Seguro que existen lecturas no recomendables, aunque me resulta difícil pensar que leer pueda significar un paso atrás.
Tiene que haber incluso connotaciones físicas, neuronales, que hagan recomendable pasar grandes ratos pegado a un libro, a una revista, a un periódico. Argumentos del tipo ‘haces trabajar al cerebro’, ‘integras informaciones de forma natural’, ‘te hace reflexionar’.
No exagero si digo que en el entorno en que me muevo en mi día a día, a lo largo de mi vida, coincide en gran parte la fórmula de la proporcionalidad entre nivel de lectura y personalidad.
Cuando hablamos ya no de leer, sino de literatura, todo viene bien.
Me explico.
Nos volvemos más despiertos, más atentos, menos carcas, más curiosos, instruidos, aumenta nuestra capacidad de expresarnos, de entender al otro, empatizar con situaciones, personas o países que, de otra forma, nos quedarían lejanos.
Incluso cuando lo que se tiene entre manos es de calidad ínfima, esa lectura supone un aprendizaje.
En nuestra época infantil leímos libros que ahora nos resultarían infumables. Historias juveniles en que se va en busca del tesoro perdido entre piratas sin atender en exceso a sutilezas, a personajes bien perfilados, incluso con estructuras poco trabajadas.
Diría que casi nadie está preparado en este mundo para adentrarse, virgen de lecturas, en el mundo de la literatura leyendo Cien años de soledad o
Eso sí, cada cuál se queda en el escalón en el que se encuentra más cómodo.
Trato de llegar a la disyuntiva entre dos extremos: los best-sellers y la literatura, digamos… de culto. Enfrentar a Dan Brown con Sándor Márai, a Ildefonso Falcones con García Márquez, a Marc Lévy con Anna Gavalda.
Me reconozco perezoso para gastarme los euros en novelas donde la mercadotecnia consigue lanzar cientos de miles de ejemplares y venderlos, pero no les quito mérito.
Entiendo que un best-seller lleva implicado obligatoriamente el concepto de calidad. Nadie vende millones de ejemplares si no hay una buena trama detrás. La gente no es tan borrega. Simplemente cada cual es libre de tener motivaciones diferentes para leer o ir al cine.
En la empresa automovilística en que trabajo definimos la calidad por la capacidad de dar al cliente aquel producto que reclama. No otra cosa. Quien quiere un Dacia no busca florituras, ni tiene expectativas de grandeza, ni GPS o sensores de lluvia en los cristales.
A gran parte de la sociedad no le apetece que le ‘coman la cabeza’, que le planteen preguntas transcendentes, existenciales, prefiere dejarse llevar por una sucesión de acciones bien conectadas sin importarle el que se profundice más o menos en el entorno, en los personajes, en el porqué…
De ahí que hable de la calidad asociada al best-seller, porque no se vende si no hay un boca a oreja, si no están trabajadas las estructuras para enganchar; es imprescindible encontrar las claves para devorar las páginas y no entretenerse con tantos otros estímulos que la sociedad actual nos ofrece.
¿Enseña una novela de Dan Brown? Seguro que sí. Puede equivocarnos en fechas, en criterios históricos y tener personajes planos, pero quien lo lee adquiere el hábito de la lectura y no se siente extraño ante el papel impreso. Casi seguro que si lee la historia completa de este hombre acabará adquiriendo un juicio crítico que le haga pedir más, otras historias, menos simples.
Sí, no te frenas emocionado al leer una frase que te conmueve el alma, no te replanteas tu propio mundo en un capítulo corto, no indagas en tu recorrido vital al adentrarte en un personaje, pero quieres saber más.
Hay tres grados de objetivos en la literatura: divertirse, informarse y formarse. El best seller sabe mucho de lo primero, no es ambicioso en sus pretensiones y consigue asociar al mundo de los libros a muchas personas que, de no encontrar ese puente hacia otras literaturas, quizás jamás atravesarían el Rubicón de la dejadez lectora.
Al leer un buen best-seller se disfruta deseando llegar al final, casi con paroxismo.
Cuando, en cambio, lees a Dostoievski, Mann o Martín Gaite, disfrutas queriendo que nunca acabe…
Yo soy de los vampiros que esperan al otro lado y cuando alguien cercano viene maravillado tras haber leído a Paulo Coelho, con tan sólo conocer un poco a esa persona, sé entregarle el libro de sus sueños, el que le caza sin piedad hacia este lado, el lugar de los que sabemos del placer total de entrar en el mundo que los grandes genios escribieron para nuestra felicidad.
1 comentarios:
Coincido con lo expuesto, Salva. Leer es un disfrute con muchos niveles, y siempre habrá momentos para unos y para otros. Cuando ha tocado pasar por las páginas de uno de estos best sellers más al uso (cuando la denominación se refiere más a la factura que a las ventas), o de un bolsilibro de aquellos de Bruguera, también se ha sacado algo. Se aprecian más las bondades de un hereje después de conocer al último judío, y resulta muy interesante ver cómo un señor que tenía que escribir las novelas casi de carrerilla se las apañaba para hacerte pasar un rato entretenido, autoconclusivo, y con una extensión determinada. Todo tiene su valor.
Eso sí, si te paras a pensarlo, el número de lecturas que vas a poder hacer a lo largo de tu vida es limitado, lo que significa que por cada lectura "menor" que hagas pierdes una "mayor". Pero a quién le importa la "experiencia lectora óptima", con pasarlo bien y sacar lo que se pueda debería bastar.
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