sábado, 7 de febrero de 2009

Pasado, presente, futuro

Dicen que hubo una época en la que el horizonte no era sólo una estela parda, aplastada entre el gris plomizo del cielo y el negro brillante del mar; una época en la que las aguas no cubrían el mundo y el sol era algo más que una leyenda, un vago fulgor tras la eterna cúpula de nubes que se cierne sobre nuestras cabezas. Pero son muy pocos los que todavía creen en esas historias, y menos aún los que se atreven a contarlas, pues están marcadas con el signo de la herejía. Para el pueblo llano la única realidad es el mar: inmenso, omnipresente, todopoderoso, capaz de dar la vida o de quitarla por mero capricho.

Cuentan que en el pasado vivíamos sobre un suelo aún no devorado por los océanos, cuando el día y la noche eran tan distintos que marcaban el curso de nuestras vidas. En aquel entonces no necesitábamos las granjas flotantes para poder sobrevivir: el maíz se desparramaba sobre inmensas extensiones de suelo seco y se combaba bajo el peso de los granos henchidos de sol, grandes árboles entregaban su fruto cuando lo marcaba el curso de las estaciones y sus generosas pulpas, espesas y dulces, nos acariciaban suavemente los sentidos. La vida en su totalidad bullía en la superficie tanto como bajo las aguas: las aves nadaban en el aire, los mamíferos hollaban la tierra, los reptiles se estiraban bajo los vigorizantes rayos del sol, los insectos se afanaban en sus delicados asuntos; y alrededor de ellos la tierra seca, con sus bosques, sus montañas, sus desiertos, sus prados, sus valles, sus páramos, sus selvas, sus sabanas; y por encima de todo el hombre, señor en sus altas torres de acero y cristal de arena.

Pero el futuro se alimenta del cambio, imperceptible algunas veces, devastador otras. Y lo que éramos se desvaneció con el mayor de ellos: murió el pasado, como antes nuestro poder, como después la esperanza. Entonces aparecieron ellos, los que moran las profundidades, y para nosotros fabricaron las granjas, crearon una nueva tradición y sobre ella una nueva civilización; nos dieron la vida. Honrados sean los padres, por los siglos de los siglos.



Así está escrito el pasado, secreto para unos cuantos elegidos, leyenda hereje para el resto. El presente lo escribimos ahora, línea a línea, el presente que ya trazaron los padres y que nosotros cuidamos. Ellos nos dan cobijo y alimento, nos protegen de las enfermedades; ellos se llevan el fruto maduro y la simiente débil, dejando sitio para la siguiente floración, y así nos hacen más fuertes, crecemos.

Mas los padres, a pesar de su vasta sabiduría y poder, son seres inválidos, dioses ciegos a caballo entre el ahora y el mañana, incapaces de trabajar el presente pues sus voluntades vagan por el futuro, trazando surcos de destino con los que encauzar sus vidas. Lo que dejan atrás, los que están con nosotros, son meros reflejos, sombras, y son débiles.

El futuro se puede encauzar, pero no fijar, y cuando una pieza de ese engranaje cósmico que mueve las edades falla, el cambio se transmite como onda sobre la superficie del estanque ofendido por la piedra, el ahora previsto se altera, y las carcasas sin voluntad que esperan en el presente sufren la angustia de la incertidumbre. Es entonces cuando el hombre, único ser con un alma capaz de impulsar tan vasto poder, se erige en el instrumento presente que trabaja el futuro, puerta entre el ahora y el mañana elegido, salvador de salvadores mediante el supremo sacrificio de la Fusión Divina. Esa es nuestra humilde ofrenda, con la que agradecemos la segunda creación. Honrados sean los padres, por los siglos de los siglos.



Ahora ha llegado mi momento de abrazar el futuro, junto a los padres, en su seno; el momento de servir de motor a las voluntades durmientes que han de reconducir la historia por la senda extraviada. Un gran cambio debe estar cerca, una gran perturbación, pues todos los elegidos han sido llamados, todos hemos sentido en nuestros sueños de la noche pasada una presencia, un desasosiego venido desde muy lejos. Y todos acudimos a la llamada de los padres.

En la gran sala inferior, en silencio, los congregados hacemos memoria de nuestra existencia antes de marchar hacia la eternidad. Todos sabemos qué tenemos que hacer cuando la compuerta se abre frente a nosotros y tras ella se descubre la plataforma de sacrificios sobre la que se abaten la tormenta y las olas de mar. Un rayo corta el horizonte y su luz perfila nuestros rostros pálidos y asustados. La marcha comienza, hacia la plataforma, todos juntos, con la vista perdida en el más allá, arrastrando el rumor de nuestros pasos hacia el rugido de los elementos que llega desde el exterior. Unos hombres se lanzan al mar embravecido, otros son literalmente arrancados de la plataforma por las olas o las ráfagas de viento; yo caigo empujado por alguien.

El contacto con el mar es violento, las aguas me tragan. Paralizado por el estupor me voy hundiendo en ellas, suavemente… Entonces un abrazo ardiente se cierra sobre mí, el dolor es tan grande que no siento nada más allá de él, me inmoviliza, me asfixia, me quema, me consume, el mundo físico se desvanece a mi alrededor, sólo soy conciencia…

Como un recuerdo llegado desde muy lejos se aparece ante mí un sol enfermo que se marchita, cediendo sus últimos rayos a la ávida oscuridad del universo infinito. Mucho más allá, ya casi fuera de la influencia del que otrora fue su padre, una esfera blanquecina, congelada, se pierde en el cosmos… Hay que escapar, este sol se consume… ¿Dónde estoy? ¿De quién son esas voces, esos murmullos?... Estás con nosotros… ¿Quién sois vosotros?... Somos muchos, somos todos. Debemos darnos prisa, hay que escapar… ¿Cómo? ¿Dónde?... El camino ya ha sido preparado, el ganado espera…Una nueva imagen me es revelada, una grieta en la oscuridad, y tras ella una corriente turbulenta que fluye tras los velos del universo… Debemos darnos prisa, hay que escapar…Una voluntad ajena a mí me obliga a arrastrarme hasta la grieta, el esfuerzo me desgarra, mi ser se va diluyendo dentro de esta conciencia milenaria. El ganado espera, debemos darnos prisa…Ya casi he llegado. Frente a mí, el magma etéreo que se desliza bajo la realidad, hacia todo lugar. En el último instante, una duda sacude los pocos fragmentos que quedan de mi conciencia: ¿y los hombres? ¿Qué será de los hombres?... Los hombres no pertenecen al futuro…Caigo por la grieta, hacia la nada… El ganado espera, hay que darles una nueva creación…



Un inmenso mar de arena rojiza hierve aplastado por un cielo carmesí sobre el que imperan dos hermanos luminosos; uno amarillento y apagado, el otro de un cárdeno bullente. Atrapados en profundos túneles excavados bajo el ardiente mar de dunas, unas conciencias viscosas se lamentan en sus pozas de cieno por la pérdida de su pasado, y dan gracias a los padres por su segunda creación, después de que su viejo y apacible sol pariera a un gemelo maligno que secó los mares y abrasó el mundo.

Honrados sean los padres, hasta el final de los tiempos.





Autor: Manuel Mije

Correo Electronico: perring255(arroba)hotmail.com

4 comentarios:

Morti dijo...

Bueno, está muy bien. Me recordó a una película que vi cuando era chico y no me acuerdo del nombre. Muy bueno. Un abrazo

Salvador Navarro dijo...

disfruto con tu dominio del lenguaje, Manuel... reconozco que me lo he leído dos veces, ayer y hoy, para disfrutarlo y apreciar los matices... se traslucen muchas ideas pero me quedo con una, no sé si desacertadamente, la fragilidad humana... ¡muy bueno!

weiss dijo...

Yo estoy esperando a verte en persona para comentarte el relato. No quisiera ponerme en evidencia mostrándome tan torpe como para haber interpretado algo que no tiene nada que ver -porque el relato se da a interpretaciones varias, unas más rebuscadas que otras-. En fin, ya lo comentamos... aunque de momento que sepas que -como es habitual- lo he disfrutado intensamente.

Manuel Mije dijo...

Gracias, compis. La verdad es que el texto me quedó muy oscuro, no adapté bien la idea a la extensión de 1500 palabras. Eso sí, no es una historia abierta, dejada a la interpretación de cada cual (aunque esto también pase y sea admisible). Yo tenía muy claro en mi cabeza la situación; otra cosa es que lo supiera expresar correctamente...

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