenía nada que decir que pudiese reducir el dolor o traer una sonrisa. Su antigua casa estaba ahora ocupada por un grupo de africanos que incluso cambiaron la cerradura, el otro día salió en la tele cuando la policía intentaba desalojarles y un grupo del 15M se enfrentaba pacíficamente a los agentes. Manuel no estaba especialmente contento con los miembros del movimiento, principalmente porque cuando le expropiaron a él por ahí no apareció nadie a parte de su hijo. El resultado final del operativo policial se cerró con la detención de varios de los africanos que no tenían papeles aunque no pudieron desalojar al resto de la casa. Los miembros de las organizaciones lo consideraron una victoria, pero Manuel no lo tenía tan claro. ¿Se retiraban los cuerpos de seguridad por la presión ejercida? O lo hacían para convertir ese inmueble en un coto de caza al que volver una y otra vez a capturar ilegales. El aumento del racismo era una de los efectos más visibles de la actual crisis, el rostro de su mujer se le aparecía sonriendo como siempre. Su difunta era nativa de Bélgica y sobre el tema de la intransigencia con los extranjeros Manuel era radical, consideraba que eran personas como cualquier español, con sueños y deseos que no difieren lo más mínimo de los nuestros. Cada vez que lo llamaba al móvil su hijo, le preguntaba si había hecho muchos amigos en la Residencia, pero lo único que lograba era que Manuel explotase quejándose de lo que él llamaba inmovilidad y pasividad, del que más hablaba en esas conversaciones era de Ernesto, pero sobre el resto de residentes Fran sabía poco o nada. Cuando se cambiaban las tornas y el preguntado era Fran, las respuestas y el tono eran los mismos, nunca los genes se habían visto tan nítidamente reflejados como entre ellos. El abuelo notaba en sus propias carnes el dolor de su hijo al ver sus sueños y los que se había forjado para sus hijos, destruidos por una crisis salvaje y sin sentido a la que nadie veía un final cercano. Uno estaba encerrado en el asilo y el otro en una finca de sus suegros, ambos se sentían toros bravos encerrados tras una cerca que les impedía la libertad. Mientras tanto, los verdaderos culpables de la crisis, los banqueros, políticos y constructores seguían con mucho dinero oculto en paraísos fiscales mientras millones de desgraciados lamentaban haber sido engañados con las acciones preferentes, otros fueron timados por el tasador del Banco que puso un valor inflado a la vivienda al iniciar la hipoteca y otro valor casi ridículo cuando no pudieron pagar, gracias a lo cual el Banco se quedó con la casa y les obligó a seguir pagando el resto de la deuda. Cada vez más y más personas llegaban a la conclusión de que no estábamos en una crisis, esto era una gigantesca estafa donde la mayoría teníamos que pagar para tapar los huecos dejados por el enorme fraude. El sonido de un villancico llenó el espacioso salón del asilo, los residentes estaban terminando de almorzar y su menú navideño había consistido en una cremita de guisantes con jamón serrano, bastante bueno el jamón aunque la crema estaba sosa como siempre. De postre les prepararon unas creps sin gluten acompañadas de jamón cocido o de queso dependiendo de sus gustos. La verdad era que la comida fue mejor que de costumbre, sin embargo, Manuel no se sentía feliz. Cada Navidad sucedía lo mismo, el rostro de su querida Elsa se le aparecía una otra vez. Los rasgos e incluso la voz de todas las mujeres con las que se cruzaba le recordaban a la mujer que durante cuarenta años rió, lloró y le convirtió en un hombre orgulloso de su pareja. Desde que ella murió cinco años atrás, el mundo maravilloso en el que habían vivido se volvió un lugar solitario lleno de personas amargadas. Él intentaba decirse que todo lo que pasaba se debía a la crisis, pero algo en su interior se revolvía cuando llegaba a esa conclusión. En la crisis de 1982 o cuando estuvo corriendo delante de los “grises de Franco” o cuando le detuvieron sospechoso de actividades sindicales el mundo no cambió, la explicación más sencilla a esta diferencia era Elsa. Su difunta lograba que se sintiese un hombre especial, le hacía sentirse más vivo y capaz de superar todos los obstáculos, su pérdida lo cambió e incluso lo alejó de su único vínculo. El rostro de su hijo, tan parecido a su difunta esposa apareció en el móvil mientras éste comenzaba a vibrar y le dijo que acudiría a las siete para visitarlo. Por primera vez en mucho tiempo, su imagen reflejada en la jarra de gaseosa era además de saludable, feliz. Aún tenía mucho pelo aunque el color fuese ahora diferente al que se veía en la foto del DNI, se le notaba fuerte pese a los círculos negros que envolvían sus ojos antiguamente llenos de vida. La televisión emitía los mismos anuncios repetidos un millón de veces y por encima de todos se repetía cada pocas horas el odioso de “Vuelve, a casa vuelve...”. Cada vez que lo escuchaba sus dientes chirriaban y apretaba sus puños con rabia, sabía bien que no era el único en el asilo que había llegado allí tras ser deshauciado por el Banco. Todos ellos compartían una ira interior que los señalaba frente a los demás, era como si un hierro al rojo hubiese dejado una marca sobre su piel. La historia era común en todos los casos, padres que avalan a sus hijos, crisis que deja en paro a los jóvenes, Bancos y Cajas que ejecutan las hipotecas y en muchos casos arrastran también a los avalistas que al ser pensionistas no pueden responder de la deuda. Cuando Manuel terminó de comer se dirigió a la ventana del fondo donde entregó su plato y los cubiertos, la mujer que le atendió le entregó un vasito de plástico con un par de píldoras de colores. —¡No quiero más medicinas! —dijo como un crío que quiere defender su libertad frente a sus padres. —Si no te las tomas inmediatamente y sin protestar, esta noche no tendrás tabaco. Manuel se tragó las pastillas pese a saber que le convertirían en una especie de zombie el resto del día. Refunfuñando y arrastrando los pies, se dirigió hacia una esquina para refugiarse en el único sillón que daba la espalda al televisor, desde allí solo podía ver el enorme portal de belén al que sus compañeros del asilo habían dedicado varios días de duro trabajo en un montaje que pareció no tener fín. Día tras día, discutían y cambiaban una y otra vez las figuras mientras miraban revistas. Nunca pudo entender que se tardaba tanto en montar una tontería como ésa, pero ellos estaban pasándolo muy bien mientras parecían no fijarse en cuanto les rodeaba. Casi nunca oyó a ninguno de ellos hablar sobre política, ni siquiera cuando el telediario hablaba de la posibilidad de congelar las pensiones durante los próximos años. Estaba convencido de que las medicinas les habían convertido en zombies satisfechos que ni protestaban, ni pensaban. Sentado allí, lejos de las imágenes traicioneras de la “caja tonta”, Manuel pudo cerrar sus ojos y pensar en la visita de su hijo. En pocos momentos, inició una serenata de ronquidos y sonidos guturales que hacían los coros a los villancicos que continuaban sonando. Durante casi dos horas, roncando y con los ojos entrecerrados, Manuel inició un viaje que lo llevó más allá de su cuerpo. Ya fuesen las drogas, ya la rabia frente al personal del asilo, o quizás simplemente que su subconsciente intentó abrirle una puerta a otra realidad, lo cierto es que de pronto se encontró en medio del portal de belén convertido en una de sus figuras. Desde su sillón la escena le había parecido pequeña, pero convertido en uno de sus personajes, se veía tan larga como un culebrón. Formaba parte de una caravana de comerciantes y habían montado un campamento temporal para pasar la noche. Así, mientras sus animales bebían y descansaban del largo viaje, uno de ellos vigilaba los bultos temiendo un ataque de los bandidos de Hacienda. Desde que Montoro los dirigía, sus asaltos habían aumentado en número y todos les temían más incluso que a la propia crisis, los demás comerciantes se apretaban alrededor del fuego escuchando las historias maravillosas que contaba el hakavati, tradicional narrador de cuentos cuya habilidad, ingenio y fantasía le permitían vivir de narrar historias que nadie creía pero todos le pagaban felices por llevar algo de fantasía a sus duras vidas. Manuel se inclinó para ver mejor al narrador y casi se cae redondo al suelo al ver que tenía la misma cara que José Luis Fabricante de Zapatos, el antiguo presidente. Oyéndolo con detenimiento vió que no solo tenía su rostro, también sus gestos y su voz eran la misma. Los comerciantes le escuchaban fascinados y ninguno prestaba atención a las incongruencias, incluso a las mayores que cualquier niño hubiese descubierto. Mis nuevos compañeros son imbéciles —pensó el anciano—, yo dejé que este tipo me engañase, pero ahora no pienso volver a cometer el mismo error. En su memoria luchaba por aparecer un viejo recuerdo, veía el rostro brillante de un jovenzuelo en la cama mientras su madre le contaba un cuento. Su esposa siempre contaba historias maravillosas a su único hijo, siempre estuvo intrigado de dónde sacaba esos cuentos pero aquél en concreto le sorprendió incluso más que el resto. A principios del siglo XIX, en las jóvenes repúblicas sudamericanas se podía oler la libertad y se tocaban los sueños, políticos llenos de ilusiones competían con otros que sólo luchaban para enriquecerse, entre los primeros hubo algunos que ofrecieron poner fuentes en las calles que dieran leche en lugar de agua, otro propuso allanar todo el país para mejorar las comunicaciones. Bellas propuestas que jamás vieron la luz devoradas por los que siempre decían: ¡Eso no es posible! Con mucho esfuerzo, Manuel se levantó sintiendo como sus rodillas crujían y se alejó moviendo la cabeza, no sin sorprenderse de que nadie le preguntara o se extrañase de su marcha. El sendero aparecía claro en frente de él, recordó con una sonrisa cómo varios de sus compañeros estuvieron durante horas pegando granos de arroz para formar esa calzada romana por la que ahora estaba caminando. Llevaba un buen rato caminando cuando se encontró un cartel y tres edificios a la derecha, cuando recordó a dónde se acercaba una sonrisa sarcástica asomó a su rostro, era la primera vez que sonreía en varios meses, sin embargo, tenía motivos para hacerlo. Mientras montaban el belén, sus compañeros decidieron que esas construcciones serían el asilo y dos lupanares. Al situarse frente al cartel leyó Vía Agra, estaba seguro de que su compañero de habitación Ernesto era quien puso el poste. No lo había leído antes pero comprendió por qué había insistido en ponerle ese nombre puesto que pasaba frente a los puticlubs. Frente al asilo había un pequeño jardín y muchos de sus residentes se encontraban allí, sobre un frondoso olivo estaba sentado un pequeño angelote con un arco minúsculo que disparaba flechitas a los ancianos. Al verlo por primera vez, Manuel sintió ganas de darle una pedrada, pero cuando se volvió pudo fijarse más detenidamente y comprobó que tenía la cara del popular presentador Juan y Tres Cuartos. Comprendiendo que alguna anciana le había puesto ese rostro al pequeño cupido en forma de travesura infantil sonrió y se mantuvo atento puesto el pequeño diablillo le mandó un par de flechas envenenadas tratando de enamorarlo. Pensando sobre ello, llegó a la conclusión de que otro compañero debió ponerle la cara del ex—presidente al narrador de cuentos. Después de todo, los residentes del asilo no estaban tan acabados como él pensaba. En la puerta de los lupanares estaba la madam de turno, del más grande se encargaba María Magdalena que decían tenía mucha experiencia con esos temas, en el otro el rostro de la mujer volvió a sonarle a Manuel... Era “Valerie Casso” o algo así, la famosa ninfómana que publicó un diario y empezó a salir en las cadenas de televisión. Siempre que la veía en la tele pensaba “que diablos verán en ella” pero ahora la veía junto a un legionario romano y comprobó que la mujer se adaptaba plegándose a los deseos del guerrero borracho. Una sonrisa estúpida brillaba en el rostro del tipo, pese a estar tan intoxicado por el alcohol que casi no se tenía encima. El desgraciado se lo estaba pasando “de muerte” mientras Valerie introducía una y otra vez sus manos en una caja que ponía “dietas” y las sacaba llenas de monedas. Manuel percibía las miradas de envidia que dirigían al legionario el resto de figuras masculinas del belén. La cara del tipo también le sonaba, tras un pequeño esfuerzo recordó a quién se parecía, le habían puesto la cara del ex—presidente del Tribunal Supremo. Pensando en la imagen de la francesa con el jurista que gastaba a manos llenas las dietas del Tribunal llegó a la conclusión que sus compañeros de asilo tenían mucha más imaginación de la que sus movimientos lentos y cuasi—zombies pudiesen aparentar. Desde ese momento empezó a fijarse en los rostros del resto de personajes del belén convencido que durante su aventura se llevaría alguna que otra sorpresa divertida. Se estaba acercando a la caravana de los Reyes Magos, recordaba su infancia y cuando montaba el belén con su hijo y su querida Elsa, siempre habían sido tres reyes, tres camellos y tres pajes. Se sorprendió al ver que lo único que se mantenía era el número de las figuras. Gaspar no viajaba en camello sino en un caballo y su paje en lugar de ir a pie montaba un borriquillo, ambos avanzaban al ritmo del burrito y al ver al rey notó algo raro en su vista, tenía los ojos “raros” fijándose más descubrió que sus ojos miraban en direcciones diferentes, una sonrisa le vino al rostro cuando reconoció el personaje que se ocultaba tras el rey. Quién mejor que aquel que robó un carro blindado lleno de dinero y se largó a Brasil a vivir la vida para representar al rey que llevaba el oro. Tras ellos venía Melchor, éste si se parecía a los reyes de su nacimiento, montaba un camello y llevaba un paje, era alto, delgado y tenía un rostro lleno de sabiduría que también le sonaba... ¡Joder, si es el Cardenal de Sevilla! “Carlos Amigable” o algo así. Incienso—Sevilla la relación también estaba clara. El tercero ya si que le rompió todos los esquemas, Baltasar no iba ni a caballo ni en camello, nada de eso. A este lo habían montado en un elefante, llevaba un paje delante del animal, otro sobre la cabeza dirigiéndolo y un par más que llevaban una especie de biombo que avanzaban a su lado ocultándolo de cuantos se encontraban a ese lado. Manuel decidió acercarse a éste último para averiguar por qué llevaba un biombo, posiblemente la curiosidad era más grande que la ampolla que le estaba saliendo en la planta del pie de tanto andar. Los negritos del biombo se movían cada vez que lo hacía el paquidermo, pero también se movían a veces mientras éste estaba parado. Se dirían que intentaban ocultarlo de algo o de alguien, mirando en dirección opuesta vió a un centurión con cara de cansado que se apoyaba en un bastón mientras cojeaba ligeramente. ¡Coño, si tiene la cara del Rey! Por eso esconden al pobre animalito —pensó mientras rompía en carcajadas— el monarca le miró como si estuviera borracho o loco, Manuel estuvo por burlarse de él sabiendo que no podría correr detrás, pero puesto que lo rodeaban varios legionarios a los que algún guasón había dibujado receptores de radio como los del servicio secreto, decidió dejarlo y seguir con Baltasar. ¿Quién sería? Su cara le sonaba... ¡Pero si es Marcos Senna! Se vé que hay algún aficionado del Villareal entre los ancianos de la Residencia. ¿Qué mas sorpresas reservaba el belén? Manuel estaba seguro que muchas. De momento no se atrevía a dirigirse hacia el portal, ver al ángel con la cara de la Merkel anunciando una nueva subida del IVA le daba grima, creía recordar que se habían hecho varias escenas bíblicas y se dirigió en esa dirección. La primera que se encontró fue la lapidación de la pecadora, Jesús estuvo muy convincente en su discurso y cuando todos bajaban la cabeza y soltaban sus piedras. Una voz femenina se alzó. —¡Yo estoy libre de pecado! ¡Yo arrojaré esa primera piedra! —¡Mamá no! —gritó Jesús. Viendo la cara de su madre inmediatamente pensó: pobre pecadora, a la madre le habían puesto el rostro de la reina. A la desgraciada en cambio le pusieron una foto de Corinna. Después llegó la famosa escena en la que Poncio Pilatos se lava las manos frente a Jesús, el rostro de Gallardón—Pilatos resultaba simpático aunque no tanto como ver que el rostro de su esposa Claudia Prócula era en realidad el de la Espe, con un cartel anunciador de la candidatura olímpica de Madrid a modo de parasol. Varios miembros del Sanedrín estuvieron protestando durante todo el juicio pidiendo la condena del acusado y el más agitado era... quién sino el Sumo Sacerdote Caifás—Rouco Varela. Pero en ese momento se dió cuenta que había más rostros conocidos entre esos personajes, Emilio Zapatillas Deportivas y la mayoría de los directivos de los grandes Bancos de este país representaban al resto de judíos. Usureros—judíos también una relación que cualquier persona podía hacer con facilidad. Seguro que si las cosas se siguen complicando más en este jodido país, podrían poner la cara del presidente de gobierno al condenado. Ya se sabe, a perro flaco todo se vuelven pulgas y si todo sigue empeorando muchos querrán crucificarle. Manuel sintió entonces la convicción de que tendría que hablar más con sus compañeros, después de todo, le estaban demostrando que tenían más imaginación que Spielberg y él que pensaba que estaban más acabados que la Falange en Marinaleda... Mirando hacia el salón vió a Ernesto de pie al lado de su cuerpo dormido, por increíble que pudiera parecer le estaba mirando directamente como si supiera que esa figura del belén era él. Le estaba sonriendo y sintió su voz dentro de su cabeza: —Ya ves, no todo es lo que parece. Ni tus compañeros están tan acabados, ni tú eres incapaz de volver a sonreír. —Pero... ¿cómo? —¿De que te sorprendes? Ya deberías saber quién soy. —¿Eres mi ángel guardián? —Algo así... aunque prefiero que me consideres una parte de tu conciencia a la que habías dado vacaciones. —¿Por qué estoy aquí dentro? —Por que eres un cabezota y es la única forma que se me ocurrió para que comprendieras que tus compañeros están tan hartos de la situación como tú. Si no estuvieras tan ciego habrías comprobado que ellos también se quejan cuando oyen las noticias. Pero tú siempre desayunas el primero y escuchas el telediario sólo mientras ellos desayunan en el comedor, ellos no hablan mientras comen, no debería sorprenderte puesto que tú tampoco lo haces, cuando se empiezan a quejar tú ya has salido hacia el patio o tu habitación o cualquier otro lugar. —En ese caso les debo una disculpa. —Siempre has sido igual, durante años Elsa se inventaba los cuentos que contaba a Fran tratando de enviarte mensajes para que superaras las dificultades sin deprimirte. Yo también he sido un idiota al no recordarlo, de haberlo hecho habría podido reorientarte mucho antes. —¿Reorientarme? De qué estas hablando. —De tu estúpida depresión. El mundo no se ha acabado, las buenas personas siguen existiendo y a menudo están cerca de tí. Si no te das cuenta de ello, el único culpable eres tú. —Me estás molestando —dijo Manuel levantando la voz. —¿Recuerdas cuando tenías miedo de que te detuvieran por sindicalista? —¡Como olvidarlo! Me costaba incluso conciliar el sueño. —Pero has olvidado el cuento que tu esposa contó a tu hijo en aquellos días. —¿Cuál? —El del árbol de los problemas... El campesino tenía las manos llenas de callos y se sentía agotado, finalmente había contratado a un obrero para ayudarle a reparar su vieja granja, la crisis golpeaba duramente a todo el mundo y encontrar operarios de calidad a buen precio era fácil. Ambos habían trabajado como mulas y ríos de sudor empapaban sus ropas. Su cinturón, que no era sino un trozo de cuerda, se rompió por lo que tuvo que hacerle un nuevo nudo que le hacía una rozadura al caminar; una piedra muy dura había mellado una de sus herramientas y la dejó prácticamente inservible, finalmente a la hora de volver descubrió que la batería de su antiguo trasto había muerto. El patrón lo acercó a su casa en el tractor, él permaneció en silencio todo el trayecto. Una vez que llegaron allí, le invitó a conocer a su familia. Eran vecinos desde hacía años, pero salvo los saludos a la entrada o salida de la iglesia no tenían ninguna relación. Mientras caminaban hacia la puerta, se detuvo frente a un pequeño árbol, allí realizó lo que parecía una breve oración rozando las puntas de las ramas con ambas manos y siguió hacia la casa. Al entrar, ocurrió una transformación. Ahora veía a un hombre nuevo, nada en él recordaba al abatido obrero que había transportado en el tractor. Su sonrisa era tan brillante como un rayo de sol del amanecer, su voz sonaba casi juvenil; era otra persona, un duplicado feliz del hombre con el que había compartido la jornada de trabajo. Abrazó a sus hijos y le dio un beso junto con varios achuchones cariñosos a su esposa. Después acompañó al campesino de vuelta a su vehículo. Cuando pasaron cerca del árbol, el patrón le preguntó acerca de la oración que hizo a la entrada. —"Ese es mi árbol de los problemas", contestó. "Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero hay algo que es seguro: los problemas no pertenecen a mi casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego. Luego a la mañana cuando salga los recojo otra vez." "Lo divertido es... —dijo sonriendo— que cuando salgo a la mañana a recogerlos, siempre encuentro menos de los que recordaba haber dejado la noche anterior". Ahora recordaba el enorme laurel que su esposa compró y puso en la puerta de su casa. Sí, era cierto, en aquellos días lo usó como árbol de los problemas y de ese modo su familia estuvo a salvo de su mal humor. Puede que Ernesto tuviera razón, puede que si hubiera seguido con la costumbre del árbol de los problemas no se hubiera convertido en el gruñón que era ahora. Pero eso iba a cambiar de una vez y para siempre, estaba dispuesto a volver a colgar sus problemas del árbol, si lo que decía Ernesto era cierto y su hijo venía para llevárselo, esa segunda oportunidad no la desaprovecharía. Fran también estaba cambiado, su hijo tampoco recordaba los cuentos de Elsa y él sería el encargado de recordarselos a él y a sus jóvenes nietos. No se llevarían a un anciano cabreado y malhumorado que ni saludaba ni sonreía. Ni hablar... Se iban a llevar a un tipo feliz y que siempre le buscaba el lado positivo a las cosas, como siempre decía su querida Elsa: Si pedías una naranja y el destino guasón te ofreció un limón, no grites ni protestes, ¡véngate de él haciéndote una sabrosa limonada! Manuel nunca abandonaría el asilo, se quedaría colgando en un árbol del jardín, Ernesto es quien saldría para llevar un poco de luz a su familia. Mientras Manuel roncaba sentado en el sillón, un par de personas le observaban desde el otro lado del salón. Su hijo y la directora de la Residencia hablaban en voz baja: —Ahora esta durmiendo, cuando despierte podrá llevárselo —dijo ella. —Es increíble, la primera vez que me lo contó no podía creerlo. —Bueno siempre se ha dicho que los niños y los ancianos son muy parecidos en muchos aspectos. —Si, pero mi padre siempre ha sido un hombre tan metódico. —No se que decirle, no lleva mucho tiempo en la Residencia. De todos modos, cuando empezó a hablarnos de ese “compañero de habitación imaginario” comenzamos a darle pastillas para tratar de devolverle la lucidez pero ha sido imposible. Entienda nuestra postura, con un presupuesto cada vez menor,a pesar de haber recortado en lo posible el personal, no podremos sobrevivir más allá de dos meses antes de que el Banco nos embargue. —Lo entiendo, supongo que tendré que llevarlo al campo con nosotros. En sus condiciones, ninguna Residencia de Ancianos se hará cargo de él. Será duro para él tener que abandonar su nuevo domicilio de nuevo por culpa del Banco, ¿de que entidad estamos hablando? —De Bankia. Manuel empezó a desperezarse y ellos se dirigieron lentamente hacia él, el anciano por su parte había cogido unas tijeras y una revista. Con sumo cuidado recortó algo y se dirigió hacia el belén del que sacó una figurita y le puso un trozo de papel sobre su cara antes de devolverla a su puesto. Se volvió hacia su hijo y con lágrimas en los ojos ambos se abrazaron, desde el nacimiento, el rostro de Rodrigo Rato sobre la figurita del cagón los miraba con odio...

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