lunes, 16 de noviembre de 2009

Noches extrañas (Hispacón 2009, Huesca)


Yo voy a contar mi verdad, la que conozco, tan cierta o falsa como el resto de verdades de aquellos días de noviembre del 2009. Lo voy a contar todo, sin tapujos, porque creo que es la única forma de poder sacarme esto de dentro.


Mi verdad… Mi verdad comienza en Sevilla el viernes seis de noviembre, a las cuatro de la tarde, en los andenes de la estación de Santa Justa, junto al AVE, entre la incertidumbre, los nervios, las prisas y las expectativas. Mi destino, Zaragoza, y desde allí a Huesca (sólo, porque los que deberían haber ido conmigo me vendieron por diez monedas de euro). Durante el trayecto, a parte de dolor de espalda, cierta incomodidad por el sueño (sólo unas ocho horas y media entre los últimos dos días) y la imposibilidad manifiesta de dormirme en los asientos de aquella máquina infernal, un poco de lectura: terminar la novelita de El Orden Estelar que me estaba leyendo y comenzar la siguiente de mi lista de libros, en este caso la relectura de Nosotros, de Zamiatin.


Por suerte el viaje no se me hizo demasiado largo, pasó rápido, al ritmo de las páginas que se sucedían ante mis ojos. Ya estaba en Zaragoza, y allí, traicionero, esperándome, el frío. −A ver, señores responsables del clima en Aragón, ¿les costaría mucho subir un par de grados la temperatura, o en su defecto eliminar un poco de ese maléfico viento que se cuela entre la piel y el hueso y te hace temblar?− En fin, lo que no te mata, te hace más fuerte, como diría aquel. Allí estaba yo, en Zaragoza, ya sólo quedaba una hora de autobús hacia mi destino. Por suerte la estación de autobuses y la de trenes están juntas, así que no hubo posibilidad de perderme: conseguí mi billete, encontré el andén, y como ya era la hora, subí directamente. Y ahí ya no pude leer, no hubo distracción que me pudiera quitar de la cabeza que estaba a punto de llegar, que iba a reencontrarme con viejos amigos a los que apenas he podido ver en persona unas cuantas veces en mi vida, que iba a conocer a otros a los que necesitaba conocer. Nervios, esperanzas, esa sensación que tienes poco antes de vivir lo inolvidable…


… Y llegué, sí, llegué. Mientras estacionaba el autobús vislumbré los primeros rostros tras la ventanilla: Guy, Ernesto, Nacho (al que reconocí por fotos), un chaval moreno, de aspecto muy formal (¡cómo engañan las apariencias!), que luego supe se llamaba Félix (y más tarde que era ni más ni menos que Sindarín), y una chica morena muy maja, Eva… ¡Pilpintu! Tocaba esperar a Mik, mi amigo Mik, mi hermano Mik, que al parecer llegaba casi al mismo tiempo que yo. Un nuevo abrazo, ya estábamos todos.


Desde allí fuimos al hostal. Ya me lo habían avisado, pero la impresión fue igual de fuerte: el lugar, muy acogedor, eso sí, del que no pudimos tener ni una sola queja (no sé si los dueños podrán decir lo mismo de nosotros y de mis ronquidos), parecía sacado de un serial de la posguerra, un vestigio de aquella España en la que todo lujo era un imposible. En la madera de aquellos muebles, en sus estrías, en sus ralladuras, se podía leer su historia, una historia vieja, de penalidades, una historia en blanco y negro. Pero no importaba, no teníamos pensado pasar mucho tiempo allí, y el tiempo que pasáramos difícilmente iba a poder ser recordado si las cosas salían como esperábamos que salieran. No, lo único que necesitábamos era un sitio donde poder dejar los bártulos (entre ellos la abrumadora talega de libros que Kachi me había preparado a cuenta del Monstruos de la Razón II) y una cama en la que dormir la mona entre juerga y juerga. Y sí, para eso era más que suficiente.


Nuevo paseo, esta vez ya el definitivo, el que me llevaría por fin con el resto de mi gente. Y frío, mucho frío. Supongo que soy un tipo exagerado, que quizá tenga un problema con el frío, un tipo que está demasiado acostumbrado al calor (que, aunque Ernesto lo niegue porque no lo puede comprender, ha llevado chaleco en agosto, con cuarenta grados a la sombra, en un mítico lugar conocido como “el zulo”, aquella estancia siniestra y sofocante desde la que tantas veces me asomé a OJ). Pero lo vencí, conseguí llegar al lugar en el que todo el mundo esperaba sin que me diera una hipotermia… Y menos mal, porque fue allí donde por fin pude darle un abrazo a mi otro hermano, Kachi, y al hermano de mi hermano, Michel, y a Fer (¡por fin!), y a Alejandro, Tibu, Mariola, Juan, y el resto de camaradas que parecían haberse reunido allí para hacerme feliz. Ya sólo faltaba una cosa: mi primera pinta. Una vez la tuve en la mano supe que entraba en territorio de leyenda, que empezaba a escribirse una de esas historias que recuerdas siempre y cuentas todas las veces que puedes.


Las pintas caían, una tras otra, entre el cariño y algo de charla literaria: el anuncio de la próxima publicación en AJEC de una novela de Kachi, polémica con Guy sobre vanguardias válidas, justificaciones vacuas por mi parte y por la de Ernesto por no haber llegado a la próxima antología del Círculo de Escritores Errantes, perdón inmerecido porque al fin y al cabo somos todos colegas, anuncio de que Alex y el Viejo no aparecerían al final, y algún otro apunte de Los Cuervos. Después un pequeño paréntesis para comer en un garito de por allí cerca, con mucha desilusión por mi parte, porque me habían dicho que me llevarían a hartarme de menú en cierto restaurante y al final me tuve que conformar con unas pizzettas que, si bien estaban muy ricas, no servían para hartarme. Aquí sí que hubo un aparte serio del CEE para hablar de qué somos y qué queremos, de si somos sólo un grupo de locos que sacan una antología al año o un grupo de amigos con afición por la literatura que hacen tal… y más cosas. Conclusión: somos un grupo de amigos, lo demás es aparte.


Finalmente volvimos al Pub de antes, y allí asistimos a uno de los momentos álgidos de la noche: los monólogos de terror de Nocte, con el genial Roberto Malo, el maestro David Jasso, el perínclito Alfredo Álamo, el sin par Juan Díaz, el terrorífico José María Tempranillas, y más gente que no recuerdo bien debido a la acumulación de pintas, la escasa comida con la que contrarrestarlas, y mi intento de improvisar un monólogo para sumarme a la fiesta (algo que no pudo ser porque no me dio tiempo a cerrarlo antes de que terminara el espectáculo). Las pintas siguieron vaciándose a muy buen ritmo, la gente empezó a marcharse para descansar y prepararse la jornada siguiente, y por fin el Pub nos cerró, como tantas veces nos ocurrió durante aquella noche maravillosa.


Tras las deserciones, una vez disipada la polvareda de despedidas, citas para el día siguiente, y amenazas para la noche, seis intrépidos, el Rat Pack, quedaron allí solos ante el peligro: Eva, Félix, Guy, Ernesto, Roberto y un servidor. El local más cercano no era practicable debido a que a su entrada algunas personas se divertían con sus simpáticas reyertas, el siguiente, el Woodstock, sí. Genial el garito, con música macarra, un surtido de cervezas corto pero de calidad, y una compañía en la que disfrutarlo que lo hizo subir muchos puntos en mi escala de valores nocturnos. Risas, alcohol, música de AC/DC, más risas, más alcohol, más música de la buena, de la que por desgracia no ponen en tantos sitios como a mí me gustaría… Allí ya se empezó a destapar el personal: Eva, una tía genial, saladísima, alma mater de cualquier fiesta a la que se apunte, una ráfaga de cálido viento canario que consiguió ahuyentar el frío de aquella noche oscense; Félix, la sorpresa: cuando lo ves por primera vez parece un tipo serio; agradable, con una sonrisa siempre en la boca, pero serio. Cuando ya vas por la enésima copa y ves que sigue allí, con la misma sonrisa, tomándosela contigo, aguantándote las pamplinas, sabes que te equivocaste de medio a medio y que el colega vale un Potosí. Y Roberto, un tío que lleva la simpatía por bandera, simpatía maña en estado puro. Genial, terminando de confirmar la gratísima impresión que me produjo durante los monólogos. Aparte estaban Guy y Ernesto, pero a estos ya los conozco de sobra, son muchas cervezas compartidas, sobre todo con Ernesto, el dueño de la ebriedad más simpática de todas con las que alguna vez yo haya mezclado la mía. Y Guy… Bueno, Guy es la joya de Sevilla Escribe y el Círculo, el diamante al que aquella noche quisimos pulir a golpe de chupito y Licor 43 con piña.


Pero lo bueno se acaba, es ley de vida, y el Woodstock nos cerró, con mucho dolor de nuestros corazones aún ansiosos de más juerga. Tocaba buscar un nuevo garito, y no resultó fácil. Nuestro serpa, Félix, no conseguía orientarse en medio de la bruma etílica. Fueron momentos duros, de miedo a no encontrar ningún otro local abierto y tener que irnos al hostal antes de la penúltima copa. Y Roberto cayó. Fue cosa del cansancio, o del temor a que, en nuestra ebriedad, lo obligáramos a entrar en el Disco-Reyerta antes mencionado. Eso sí, su marcha no nos dejó con las manos vacías, ni mucho menos. No sé si lo hizo como indirecta para que nos fuéramos a acostar, pero el caso es que nos regaló unos libros a los presentes. A mí me tocó La luz del Diablo, una antología de relatos recomendada encarecidamente por mi amigo Ernesto y que, para confirmar, contiene el relato ganador el Ignotus 2009, Lluvia sangrienta. Yo ya me lo he leído (ese relato en concreto, que el resto aún no me ha dado tiempo pese a haberle dado lugar preferente en mi lista de próximas lecturas), ¿a qué esperáis vosotros?


El frío se cernía sobre nosotros, los locales abiertos nos rehuían, pero los ánimos seguían en alto, sólo era cuestión de tiempo. Y ahí estaba Eva para sacarnos del apuro. Habló con una chavala que se cruzó en nuestro camino y consiguió que nos guiara a uno de los locales que sí seguían abiertos. ¡Sí! La noche, o al menos la siguiente copa, parecía salvada. Bueno, la siguiente y la otra, y otra más después. No lo recuerdo bien, aquella parte de la noche se fragmenta en mi memoria, se transforma en un puzzle de flashes que no sé si sabré encajar: la ebriedad chocarrera e hilarante de Ernesto, la alegría de Eva, siempre al rescate, la sonrisa imborrable de Félix, y la mirada de Guy, mirada de niño ante un escaparate de juguetes, justo antes de entregar su carta a los reyes magos de un centro comercial, una mirada de esas que dan la vida, de las que animan a seguir en busca del siguiente local. Nos marchamos de allí, como siempre, en pos de nuevos horizontes etílicos. Ya en la puerta, y frente al estupor de propios y extraños, Ernesto y un servidor simulamos un conato de reyerta cani en honor de las que presenciamos antes… por no ser menos, qué coño. Un espectáculo bochornoso, de esos que a gente abyecta y descerebrada como nosotros nos hacen gracia.


Después de aquello dimos con nuestros huesos en el Tijuana, un pub que, para sorpresa nuestra, no cerramos, sino que abrimos. Buena cosa, la señal de que el entorno empezaba a plegarse a nuestra insaciable apetencia de fiesta. Y a partir de ahí, además de fragmentario, mi recuerdo se vuelve borroso. Sé que estuvimos dos veces en el Tijuana, y otra en un lugar en el que apenas entramos para conseguir una copa que llevarnos en vaso de plástico y seguir dando tumbos por Huesca. Y cayeron dos más, Guy y Eva, y más tarde, sobre las ocho o las nueve, Félix nos dejó a Ernesto y a mí a merced del frío. El peor momento de la noche, sin duda, cuando llega la confirmación de que lo bueno siempre termina acabándose. A mí me dio un ataque de frío de los míos, de temblar como un perrito chico, pero Ernesto, muy atento, me salvó llevándome a una cafetería a curarme con café caliente.


Y poco más. Un rato después, a las nueve o nueve y media, tras un insatisfactorio desayuno sin tostadas con “manteca colorá” o “calentitos”, sólo con un par de tristes sobaos, ya estábamos en la habitación listos para dormir la mona. Buenas noches, felices sueños…



Claridad, un nuevo día, o mejor dicho una nueva tarde, pues eran ya cerca de las dos. Ernesto seguía durmiendo en su cama, el hostal aún en pie, y Huesca allí fuera, con su frío característico un poco atenuado por unas cuantas horas de sol. Los dos ibuprofenos preventivos habían surtido efecto, no me dolía la cabeza, apenas notaba la resaca. Bien. Si acaso me quedaba un pequeño cargo de conciencia por no haber asistido a la conferencia “El subgénero de vampiros y su relación con la literatura de terror”, uno de cuyos ponentes era el sevillaescribiente Juan. Bueno, ya habría tiempo para disculparse y demás. Lo que apremiaba en aquellos momentos era comer, y según me informaron ya nos estaban esperando en el restaurante de turno. Nada, cuestión de acicalarse un poco y salir en busca del resto de camaradas.


Llegamos al lugar: miradas de reproche, o de comprensión, o de vergüenza ajena, no sé. Se pidieron las disculpas pertinentes, se anunció propósito de enmienda en relación a los actos hispaconeros de la tarde, y nos dispusimos a comer. Estuvo bien el almuerzo, pese a cierto choque cultural relacionado con la diferencia de criterios respecto a qué es un churrasco. Llegó la hora de las conferencias, algunos marcharon a las mismas, otros, Guy, Ernesto, Nacho y un servidor, decidimos tomarnos un digestivo antes de sumergirnos en la cara más literaria de la Hispacón. Fue una velada muy interesante. Yo, como ya he dicho más arriba, fui a Huesca, principalmente, por conocer la parte de carne y hueso de ciertos entes electrónicos con los que me he cruzado en diversas webs, y uno de ellos era Nacho, del que tenía magníficas referencias tanto en su faceta de autor como en lo que a ser humano se refiere. Y sí, las referencias eran ciertas. Se trata de una persona con muchas historias que contar, de esas que atesoran un caudal de vivencias interesantes muy por encima del que por edad les corresponde (supongo que de ahí lo de sus buenas historias). Además tiene una sensibilidad para lo humano bastante significativa, lo que hace que el filtro a través del cual pasan les dé un especial interés, las haga más atractivas, te lleguen más. También, por motivos laborales, Nacho está muy versado en organización, y de su deformación profesional surgió el tema de los grupos literarios cerrados (aquellos que se embarcan en la publicación de revistas, e-zines o antologías, que crean sellos editoriales u organizan tertulias más o menos estables y activas, etcétera, y todo ello basado en un conjunto de personas fijo al que esporádicamente, y quizá de manera puntual, se suma algún otro). ¿Qué importa en este caso? ¿Las cualidades relacionadas con lo que se va a hacer, la habilidad, por ejemplo, como escritor, o esas otras cualidades más relacionadas con lo que es ser persona, hacer grupo, cohesionar? ¿En qué punto de un proyecto literario se vuelve más importante la estabilidad del grupo a medio o largo plazo que la calidad de los resultados inmediatos? Nacho defendió que, salvo excepciones en las que el proyecto, por su naturaleza, no tenga sentido más que a corto plazo, siempre debe primar la capacidad de cohesión de los individuos, quizá pensando en que, o bien la adquisición de habilidad se puede producir ya dentro del grupo, aprovechando la influencia del resto de miembros, o bien un miembro concreto pueda llegar a centrarse en aportar buen rollo, hacer piña, ayudar a limar las aristas que amenacen con desgarrar el tejido aglutinador. Ernesto y un servidor coincidimos con este planteamiento sólo en parte, preguntándonos hasta qué punto es improcedente pedir ambas cualidades, tanto la habilidad relacionada con lo que se va a hacer como la capacidad de hacer grupo, más que nada porque incluso un proyecto de natural cortoplacista puede prolongarse al medio o el largo plazo si desde un principio se buscan personalidades afines y con intereses coincidentes, salvando además el nivel de lo inmediato. También hablamos de AJEC y su editor, Raúl Gonzálvez, de la pasión que siente por lo que hace, y de lo significativo que es que otros editores que empiezan lo estén tomando como referencia a la hora de encarar la actividad.


Sí, fue una charla interesante, en la que se tocaron temas generales y personales, una charla distendida y enriquecedora que cambiamos por otras igual de enriquecedoras a las que podríamos haber asistido porque, una vez más, nos habíamos olvidado de la Hispacón oficial, algo de lo que sólo nos dimos cuenta cuando el dueño del bar nos anunció que habíamos vuelto a sumar un tanto en nuestro marcador de locales cerrados.

De allí fuimos a la estación, a solucionar algunos trámites del viaje de vuelta, después a las casetas de Saco de Huesos y AJEC, a adquirir material de interés, y finalmente, para mí por primera y única vez en esta Hispacón de Huesca, nos dispusimos a asistir a una mesa redonda, en este caso la de Nocte. Y aquí, para relatar la experiencia, voy a empezar con una queja: no me parece en absoluto adecuado que una mesa redonda con ni más ni menos que trece ponentes se despache en una hora. No, no puede ser, hay demasiados temas que tratar y demasiadas voces distintas para que en ese tiempo se consiga traspasar la mera superficie, no se da pie a que, salvando los más animados y participativos, el público llegue a implicarse, y sobre todo, se dejan muchas cosas en el aire. Había demasiado de lo que hablar, y una hora se me antoja ridícula para ello. Aun así la cosa no estuvo mal, resultó interesante conocer algunas de las referencias de los creadores de terror de este país, sus discrepancias respecto a si pueden ser corriente, generación, ruptura, o reivindicación de que aquí puede haber tanto y tan buen material de terror como el que nos pueda llegar del omnipresente mundo anglosajón. También estuvo bien el conocer de primera mano algunos aspectos de la realidad tras la nomenclatura “Nocte”, qué espacio hay detrás, qué actividades se proponen y cómo se tratan, relaciones entre sus miembros, etcétera. Aquí Guy se mostró muy sorprendido a ver la lista (meramente orientativa, nada oficial) de trece obras de terror que dentro de Nocte se barajaban como referencias (hablamos de las trece primeras, ojo). La sorpresa de mi amigo se debió a que el mencionado canon se centraba principalmente en autores anglosajones y relativamente modernos (el más repetido era King), olvidando los hispanos (se mencionó Quiroga, por ejemplo) o europeos. A mí, personalmente, lo que se me quedó en el tintero fue una duda provocada por tanto oír hablar de terror español frente al anglosajón, japonés u otros. ¿Terror español? ¿Qué significa eso? ¿Simplemente escrito en español, o algo más? Entiendo que por ejemplo el terror oriental sí es diferente, no usa los mismos mecanismos (al menos no del todo, o no de la misma forma), de igual manera pasa con el terror de otras zonas culturalmente diferentes. Pero ¿existen diferencias más allá del idioma en “los usos del terror” dentro de la zona occidental? ¿De verdad se pueden ofrecer propuestas distintas al terror anglosajón o francés que vayan más allá de la lengua y las localizaciones?


Como digo, la charla fue muy corta, llegó la hora de irnos (muchos tenían cita para las 22:00 en la cena de gala), y muchas cosas se quedaron en el tintero. Nosotros, Félix y los miembros sevillanos del Rat Pack, no habíamos reservado plaza para la cena de gala (sí, tampoco fui a la cena de gala, y algunos dirán “pero entonces tú lo que fuiste no es a la Hispacón, sino a emborracharte y trasnochar en Huesca” … y no se lo podré negar…), así que, junto a Tibu, Mariola, Miguel López (Magnus Dagon) y Laura Nuñez, nos fuimos a cenar a un lugar muy acogedor (y económico) en el que avituallarnos entre cervezas y un poco más de charla literaria. Se habló de editoriales, de las buenas, las regentadas por editores que de verdad aman lo que hacen y se preocupan por lo que publican y por sus autores y demás staff, y de las malas, las que usan métodos más propios de la piratería corsaria que de gente seria y formal. Se habló de concursos de pequeñas localidades, de relatos válidos para encandilar a políticos de alcaldías, profesores de institutos locales, y demás miembros de los jurados de este tipo de concursos, e inválidos a la hora de presentarlos a una editorial como parte de antologías. Se habló de vanguardias y rupturas, de revitalizaciones radicales del género, de Ignotus que no se recogieron y de proyectos, y entre charlas y cervezas llegó la hora del volver al seno hispaconero. El tiempo corría en nuestra contra, había que aprovechar hasta el último segundo.


Otra vez en camino, en esta ocasión hacia el hotel Abba. Cuando llegamos allí la cena de gala ya agotaba sus últimos momentos: las fotos de rigor de ganadores, las charlas de felicitación, los comentarios acerca del menú. Allí nos enteramos de los nombres de los ganadores del Liter (Ignacio Cid) y el Domingo Santos (Emilio Bueso), lo que supuso una decepción para más de uno (para mí por partida doble, como no podía ser de otra manera). Más charlas, momentos estelares con un tipo muy especial al que conocimos allí: Jesús Carrión, un gaditano que lleva la simpatía por bandera, un aventurero que había venido ni más ni menos que de Alemania sin conocer a nadie, un crack. De allí fuimos al pub que parecía ser la salida oficial de todas las juergas. Allí pude hacer un aparte con mi hermano Kachi para comentarle lo amargo que me supo el no poder pegármela en condiciones con él. Son muchos años de relación electrónica, muchas travesías juntos como para que el tiempo no se hiciera corto. Pero había que comprenderlo: él es un padre responsable con dos niños a su cargo, y ambos estaban allí (lo que suponía un viaje de vuelta verdaderamente aterrador), amén de las conferencias (“El auge de la literatura juvenil”), charlas (“¿Qué puede hacer Nocte por el terror?”), presentaciones (Editorial Saco de Huesos) y asambleas (Asamblea General de Nocte) en las que tenía que participar, y sin olvidar las obligaciones que supusieron el atender la caseta de Saco de Huesos, la editorial que ha creado junto a David Jasso, Pedro Escudero y Miguel Puente Molins. Esto también impidió que su hermano Michel, de natural crápula (según me dijo el propio Kachi) pero especialmente responsable y solidario con Kachi, no pudiera integrar el Rat Pack en su representación. Bueno, otra vez será, hay tiempo. Allí también asistí a otro aparte con Marc R. Soto y mi hermano Mik en el que hablamos de las dificultades de compaginar la afición con el trabajo y demás obligaciones de la vida cotidiana, de lo poco que apetece escribir cuando uno va con el tiempo en los talones y el cansancio en el alma. Marc nos contó cómo durante un periodo de baja pudo aprovechar para adelantar muchas líneas mediante un curioso sistema: seis días de la semana reflexionando sobre lo que escribir el séptimo, otros seis de reflexión, otro de escritura compulsiva… y así durante tres meses. También nos adelantó la sinopsis de una historia que ya tenía escrita, y finalmente comentó la necesidad, casi obligación, de mover lo que ya tengas escrito, siempre pensando que el No es tuyo desde el principio, y que quedarte con él significa perderte un posible Sí. Luego conocí a otra de las revelaciones (para mí, que otros ya lo conocerán de antes) de esta Hispacón: Claudio Cerdán, el autor de El Dios de los Mutilados. La sinopsis de su novela me había dado una imagen de él irreverente, golfa, de un tipo que se salta las normas porque, al fin y al cabo, las normas están para saltárselas. Sin embargo, su foto (fíjense qué tontería), me había hecho pensar en un tipo serio, quizá incluso seco. Nada de eso, la primera impresión era la acertada, Claudio Cerdán es un tipo cuya voz parece especialmente calibrada para contar anécdotas golfas, con una guasa encima de esas chungas, de las que de verdad hacen gracia a esas horas y en esos sitios; otro crack. Con él se habló de la necesidad de romper con estereotipos, arquetipos y clichés dentro del mundo de la fantasía épica, y para ello nos recomendó Cuentacuentos, una serie de Jim Henson, accesible a través de seriesyonkis, en la que se cuenta la otra versión de los cuentos infantiles, la versión chunga. También hablamos de Malviviendo y de esas otras series espurias muy del gusto de juerguistas y gentes de mal vivir.


Las horas pasaron, las pintas corrieron, los cigarros adquirieron aromas extraños, el pub de salida había cerrado y el Woodstock estaba demasiado abarrotado. El Rat Pack, esta vez multitudinario, se trasladó a otro de los locales aún abiertos en Huesca. Por fin pude golfear de verdad con Fer, mi otro hermano, alguien a quien tenía que conocer sí o sí y que resultó incluso mejor de lo que me esperaba: coetáneo mío, ex macarra, como yo, un tío genial. −Fer, socio, juro por mis muertos que tú y yo nos vamos a corres más como ésta.− La noche, la última noche, se consumía entre tragos, entre charlas (Fer me comentó algo de la organización tras el Monstruos de la Razón), entre risas y amistad. Yo incluso ofrecí una muestra (recogida en fotos para escarnio mío) de mi singular baile del patoso borracho. Ahí empezaron a pasarme factura tanto el cansancio como las sustancias dopantes, pero pude continuar. Bebimos mucho, golfeamos mucho; así somos. Ernesto dice que es porque el malditismo nos viene muy bien para perpetrar nuestros relatillos, y yo sigo sosteniendo que es, simple y llanamente, porque somos unos juerguistas trasnochados y decadentes, de esos incapaces de decir que no a la próxima copa o dejar de buscar el próximo garito.


Dejamos a Claudio en su hotel, y a Fer en el suyo. Llegaron las seis de la madrugada, hora de volver al hostal para preparar las cosas antes de irnos (nuestro tren para Zaragoza salía a las siete). Despedidas, abrazos, besos, promesas de repetir y mucha pena por todo lo que se quedó en el aire. No dan para mucho treinta y cuatro horas, pero las habíamos aprovechado al máximo. En el lapso que transcurrió desde las siete hasta las diez, hora en que salía el AVE de Zaragoza a Sevilla, aún dio tiempo a discutir con Guy sobre vanguardias y salidas de madre (lo tenemos frito Ernesto y yo). Y poco más, en el AVE teníamos asientos separados (incluso vagones distintos). De nuevo la imposibilidad de dormir, la incomodidad, y esta vez, además, la incapacidad de leer con tanto cansancio a cuestas.


Una y media de la tarde del Domingo ocho de noviembre, andenes de la estación de Santa Justa, Sevilla. Ya todo había acabado. A Guy vinieron a recogerlo sus padres, Tibu y Mariola se fueron en taxi, Ernesto se fue por su lado y yo por el mío, con una idea fija en la cabeza: esto hay que repetirlo, sí o sí.

10 comentarios:

Claudio Cerdán dijo...

Golfear es sano para el espíritu.

Gran crónica. Me sorprende tu lucidez. Las birras no serían sin alcohol, ¿no?

C.

Manuel Mije dijo...

Jejeje, no, no eran sin alcohol, si lo fueran no hubiera tenido que guiarme por las fotos o los recuerdos de otros en más de un pasaje... y además me hubiera reído menos, jejejeje.

Un saludo, socio.

Victor Mancha dijo...

¡Que asco!... que asco de envidia la mía, digo xD Me ha encantado la crónica y me da una rabia enorme no haber podido ir. El año que viene sin falta.

He reconocido a Fer, Claudio y... y la chica de la foto imagino que es Pil, pero el resto ni idea. Ya podías haber puesto un quien es quien en cada foto, Canijo, que de Sevilla escribe solo conozco a Juan Diaz (buen amigo) y al inefable Palabras :P

Manuel Mije dijo...

Jejejeje, eso es bueno, que haya envidia, lo que significa que para la próxima ya te buscarás el hueco para sistir. Eso sí, si vienes espero tenerte en el sector crápula, que para el otro, para el formal, ya son muchos (y se lo pasan peor, jejejeje).

Y bueno, para lo de quién es quien pásate por el Facebook, que ya me he encargado yo de poner todas las etiquetas pertinentes.

ftemplar dijo...

Grande hermano, esas conversaciones sobre música heavy no tuvieron precio.

Barón, héroe de cuento, amo de las nubes señor del viento, .....

Fer

Manuel Mije dijo...

Ahora mismo estoy escuchando ese pedazo de canción, Fer. A ver si para la próxima no encontramos cerrado el garito con música chula y podemos recordar viejos tiempos de melenas, vaqueros elásticos y chupas de cuero, jejejejeje.

Victor Mancha dijo...

Bueno, crápula, crápula, no sé. Que servidor es muy decente... hasta que empieza a beber xD

Eso sí, yo de música "jevi", na de ná.

Miraré en facebook como dices. Lo que no sé es si te tengo agregado. Las fotos las has colgado en tu página del facebook o las ha subido a la página de la hipacon?

Manuel Mije dijo...

Tú tranqui, que ya nos ocuparemos nosotros de surtirte de cubatas para que salga la bestia que llevas dentro, jejejejeje.

Las fotos las subió Eva Batista, pero en mi perfil hay unas cuantas. Yo las he etiquetado todas. Agrégame y ya te paso yo la invitación para que agregues a Eva y las puedas ver todas.

Manuel Mije dijo...

Bueno, ya te he mandado yo la solicitud, ahora sólo falta que la aceptes...

Victor Mancha dijo...

Aceptado estás ;)

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