lunes, 24 de diciembre de 2018

¿El tiempo es relativo? 7


El impacto de ver a ese señor que parecía un abuelo, de los que dan aguinaldo a sus nietos, al lado de Rubén fue mayúsculo. De repente toda la euforia cayó en picado. Debido al cansancio emocional y físico estuvo a punto de derrumbarse en el umbral, menos mal que aún tenía las reservas de energía justas para agarrarse al quicio y no caer. La extrema palidez de su piel alertó a Rubén que de un salto logró agarrarlo y conducirlo a un asiento.

El profesor le acercó algo que había sacado del bolsillo de su chaqueta a la nariz. El nauseabundo olor lo sacó del estado en que se encontraba devolviéndolo a la realidad. Allí le seguían mirando con cara de preocupación Rubén y el abuelito.


—¿Estás bien? —preguntó Rubén.

—Sí. —Observó al hombre durante unos segundos y después preguntó—: ¿Y éste quién es?

—Don Aurelio —dijo tendiéndole la mano.

—¿Y pretendes que este carcamal nos ayude en el proyecto de los viajes temporales?

Aurelio dirigió una mirada dura a Rubén al tiempo que retirando la mano se dirigía a su mesa. Empezó a recoger todos los papeles y carpetas guardándolos en su maletín mientras maldecía su exceso de confianza respecto a su alumno. Por su parte Rubén lo siguió tratando de tranquilizarlo sin éxito.

—Sabía que no podía fiarme de ti. Ya te reíste bastante cuando dije en clase que los viajes temporales existían. Nunca debí aceptar tu petición. Mañana ya hablaremos del castigo. Que descanses.

—No, por favor no sea así. No ve que se encuentra enfermo. Seguro que esa respuesta es fruto de ello. Por favor.

Si alguien ajeno a ellos tres hubiese visto la escena se frotaría los ojos un par de veces y después de abrir y cerrar los párpados fuertemente se daría media vuelta alejándose lo más rápido posible. Un alumno impidiendo la salida del aula a un profesor, este mundo se está volviendo loco.

—Don Aurelio por favor, escúchelo –rogó.

—No hay nada que escuchar —dijo mientras iba de izquierda a derecha tratando de esquivar la marca que le hacía Rubén—. ¿Te quieres quitar de en medio?

Manolo, que poco a poco iba recobrando color y recuperando el olfato, se levantó y con la agilidad de un caracol, agarró el brazo del profesor y le miró a los ojos.

—¿De verdad podría usted ayudarme? —inquirió.

—Solo sirvo de hazmerreír de alumnos como él —señaló a Rubén—. Todos se mofan de mí. Dicen que vivo con un extraterrestre en mi casa y que por eso sé que existen los viajes en el tiempo. ¿Quieres reírte? Adelante hazlo. No serás ni el primero ni el último.

La cara del profesor era un poema. Hacía unos veinte años en las últimas clases del curso se le ocurrió hacer una encuesta para saber la opinión que tenían sus alumnos respecto a algunos temas. Él escribía en la pizarra unas cuatro o cinco preguntas y debatían entre los que estaban a favor o en contra. Algunas eran realmente estúpidas como: ¿quién llegó antes si la gallina o el huevo? Y otras eran más interesantes como: Dios no juega a los dados ¿a favor o en contra? En algunas el alumnado estuvo a punto de llegar a las manos. En otras realmente no había aliciente alguno para la discusión. Hasta que llegó el día de los extraterrestres. Ahí fue donde empezó su calvario. Desde entonces era conocido como Aureliano el marciano. Pasaron los años y el origen del mote se fue olvidando. Pero ningún alumno lo olvidó a él y cada vez que entregaba un examen suspenso o regañaba a alguien se oía entre dientes un jódete Aureliano el marciano.


—Perdón —dijo Manolo con la cabeza gacha rompiendo el prolongado silencio.

—Sé que me voy a arrepentir de esto. —Aurelio se giró y colocó su maletín encima de la mesa—. Venga, no tenemos mucho tiempo, Cierran la puerta a las cinco.

Manolo y Rubén se miraron con cara de satisfacción. Habían conseguido lo más difícil, convencer al profesor para prestar su ayuda, ahora solo quedaba ponerse manos a la obra. Se acercaron al escritorio y Manolo se tambaleó un poco. Rubén lo agarró y lo sentó en la silla. Respiró profundamente un par de veces tratando de recobrar fuerzas y los restos de ese olor repugnante bailaron por sus orificios nasales.

—¿Qué es lo que me dio a oler antes? —preguntó.

—¿Quieres más?

—No por favor. Solo dígame que es. Huele asqueroso.

—Peyote. —Los dos alumnos miraron atónitos al profesor mientras éste mostraba una sonrisa picarona—. ¿Ves? Ahora mismo después de mi comentario ha sido el momento que más has abierto los ojos desde que llegaste. Funciona, te estás espabilando. Y no te preocupes, era broma, te he dado un linimento que uso para desparasitar a mi perro. Las pulgas y las chinches no se le acercan. Ni siquiera otros perros. En fin ¿qué queréis saber de los viajes en el tiempo?

—Todo —añadió Manolo.

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