La luna llena la ve pasar. Se mueve malvada y feroz. Hambrienta. Boquea aire como un pez moribundo en un vertedero. La hora de comer se le hace eterna. No piensa, pues un virus como ella, no tiene capacidad de raciocinio. Solo quiere alimentarse. Nada más.
Agazapada huele el aire y el viento en busca de un cordero.
Salta un tejado. Salta dos. Al suelo. Y vuelve a ser penumbra. Así es como es, sin cuerpo. Etérea. Negra. Pura vileza, que se mueve incorpórea de farola en farola. Un reflejo de luz eléctrica. Una imitación de la sombra del sol. Una mentira.
Afila sus colmillos. Su primera víctima.
El borracho no sabe que le espera. Camina tambaleante. Solitario. Dejando tras de sí olor a alcohol y soledad. Se apoya en una esquina cansado. La cabeza le da vueltas. Es la oportunidad de su pestilencia.
Sigilosa lo rodea. El hombre, confundiendo delirium tremens y realidad, se funde con ella en un grito mudo y desaparece en la negritud.
Sin remordimiento, volvió a cenar.
Le da igual que sea hombre o mujer. Sabe que en el fondo de todos ellos, anida en una parte de su ser, su alimento favorito; la maldad.
2 comentarios:
Muy bueno. Claro que sí.
Un saludo indio
Gracias Indio, encantado por tu comentario, y que te haya gustado.
Saludos.
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