Arrebatamos la tierra a sus legítimos señores. Los mismos que nos acogieron, ofreciéndonos, en prueba de solidaridad, las tierras necesarias para poder coexistir. Es por ello que siendo conocedor de su bondad, no puedo evitar preguntarme: ¿existe mayor vergüenza que descubrir que los traidores comparten mi sangre?
Nunca el pago de la tierra fue tan injustificado como cuando tuvo que ser obtenida con sangre.
«¿Cómo olvidar que cada gesto de amistad fue correspondido con acero? ¿Que recompensamos a aquellos que nos lo dieron todo con una traición que les privó de libertad?»
No, no fue la búsqueda de prosperidad la que nos llevó a cometer el genocidio, puesto que la prosperidad fue su regalo. Hubo de ser la supremacía. El deseo de ser señores y no invitados, en esta tierra. Y ahora, al igual que entonces, somos víctimas de un cruel y desnaturalizado egoísmo que nos incita, en pos de una nueva conquista, a cruzar el mar. Nos convertimos conscientemente en el fiel reflejo de nuestros padres. Tal vez si nuestros hijos llegasen a conocer un mañana, haya entre ellos uno con los redaños suficientes para adoptar el papel de una póstuma conciencia. Y de ocurrir sólo espero que al mirar atrás, no albergue motivos para señalarnos como los artífices del segundo genocidio.
Sunainen
Correo electronico: lanaiel(arroba)hotmail.com
5 comentarios:
Psssss Estoooooo que te voy a decir.....
Bonito genocidio jejejeje
gracias, la verdad es que fuera de contexto pierde tela. Pero bueno, ahí está.
Está fuera de contexto porque no salen los samurais?
Esto, Guau, ejejeej
Tengo los samuráis atravesados :S
Es tu sino
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