domingo, 24 de julio de 2011

Cuenta la leyenda...

Cuenta una vieja leyenda, que hace muchos, pero muchos años. Hubo una terrible epidemia que asoló nuestro mundo. Los muertos resucitaron y atacaron a los vivos, muchos murieron, otros corrieron como si les persiguiese el mismísimo demonio y se refugiaron en cuevas que tapiaron para que el mal no les pudiese seguir allí; un último grupo permaneció en sus hogares, en sus países, afrontando a los hambrientos y luchando con las armas que encontraban. Sun y Moon eran dos hermanos, ambos lucían con orgullo un tatuaje en forma de espada azul en el brazo derecho. Sun optó por luchar, la palabra cobardía no tenía lugar en su mente, Moon en cambio corrió y se escondió. La situación se prolongó durante años, mientras en la superficie los resistente liderados por Sun seguían combatiendo, bajo tierra Moon organizaba y lograba que sus compañeros se acostumbraran a su nueva dieta de gusanos, raíces y todo tipo de pequeños insectos o roedores.

Los luchadores de la superficie se hicieron más y más poderosos, olvidaron su idioma para aprender los sonidos del bosque, los niños aprendían a luchar antes de saber andar, las mujeres sostenían las armas incluso mientras lavaban la ropa en el río. Los hombres del subsuelo, sin enemigos con los que luchar se debilitaron, su piel perdió pigmentación y sus ojos no soportaban el menor rayo de sol. Sun murió luchando, pero su hijo estaba preparado para sustituirle; una nueva generación tomó el relevo en la lucha, que continuó hasta que la epidemia desapareció, tras casi cincuenta años sembrando de dolor el planeta. La victoria en la superficie se anunció que se celebraría con grandes festejos.

Todos los circos de las ciudades se llenaron de parroquianos felices y borrachos que gritaban y cantaban esperando el fin de fiesta prometido. Cientos de ogros de la montaña, una raza de seres blancuzcos recientemente descubiertos, que se comunicaban por un idioma incomprensible y no entendían el lenguaje de los pájaros, serían alanceados para que la plebe festejase el fin de la epidemia. El anciano que los dirigía avanzaba torpemente mientras se tapaba los ojos, al hacerlo mostraba un tatuaje en su brazo derecho.

En breve podréis leer la antología Para mí tu carne de la mano de 23escalones

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