Es éste un debate siempre presente en los corrillos literarios: ¿qué es mejor, hacer prevalecer la forma sobre el fondo de un texto o al contrario? ¿Nos molestamos en ofrecer una trama con un esquema complejo, con múltiples interrelaciones de los personajes entre sí y con el entorno en que se desarrolla la historia, o acaso preferimos sacrificar lo sofisticado del argumento en pro de una forma de narración que consideramos más sugerente, poderosa, o simplemente interesante?
A grandes rasgos podríamos definir un continuo en cuyos extremos situar sendos ideales de historia dinámica y descriptiva respectivamente. Una narración dinámica sería ésa en la que prima el desarrollo argumental, esto es, el fondo, mientras que una descriptiva vendría a acentuar la importancia de la manera de narrar lo que se narra, es decir, la forma.
Aquí uno no pretende erigirse como juez infalible que ilumine con la verdad absoluta a sus posibles lectores. Más que nada lo digo por dos motivos: uno, porque mi limitado -no obstante presente- sentido de la humildad así me lo recomienda; y dos, porque independientemente de la dimensión Forma/Fondo, hay relatos malos y relatos buenos cuya naturaleza -de malo o de buen relato- no iba a cambiar cualquiera que fuera la fórmula narrativa en que se apoyaran. Y, claro, también hay relatos que difícilmente son calificables de malos o buenos por consenso (lo más parecido a la objetividad de que disponemos), y cuyo juicio depende del prisma personal de cada uno.
No lo puedo evitar: soy defensor convencido de las historias complejas, de la narración dinámica, hasta el punto de sentir una particular aversión hacia los textos netamente descriptivos, cuya fuerza (supuesta) reside en la forma. Que nadie se amedrente, deseo promover el debate, así que el que no coincida conmigo, por favor siéntase libre para replicar. Yo de momento os diré el por qué de mi postura.
De modo muy resumido podría decir que lo formal, lo descriptivo, no me gusta porque es fácil. Sí, lo es. Redactar un texto rebosante de elementos decorativos en el que esencialmente no sucede nada es fácil, y en tanto que fácil, no me despierta especial admiración. Alguien puso alguna vez el símil de la pirotecnia para referirse a la atención descompensada en la forma de una narración. Fuegos artificiales, meros fuegos artificiales para intentar sorprender a un público al que la pobre naturaleza de la historia es incapaz de emocionar. Oye, y a veces se consigue.
La pirotecnia narrativa tiene diversos recursos, unos más y otros menos frecuentes. El del lenguaje recargado es bastante fácil de encontrar, y no en pocas ocasiones logra despertar la admiración de lectores y de jurados de concursos un tanto impresionables. Servidor no es un juntaletras particularmente sobrio: me gusta la elegancia en el lenguaje, prestar atención a pequeños detalles, dotar de visualidad los pasajes que describo; supongo que es resultado de las influencias literarias a las que he estado expuesto como lector. Ello no es óbice, sin embargo, para que sienta una suerte de alergia al retruécano gratuito. Me refiero a esos fárragos en plan: "Del áureo resplandor de Helios no quedaban ya sino jirones de la sangre divina que el feneciente astro derramaba más allá del horizonte, ahogado éste en el fulgor mortecino proyectado por el contumaz rey del cosmos sobre el occidente del orbe, dejando al fin paso al brumoso reino de obsidiana que para sí reclamaba la doliente faz plateada de su eterna contraria, Selene", que, como habrán imaginado, viene a significar "estaba anocheciendo". Miren, no sé, pero a mí algo así es que me raya. No digo que semejante hipertrofia léxica no sea legítima en según qué contexto se desarrolle la historia, pero a priori me da bastante grima. Y si al final, de lo que trata el relato es fundamentalmente de "nada" (o de poco: de cómo Fulano, por ejemplo, se sentó esa tarde a leer el periódico en el porche de su casa), la sospecha de ser víctima de una tomadura de pelo cobra visos de realidad.
El recurso de la lírica en los textos en prosa puede llegar a ser muy poderoso. Lamentablemente no es fácil manejar con soltura este registro, y así resulta frecuente toparse con relatos que tienden hacia un pretencioso uso de lo poético... o de algo pretendidamente parecido. El bueno de Canijo -Manuel Mije- ya trató en una columna -que dio pie a un encendido debate- sobre los fraudes del arte. Es sabido que numerosos lectores y aficionados a la escritura se dejan impresionar por aquello que no terminan de entender, de manera que tampoco son escasos los escritores que recurren a una supuesta sublimación lírica tan oscura y críptica como caprichosa y peregrina. "Ríos de lágrimas ambiguas cobran vida entre mis sábanas bajo la forma fatal de témpanos de ámbar labrados por el estupor apremiante de los hijos pródigos cuya desmesura escribirán recuerdos de tinta sobre la piel de un futuro pasado de fecha". ¿Qué les ha parecido? ¿Suena bien? No tienen ni idea de qué significa, ni yo tampoco, y eso que lo acabo de escribir :) Sin embargo más de uno entre ustedes -séanme honestos- podría fácilmente aplaudir al responsable de semejante despropósito si éste fuera presentado con la solemne pretenciosidad con que a menudo se encuentran textos de esta índole. Y de no tratarse, como se trata, de un mero ejemplo, cargado -cierto es- de bastante guasa. Sobre la fidelidad a un Código Metafórico Universal hay mucho que escribir en esta misma sección. Arrojado queda el guante a la espera de que acaso alguno de mis compañeros lo recoja.
El capricho surrealista es menos frecuente. Muy en la línea del recurso anteriormente descrito, tiene un efecto parecido ante lectores bisoños o acomplejados: no lo entiendo, ergo debe ser buenísimo. Delicado asunto no obstante intentar hacer sangre con este argumento. Quien suscribe estas líneas es confeso amante de artistas ya clásicos de varias disciplinas que hicieron uso en mayor o menor medida del componente surrealista –los geniales Kafka y Philip K. Dick, cineastas como David Lynch o Terry Gilliam…-. Soy de los que agradece unas pinceladas de surrealismo bien administradas; pueden aportar intensidad a la atmósfera, sugerir y reforzar elementos implícitos en la historia, o acentuar el poder de la parodia con que pretendemos denunciar la visión más o menos maniquea del mundo y la sociedad. Pero no olvidemos que, desde su propia génesis, el surrealismo tenía mucho de mofa hacia los cánones estéticos imperantes en su época, y que hace ya noventa años que sus principios fueron formulados. A estas alturas del siglo XXI, la escritura automática –un volcado sobre el papel de ideas espontáneas, sin el tamiz de la racionalidad- o el collage literario –algo así como la agrupación desordenada de escenas inconexas- tiene poco que aportar que no haya sido ya aportado, si es que nuestra intención es la de erigirnos como pioneros y experimentar con nuevas formas de provocación artística. Y si no lo es, sino que simplemente queremos hacer uso de semejantes recursos, sin duda legítimos, adelante pues. Mas en justicia, admitámoslo: escribir una consecución de imágenes caprichosas sin coherencia alguna es muy fácil.
En fin, con todo esto no pretendo decir que una narración de forma o descriptiva no pueda ser una buena narración. A veces una sencilla imagen sin más desarrollo argumental, con su carga lírica y su apelación a un arquetipo elemental, logra transmitir su profunda esencia humana, que es, después de todo, de lo que esto de contar historias va. Con todo, resulta tan fácil utilizar estos simples recursos que, cuando la historia que leo se apoya básicamente en ellos, le pierdo el respeto. En todo caso, para la próxima entrega, nos centraremos en los fraudes del fondo narrativo.
2 comentarios:
Hay más fraudes de forma a parte de la burbuja léxica, el hierático bocadillo o el binomio luchador de sumo retirado-pigüino que baila sobre un taburete, como alguno no relacionado con la calidad de la prosa que mencionó Fran reseñando la últma novela de Dan Brown, aunque entiendo que puedan ser los que más coraje te den.
Eso sí, a la hora de decantarse entre forma y fondo ya no creo que se pueda tener tan claro, sobre todo teniendo en cuenta todo eso que también es forma más allá de la prosa. Tú mismo, en lo que escribes, das bastante importancia a la forma, y en concreto a la prosa; de hecho en algún caso puntual has estado de acuerdo conmigo a la hora de decantarte por la forma (en el sentido de personajes más verosímiles) en lugar de un fondo más imaginativo e interesante. Supongo que todos buscamos siempre el máximo posible en los dos sentidos, aunque luego haya filias y fobias respecto a ciertos vicios o virtudes concretos.
En fin, en espera quedo de esos fraudes del fondo que sé que también te dan mucho coraje, como el típico de la narrativa de espada y brujería que consiste en cambiar algún aspecto secundario y marginal de algún elemento y tener después la poca vergüenza de decir que es algo nuevo. Expláyate en eso, please; sabes que lo voy a apreciar, jeje.
Equilibrio, esa es la palabra, equilibrio, jejeje. La exposición resulta simplista, pero quería aislar los elementos concretos sobre los que hablar, los "fraudes". Que por cierto, sin duda hay más, aunque en efecto éstos son los que más coraje me dan. Buen apunte el de las pinceladas "remakeras" de orcos, elfos, trolls y demás fauna, me apunto la idea para la redacción de los "Fraudes del fondo narrativo". ¿Tienes alguna más? ;)
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