La luz del ocaso se refleja en los cristales de sus gafas y todo lo demás desaparece. La luz dorada envuelve el mundo y ella intenta esconderse de todo, de todos.
Paisaje elevado, observatorio privilegiado con el mundo postrado a sus pies y, sin embargo, se siente más insignificante que nunca y, sin embargo, menos sola de lo que nunca se ha sentido.
Siente una comunión inexplicable con todo lo que la rodea, todo lo que es capaz de alcanzar con la vista, incluso con el tiempo en el que se encuentra sumergida, cada instante disfrutado en aquel sitio: su propia cima del mundo.
Todo su cuerpo tiembla por entero y respira hondo para que el aliento abra nuevos caminos dentro de ella. Con las piernas separadas, tomando conciencia de todo su peso, alza las manos y se desgarra en un grito.
Podía sentir cómo su voz remontaba hacia el cielo, como si fuera una rareza que tiene la capacidad de integrarse en el abismo que la rodea para dejar de ser algo ajeno al entorno, para formar parte de él y despojarse de todo lo demás.
Ahora aquel grito no le pertenece a ella, de manera rápida e indolora la ha abandonado para posarse en alguna parte de aquella inmensidad.
Esperaba sentirse vacía y sin embargo ha recuperado una tranquilidad que hacía años que había dado por perdida.
Todo aquel paisaje parecía apuntar a su presencia, desde hace mucho tiempo... por fin en el lugar adecuado y ella se sentía capaz de adaptarse a cada piedra, a cada brizna de piedra, a cada nube que cambiaba de color.
Se había dejado arrastrar durante tanto tiempo que había acabado por no saber lo que realmente quería.
En aquella cima del mundo, sin senderos que la hicieran dudar, sin medicamentos que alteraran lo que era en realidad, se sentía capaz de recuperar las riendas de su vida.
Se aproximó al borde del precipicio y su cuerpo volvió a temblar, pero esta vez plácidamente, recibiendo en oleadas aquellos últimos rayos de sol. Detrás, todo su mundo y todo lo que los demás habían querido que fuera.
Ignoraba qué había sucedido pero ahora se sentía despojada de todo aquello. Ya no necesitaba hacer esfuerzos para frenar los deseos de gritarle al mundo, no porque estuviera mal, ni por el miedo a que la volvieran a encerrar sino porque ese mundo ahora le traía sin cuidado.
Ahora era como si siempre hubiera sabido que algún día se vería libre de las ataduras que la mantenían sujeta al suelo y ese día había llegado.
En ese instante supo que podía volar.
Por mucho que los demás llevaran años diciéndole que se aferraba a un imposible, que su mente le jugaba malas pasadas y que por su bien era necesario medicarla. En ese instante no importaba nada de lo pasado, sólo la certeza de sentirse libre, a merced del viento que la llamaba desde aquella inmensidad.
Sabía que podía volar. Convertirse en grito y flotar sobre todo lo que la rodeaba, dejarse mecer por el aire y ver su sombra remontando rocas. Sabía que podía volar. Podía hacerlo a pesar de lo que siempre le habían dicho.
Dio el grito que siempre había querido dar y voló como siempre había soñado.
Cuando el enfermero entró en su habitación y la encontró vacía saltaron las alarmas en el sanatorio, pero ya era demasiado tarde, su pista se perdía en la azotea.
Paisaje elevado, observatorio privilegiado con el mundo postrado a sus pies y, sin embargo, se siente más insignificante que nunca y, sin embargo, menos sola de lo que nunca se ha sentido.
Siente una comunión inexplicable con todo lo que la rodea, todo lo que es capaz de alcanzar con la vista, incluso con el tiempo en el que se encuentra sumergida, cada instante disfrutado en aquel sitio: su propia cima del mundo.
Todo su cuerpo tiembla por entero y respira hondo para que el aliento abra nuevos caminos dentro de ella. Con las piernas separadas, tomando conciencia de todo su peso, alza las manos y se desgarra en un grito.
Podía sentir cómo su voz remontaba hacia el cielo, como si fuera una rareza que tiene la capacidad de integrarse en el abismo que la rodea para dejar de ser algo ajeno al entorno, para formar parte de él y despojarse de todo lo demás.
Ahora aquel grito no le pertenece a ella, de manera rápida e indolora la ha abandonado para posarse en alguna parte de aquella inmensidad.
Esperaba sentirse vacía y sin embargo ha recuperado una tranquilidad que hacía años que había dado por perdida.
Todo aquel paisaje parecía apuntar a su presencia, desde hace mucho tiempo... por fin en el lugar adecuado y ella se sentía capaz de adaptarse a cada piedra, a cada brizna de piedra, a cada nube que cambiaba de color.
Se había dejado arrastrar durante tanto tiempo que había acabado por no saber lo que realmente quería.
En aquella cima del mundo, sin senderos que la hicieran dudar, sin medicamentos que alteraran lo que era en realidad, se sentía capaz de recuperar las riendas de su vida.
Se aproximó al borde del precipicio y su cuerpo volvió a temblar, pero esta vez plácidamente, recibiendo en oleadas aquellos últimos rayos de sol. Detrás, todo su mundo y todo lo que los demás habían querido que fuera.
Ignoraba qué había sucedido pero ahora se sentía despojada de todo aquello. Ya no necesitaba hacer esfuerzos para frenar los deseos de gritarle al mundo, no porque estuviera mal, ni por el miedo a que la volvieran a encerrar sino porque ese mundo ahora le traía sin cuidado.
Ahora era como si siempre hubiera sabido que algún día se vería libre de las ataduras que la mantenían sujeta al suelo y ese día había llegado.
En ese instante supo que podía volar.
Por mucho que los demás llevaran años diciéndole que se aferraba a un imposible, que su mente le jugaba malas pasadas y que por su bien era necesario medicarla. En ese instante no importaba nada de lo pasado, sólo la certeza de sentirse libre, a merced del viento que la llamaba desde aquella inmensidad.
Sabía que podía volar. Convertirse en grito y flotar sobre todo lo que la rodeaba, dejarse mecer por el aire y ver su sombra remontando rocas. Sabía que podía volar. Podía hacerlo a pesar de lo que siempre le habían dicho.
Dio el grito que siempre había querido dar y voló como siempre había soñado.
Cuando el enfermero entró en su habitación y la encontró vacía saltaron las alarmas en el sanatorio, pero ya era demasiado tarde, su pista se perdía en la azotea.
11 comentarios:
Me ha gustado mucho, Ángeles ^^
Me ha puesto los pelos de punta. Es de estas veces que presientes el final, que lo entiendes y que no quieres que sea.
me ha gustado ;)
Yume, Raelana y Yeray, gracias a los tres ^^
Me gustó mucho, pude imaginarme toda la escena...
Felicitaciones, es un texto espectacular..
Besos desde Argentina..
Hacía tiempo que no me tomaba un tiempo para leer un muy buen texto, voy a comenzar a frenar un poco.
Gracias y saludos.
Qué chungo tiene que ser el no poder sentirnos libre...
dirty saludos¡¡¡
Esta muy bien Angeles, llegas a sentir el desamparo y a ver por sus ojos antes de saltar.
Que hermoso y triste relato como las lágrimas de un conmovido.
Besos!
Hermoso, muy bien escrito, te hace imaginar cada pasaje y cada una de las palabras. Me ha gustado el final.
Un abrazo!
Natalia, gracias por tus palabras y por prestarle tu imaginación a las mias XD
Volver a escuchar,gracias por el piropo, y sí, las psisas no son buenas consejeras y menos para leer.
Dirty Clothes, tienes razón, es una palabra que encierra muchas cosas, pero en todas, perderla seria chungo.
Sharly, gracias compañero pero, en eso, la mente del que lee también tiene mérito. Por cierto, yo no digo que salte ^^
Barón, las lágrimas siempre son tristes, incluso las de alegria
Trovator, Mil gracias, los finales abiertos me gustan porque dejan ese resquicio para seguir imaginando lo que no se escribió XDD
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