Encontré a mi vecino en la calle, paseando al perro. Supe que le pasaba algo por su sonrisa.
Hasta entonces, me bastaba con colocar la aguja sobre el vinilo y disfrutar de la última actuación del tenor (edición limitada) en el sofá de mi casa, mientras apuraba una copa de vino blanco.
Pero desde que aquella noche ya no sería lo mismo.
Mi vecino me confesó que estuvo allí, en el último concierto.
Lo invité a cenar. Después lo enterré en el jardín.
En una cajita de cartón, guardo una de sus orejas. De vez en cuando me la pego bien al oído y vuelvo a escuchar el concierto, como en una caracola.
1 comentarios:
Me parece brillante. Enhorabuena. Tiene ese algo terrorífico que engancha. Mi aplauso.
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