Recuerdo la primera vez que leí sobre los “escritores cinematográficos” (o algo parecido, no le hagas mucho caso a mi memoria), aquello se refería a todos los que, nacidos en fechas posteriores a los inicios del cine (o de la televisión, si me apuras) tenían una forma cinematográfica de plantear sus historias, algo así como que imaginaban una película en sus mentes y escribían lo que “veían”; una película, con todos sus elementos cinematográficos, no un relato escrito o hablado. Leer la definición me resultó muy estimulante y, como todo aficionado, traté de buscar ese deje prosístico en mis escritos cual hipocondríaco literario que busca síntomas con los que sentirse un enfermo más de esta bendita dolencia.
Hoy
aún me río de eso, y lo hago porque trataba de buscar la marca por diferencia
con mis amigos, la mayoría de ellos más cinematográficos que la cara de Jack
Nicholson asomando por una puerta rota a hachazos. Pero no es por recordar
viejos tiempos, confesar mis reflexiones intoxicadas o brindarme la oportunidad
del símil con el bueno de Jack que saco esto a colación, sino por una razón aceptable:
creo que el modelo trae un defecto de fábrica que hace que muchos no terminen
de contar lo que quieren contar, y como el cine y la televisión tienen ya tantos
años… Sí, tú tampoco te libras de poder caer. Lo siento, socio.
Ojo, que yo no acuso a nadie, ya se
encargarán de eso todos los que digan que no entendieron tu relato, o que no
terminaron de “empatizar”, o que les gustó pero no “les llegó” (sí, me imagino
dónde querrías tú que “les llegara” por haber dicho eso), o cualquier otra
forma que usen para no herir tus sentimientos, o para herirlos si son de esos a
los que les gusta el cachondeo. Eso sí, creo que dándole algunas vueltas al
tema se puede conseguir comprenderlo y, así, evitar caer muchas veces, con
suerte pocas veces, seguro que no todas las veces.
Pensando
en los elementos que a uno le hicieron “sentir” durante el visionado de una
película, todo el mundo sabe que en ocasiones no fue la narración de hechos
propiamente dicha, sino más bien ese bocinazo del altavoz que estaba justo
detrás de tu butaca, o el amigo que saltó a tu lado, o la que te apretó el
brazo, o la que te apretó otra cosa y por eso aquella peli erótica te resultó infinitamente
más excitante que el libro.
No
es fácil controlarlo, desde que Freud nos habló del inconsciente ya todos
tendríamos que saber que llevamos al enemigo dentro, ése que parece no entender
lo mucho que es capaz de fastidiar, sobre todo a la hora de responder a los
estímulos, incluso a la hora de saber a qué respondemos exactamente. No, no es
fácil. Y si encima no hablamos de una película de verdad, sino de una que no
existe porque se produce, se rueda y se visiona en tu interior, más todavía. Y
para hacer de todo un nudo gordiano que nos pilla sin navaja suiza de la que
tirar, resulta que esa película la tenemos que traducir a texto y cruzar los
dedos para que llegue de la mejor manera posible a la mente del otro y que, una
vez la visione éste en su interior, sienta lo que tú querías que sintiera.
Tranquilo,
respira, en general el instinto se encarga de eso. Ese mismo instinto que en su
momento te hizo pasar de mero lector a perpetrar tus cosas, ése que luego has
ido afinando a base de palos y alguna que otra caricia. Si todo tuviera que ser calculado e intencionado te digo yo
que a más de uno, sobre todo aquellos de la vida golfa que encarnan el ideal
para el amigo Ernesto Fernández (Weiss), no les hubiera ido nada bien; y al
parecer les fue.
Pero el instinto, que
es primo hermano del inconsciente, a veces también nos falla. Me refiero a ese
momento en que olvidas que el tío para el que escribes no está viendo la
película que tú estás viendo en tu interior, sino una reproducción en texto, y
también se te olvida meter el bocinazo, el amigo que salta o la amiga que te
distrae, porque estos, como tales, no están ni van a presentarse por sí solos. Ya
digo, es el instinto el que suele meterlos, pero a veces, si estás atento y
relees ese fragmento que escribiste casi en trance, tomando cierta “distancia lectora”,
puedes ser capaz de echarlos en falta de forma consciente (vuelve a ser el
instinto, pero eres tú el que lo azuza).
Como cuando hablamos de
“el personaje”, ese hijo de tu imaginación que se ha convertido en predilecto y
has decidido que la historia gire en torno al él, ese tipo con un deje y una
expresividad, una comicidad en los gestos y en el porte, capaz de hacer
divertido un entierro. Ese mismo que, tras pasar por tu mente, por tus dedos y
de ahí a los ojos y a la mente del otro, lo pierde todo porque la gracia de ese
tipo tan simpático debería haber estado acotada con arte entre guiones de
diálogo para que funcionara con el lector y no le parecieran sólo unas frases
sueltas, porque deberías haber redactado una descripción acorde para que tu
lector imaginara esos gestos que deberían haber dado chispa a las palabras, o
simplemente porque cuando escribiste aquello estabas tan predispuesto a reírte
(que cada cual imagine) que le viste la gracia a un personaje que jamás la
tuvo.
O como aquella sucesión
de imágenes, de flashbacks y secuencias rápidas que te inspiró la peli moderna
de turno, la misma que ya te olió a chamusquina cuando estabas haciendo el
remake en tu mente. Durante la redacción lo notaste más si cabe, porque había
detalles que no terminaban de cuadrar cuando le hacías la lectura en alto
consciente o inconsciente, a viva voz o en tu mente. No te terminaba de cuadrar,
pero el impacto de aquellas luces en la pantalla te tenía subyugado y tú creías
que le llegaría al lector. Ya sabes que no le llegó, chasco que te llevaste (no
presumas, que todos tenemos “trofeos” de esos). Reseñaste la película, socio, para
haberla contado tendrías que haber incluido el trasunto literario de las luces,
los ruidos y la impresión sensorial del conjunto.
Y cómo no hablar de la
atmósfera, ese ente etéreo, místico, que sobrevuela ciertas producciones
llegando a ser la clave del éxito de algunas de ellas. La atmósfera del film te
llegó, pero no te diste cuenta de que fue por el sonido que se repetía a
intervalos y que inquietaba, el juego de luces que ensombrecía los rostros, esa
mezcla de melodía e imágenes tan particular. No, tú creíste que con que fuera
Manhattan y de noche iba a resultar… y no era eso…
¿Nadie recuerda las
risas enlatadas de la tele? Tienen su función; ¿o te creíste que estaban ahí
porque no llegaban a la cuota de ruidos por capítulo? Pues no, no era por eso,
era por otra cosa, y como en tu secuencia de sketches escritos, tan parecidos
al programa cómico, no había nada de eso, no llegaste a Benny Hill de las
letras con una troupe de secundarios corriendo al son de la graciosa musiquilla
final que todos los que lo vimos jamás pudimos borrar de nuestra memoria.
Podría seguir
desgranando ejemplos, recuerdos de esos que intentas tomarte con sentido del
humor porque tampoco es cuestión de llorar por ello, pero creo que con lo
anterior queda ya bastante claro y se llega fácil al corolario: asegúrate de
que sabes qué te gusta de la película que quieres contar, por qué te gusta, y
de cómo se traduce eso a texto, que a veces es lo que más cuesta. Una vez hayas
conseguido eso, avísame y me lo explicas, que a mí me sigue costando horrores
saber cómo se ven mis pelis desde el otro lado de la pantalla.
Por último, seguro de que alguno lo
estará pensando, lo digo: sí, me considero enfermo del mal cinematográfico, y
si la película que te acabo de transmitir no se parece a la que yo vi y la
historia te resulta chusca o incomprensible, puedes achacarlo a que en mi cine
la atmósfera suele estar cargada y el personal muy relajado, o a que oí
campanas y no me enteré de dónde, que también puede ser, por aquello de la
atmósfera cargada y el relax. A tu salud (lo digo por la cervecita).
“er Caniho”
Soundtrack:
I am a man of constant
sorrow
The Soggy Bottom
Boys Cuartet
2 comentarios:
Muy interesante, el tema. A mí siempre me ha atraído este estilo cinematográfico, cuando está bien llevado, claro. Siempre he pensado que el ejemplo perfecto de escritor cinematográfico es George R.R. Martin, que tan de moda está hoy día.
Bueno, no he leído a Martin, aunque por referencias lo entiendo como lectura pendiente. Creo que otro que también puede entrar más o menos en esa categoría es King, y teniendo en cuenta la capacidad de llegar al público de ambos autores, no está de más pararse a pensar un rato en ello y tratar de probar también algo de eso, porque ser capaz de llegar a muchos me parece un valor importantísimo. Eso sí, como bien comentas, tiene que estar bien llevado, no quedarse en el error y reseñar lo que en realidad queríamos contar, que no es lo mismo.
En fin, un saludo y gracias por pasarte.
Publicar un comentario