Otrora consagrado hidalgo de desmedido valor, y tan raudo como imperturbable en justas y batallas. A ojos vista, dechado de virtudes y paradigma a seguir para todo caballero que fuera desconocedor de que tras el laurel y la gloria se escondían crímenes, bellaquerías y abusos que hubieran conducido al cadalso a cualquiera nacido en el pueblo llano.
Has de creer. Cuánto te digo es cierto. Porque por desgracia sé bien de lo que hablo. Desde mi segunda niñez he sido víctima y secuaz, mudo testigo y cómplice forzado de cada una de sus felonías y humillaciones. Te sería imposible imaginar cuantas veces quedaron manchadas mis manos por los vejatorios actos que me obligó a perpetrar. Tanto es así que raro ha de ser el día que no se abran las heridas con la ingratitud del sueño.
Del mismo modo viene a mi memoria el momento de la liberación. Aquella noche, ayudado por la profunda embriaguez que lo sumió en letargo, puse fin a tan ignominiosa existencia. Aún así he de decirte algo en honor a la verdad y para vergüenza mía. No fue el valor, ni los remordimientos lo que me llevó a privarlo de la sangre. Únicamente el miedo a la muerte me infundió esa determinación, ante la imposibilidad de seguir cumpliendo con sus oscuros mandatos.
Autor: Ángel Vela (palabras)
Correo electronico: lanaiel(arroba)hotmail.com
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