miércoles, 25 de febrero de 2009

El club de los vivos

Mi pérdida de la inocencia no fue con el sexo. A los trece años, a pocos días de las vacaciones de navidad, me enfrenté a la pesadilla de asimilar que ya nada sería igual. Mi madre tenía que pasar por el quirófano para que le extirpasen un pecho. Traté de sacar ingenuamente de mi padre una confirmación de que eso no podía ser cáncer. Pero él no me dijo que no.


Tal vez detectado veinte años más tarde hoy siguiese viva. Las investigaciones médicas, los avances farmacéuticos y de técnicas operatorias han conseguido aumentar pausadamente el porcentaje de pacientes de cáncer que dejan de pertenecer al club de los sin vida.


Desgraciadamente el peor escenario para una persona a la que comunican un cáncer es cómo la sociedad inmediatamente deja de considerarle un miembro del club de los vivos. Sabemos que nos puede tocar a cualquiera de nosotros. Las estadísticas son tozudas. Según los años y las fuentes, se habla de uno de cada tres, del treinta por ciento, de una cuarta parte, pero las posibilidades son muchas de que algún día nos toque pasar por el trance de enfrentar nuestra suerte o la de alguien próximo a la palabra maldita.


Viven entre nosotros. Se colocan pelucas, pierden kilos, se agarran a nuestras manos pidiendo caricias mientras miran al techo esperando que la próxima revisión vaya a ser distinta, que las células asesinas que le comen por dentro aparezcan muertas en los informes futuros y que poco a poco el pelo volverá, la cara tomará color y los tratamientos se irán suavizando hasta poder llamar de nuevo al club de los vivos.


Se teme nombrarlo. Murió de una larga enfermedad. Se teme preguntar por conocidos que lo padecen. Mejor no conocer detalles. Tememos tocarnos nuestro cuerpo pensando encontrar algún ganglio, alguna muestra de células asesinas. Mejor imaginar que con nosotros no.


Mi pensamiento hacia quienes se sientan fuera de este club de los que vivimos en aparente sintonía con nuestro cuerpo. Por todos los que se afanan por disimular los efectos de la quimioterapia para no preocupar más de la cuenta. Los que tratan de sacar sonrisas de donde no las hay. A los padres, hermanos, amigos, hijos, abuelos, compañeros de trabajo, primos, conocidos de los miembros de ese club maldito. Cientos de miles en España, millones y millones en el mundo, que gustarían sentirse uno más entre nosotros, entre los que se creen inmunes a la muerte y no miran, no preguntan, no escuchan.


En estos años la historia de una mujer de cuarenta y tantos años a la que detectan un bulto en el pecho, será sin duda una historia dolorosa, pero no tiene por qué terminar en negro.


Mi pensamiento para los que se aferran a la vida. Porque esta vida es de todos y hay que acabar como sea con los clubs que pretenden apropiársela.


A mi madre, una joven mujer de cuarenta y pocos años, la vimos luchar por no mostrar dolor a sus hijos, usar pelucas con toda la dignidad, pintarse las cejas para hacer ver que todo iba bien. Mi madre no pudo luchar contra una maldita célula asesina que se escapó camino arriba por su cuerpo machacado por radiaciones, operaciones y medicamentos. Tras cuatro años de lucha, nos tomó la mano a cada hijo para decirnos que cuidásemos de nosotros, de nuestro padre, de nuestros hermanos… Su lucha digna nos hizo a todos los que la conocimos más humanos, mejores personas y entendedores de lo que es un paciente de cáncer.


Un miembro más del club de la vida.



3 comentarios:

Ángel Vela dijo...

Uffff, vaya texto Salva.

Es de los que queda grabado a fuego.

Hubo una parte:

"Viven entre nosotros. Se colocan pelucas, pierden kilos, se agarran a nuestras manos pidiendo caricias mientras miran al techo esperando que la próxima revisión vaya a ser distinta, que las células asesinas que le comen por dentro aparezcan muertas en los informes futuros y que poco a poco el pelo volverá, la cara tomará color y los tratamientos se irán suavizando hasta poder llamar de nuevo al club de los vivos."

Más allá de lo magnificamente escrito, suena tan real que da miedo.

Por desgracia conozco varios casos, y dos de ellos me pillaron muy de cerca. Uno de ellos fulminate, el otro se curó, aunque no descartan que se reproduzca.

Algo muy duro y demasiado cotidiano.

Un abrazo compañero. Y como siempre un placer leerte ;)

Salvador Navarro dijo...

Gracias, Ángel!

Hasta ahora no había visto tu comentario.

Desgraciadamente todos tenemos historiales de gente cercana que luchan o han luchado contra el cáncer. Hay quien gana la batalla

Manuel Mije dijo...

Está genial, como siempre, Salva. Y resulta muy real, demasiado por lo que implica, me temo.
Oye, aver si te apuntas con nosotros a lo de los concursos, que tienes muy buen material.

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