El comienzo. Mohines e indiferencia.
¿Quién es ése? ¿Dónde está mi Juan? No puede ser, ¡No está! Él, solo él me puede tocar, nadie lo hace como él.
El departamento contable de la empresa “SOMOS” había sido reestructurado. Juan y otros cuatro compañeros habían sido destinados a uno nuevo y, para sustituirlos, solo mandaron a un “pimpollo” imberbe. Samuel.
—A partir de hoy ése será tu sitio.
Ernesto, el jefe del departamento le indicaba una mesa junto a la ventana. A Samuel no le desilusionó ver lo anodino de su puesto de trabajo. Una mesa gris, cuatro bandejas clasificadoras, una calculadora y un ordenador negro. La única nota de color existente en la mesa era una florecilla de plástico roja pinchada en un cactus “anti-radiaciones”.
No puede ser. Le ha dicho que ocupe la mesa de Juan. Entonces es verdad que se ha ido. ¡Y se ha olvidado de mí! ¿Cómo ha podido ser? Con lo que me he esforzado para ayudarlo en su trabajo. Y ahora, me abandona, no me lleva con él.
Samuel, como cualquier otro novato en su primer día de trabajo, se dirigió sin rechistar hacia donde le habían señalado. Colgó su abrigo, se sentó ante la mesa asignada y encendió el ordenador. Mientras arrancaba, toqueteó la florecilla del cactus hasta que acabó pinchándose. Luego abrió los cajones y vio los bolígrafos, grapadora, clips y otras cosas que solo sirven para hacer más monótono el trabajo.
Por último, la tocó.
¡Ahhhh! No me toques. ¡Tú no tienes derecho a tocarme!
Un pequeño calambre le había hecho retirar la mano de la calculadora. Pensó que sería la estática y no le prestó más atención.
—Samuel, aquí tienes trabajo —Ernesto plantó encima de la mesa tres archivadores—. Empieza a contabilizarlas.
Nervioso, no fue capaz ni de contestar. Cogió el primer archivador, lo abrió y sacó un taco de facturas. Las ojeó por encima. Unas eran nimias. Otras, en cambio, eran astronómicas. Si se equivocaba con alguna, no tardaría mucho en ser despedido. Así, decidiendo concentrarse lo más posible, abrió el programa de contabilidad y, distraídamente, encendió la calculadora.
¡Me tocaste! Eso no vale, me has cogido desprevenida. ¿Crees que por una caricia “tan delicada” como esa voy a olvidar a Juan? Que sepas que él también me tocaba así.
Samuel, no prestaba atención a los destellos de fría luz azul que desprendía la pantalla de la calculadora.
¡No me roces más! ¿Acaso no ves como me enojo al sentir tus dedos sobre mi cuerpo? ¡Pero mírame cuando te hablo! Eso es, al menos me haces caso.
Samuel miró la pantalla y apuntó los números en una hoja y siguió pulsando las teclas distraídamente.
***
Tras una semana, digamos que de tanteo.
Las primeras facturas que le dieron las había contabilizado hacía ya unos días. Samuel había cogido confianza y ya manejaba con soltura el programa de contabilidad. Esa seguridad la notaba sobre todo la calculadora.
Juan no me tocaba de esta forma. En verdad era más tosco. A lo mejor es que a este chico le gusto. Te llamabas Samuel, ¿no?
Los dedos de Samuel volaban sobre el teclado de la calculadora. Eran pulsaciones sutiles, suaves, rápidas. No miraba el teclado, solo lo sentía. La luz de la pantalla ya no refulgía tan fría.
***
Un mes después de conocerse, ya existe el flirteo.
Samuel hoy has llegado más tarde que de costumbre. ¿Dónde te habías metido? Estoy impaciente porque me toques como sólo tú sabes hacerlo. Además te tengo un regalo de aniversario. Llevamos juntos un mes, ¿te acuerdas como te gritaba con mi pantalla la primera semana? ¡Qué tonta fui! Creía que Juan era mi vida, pero aún no conocía tus dedos. Esos dedos que han conseguido ablandar mis circuitos. Que han hecho aflorar en mí las mejores cuentas, los números más redondos de toda mi electrónica vida.
Samuel en verdad se había retrasado un poco en la entrada. El motivo no era nada importante, solo un café demasiado caliente. Cogió la carpeta con las facturas de la semana y comenzó a contabilizarlas. En cuanto tocó la calculadora se dio cuenta del regalo.
—Joder, que suave estás hoy —dijo nada más pulsar tres o cuatro números.
¡Te has dado cuenta! Juan nunca sintió mi regalo. Y además me lo dices. Eres una joya, Sam. Te puedo llamar Sam, ¿no? Es más íntimo. Qué bonito, ya tenemos tanta complicidad. Tú si quieres puedes llamarme “Vetti”, olvídate del “oli”.
Ahora, ¿por qué no aprovechas mi regalo? Lleva mis circuitos al rojo vivo. Que los electrones refuljan en mi pantalla. Siente mi calor en las yemas de tus dedos, que el placer de rozarnos sea mutuo.
***
Otro mes, y ya van dos. La sangre empieza a bullir.
¡Por el Dios de los electrodomésticos! ¿Dónde has estado toda mi vida? Nadie me ha hecho sentir de esta manera desde que tengo pilas. ¡Dios!, como me recorres con tus dedos, haces que mis tripas giren como las de una batidora.
Samuel, o Sam como le llamaba Vetti, en cierta manera también estaba cogiendo gusto a la calculadora. Cada vez que trabajaba con ella notaba un calor y un cosquilleo en la punta de sus dedos que llegaba hasta su estomago pasando, sin que pudiera comprenderlo, y más aún controlarlo, por su entrepierna.
Una y otra vez, como ejemplo claro de la teoría de Paulov y su condicionamiento, inconscientemente acariciaba los números de la calculadora buscando el estímulo que producía en su cuerpo.
Sam que malo eres. Me tienes todo el día en el cielo. Me flojean todas las teclas, ¿no ves como tiemblan mis números en la pantalla?
***
Tras medio año de relación dedos-teclas, la cosa se pone seria.
Sam, ¿dónde me llevas? ¿Por qué me has metido en una bolsa? Me tienes asustada.
Samuel, con excusas varias, esperó a quedarse solo en la oficina. No mas el último de los compañeros salía por la puerta, cogió la calculadora y, resistiéndose a acariciar de nuevo sus teclas, la guardó en su bandolera y salió corriendo dirección a su casa.
¿Dónde me has traído, Sam? ¿Es tú casa? ¿Qué quieres hacer cariño?
—Mira, este es mi apartamento “Vetti”. ¿Puedo llamarte así verdad? Es que hablar contigo… Dios mío debo de estar loco —susurró moviendo la cabeza, pero rápidamente desechó ese pensamiento—… llamarte calculadora es tan frío...
Claro que sí amor mío. Te lo dije hace mucho tiempo, ¿hasta ahora no te has enterado?
La pantalla emitió un cálido brillo que Samuel entendió como una afirmación. La alegría se reflejó en su rostro.
—Sabía que me entendías. Al principio creí que eran imaginaciones mías, pero luego al ver como brillabas, como tus teclas se amoldaban cariñosamente a mis dedos, supe que estabas viva, que… qué vergüenza —murmuró poniéndose colorado—… pensé que me querías.
Otro brillo, esta vez el azul de la pantalla casi se había convertido en rojo, respondió parpadeante. Samuel sin pensárselo dos veces cogió a Vetti y la llevó hasta su cuarto dejándola suavemente sobre la almohada.
Parezco recién salida de fábrica. Que nervios Sam. Es mi primera vez, quiero decir en privado, sin tener que distraerme con dar un resultado. Hoy los dos llegaremos al cielo. Te lo prometo Sam.
—Te he traído un regalo Vetti —dijo sacando un paquete de pilas—. Son alcalinas, quiero que disfrutes a tope.
Gracias amor mío por el detalle. Lo disfrutaré como nunca, de eso puedes estar seguro.
Samuel le cambió las pilas y besó su pantalla. Vetti, nada más sentir la nueva energía acompañada del beso, refulgió como ningún otro día de su historia contable.
En el dormitorio, iluminado por un rítmico brillo, yacía sobre la cama un hombre desnudo y una calculadora.
Sam, sigue acariciándome. Pulsa mis teclas. Más rápido por favor, pulsa mi más. Otra vez. Sí, así. Más. Más. Espera, por favor espera. Despacio, dale al menos, no corras tanto, menos. Menos. Pulsa mi cero, dame un respiro. Poco a poco ve subiendo. El uno. El dos. El tres... sigue así, uno a uno. Ya llegas a mi nueve. Ahora de dos en dos, de tres en tres. ¡Por favor!, multiplícame por el seis. Divídeme por el nueve. Dale al igual Sam. ¡Por Dios! Estoy a punto. ¡Ahora! ¡Tumba mi ocho y llévame al infinito!
Mis circuitos se han derretido, mi procesador se ha bloqueado. He alcanzado el éxtasis matemático, el infinito ¿lo has sentido? Sí, creo que tu también lo has sentido, ¿verdad? ¿Lo has disfrutado amor mío?
Tócame otra vez, Sam. Hazlo de nuevo, no dejes de hacerlo nunca. Tócame Sam.
Relato ganador del concurso "Amores extraños" de la web Sedice.com
Autor: Francisco Jesus Franco Díaz (francoix)
Correo electrónico: francoix10(arroba)hotmail.com
5 comentarios:
Canijo, el detalle del dibujito te ha quedado muy bien!!!!
Gracias por subirlo.
No hay de qué, Fran.
Por cierto, felicidades por el texto, que me pareció muy simpático. En un principio me esperaba un final más sutil, pero la verdad es que el toque que le has dado con las reminiscencias a ese episodio de la peli de Woody Allen sobre el sexo (en concreto el de la zoofilia)te quedó genial. No me extraña que ganara su concurso.
Jajjaja, ha sido divertido, quien no ha tenido un amor "diferente".
Creo q mi último enamoramiento fue de una máquina tb, o igual era un gay, a saber, he preferido quedarme con la duda. No resultó.
Xau feos!!!!!!
pues por fin lo leí que entre una cosa y otra simpre se quedó atras.
Un relato muy simpatico, es un genero que parece que se te da bastante bien, a ver si cojes ritmo y terminas esa novela de humor y epezamos a verla por ahí. :-)
Nos leemos.
Buenísima, el orgasmo de la calculadora es la leche y además me parece muy original.
Te has lucido macho.
Un abrazo
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