viernes, 12 de septiembre de 2008

Suicidio

Una figura se veía sobre el tejado, miraba al frente decidida a quitarse la vida. Había corroborado todo lo que sus amigos le habían comentado tiempo atrás.

−No ves que tu novia lleva mucho el perro al veterinario −le decían.

−Pero si yo ni siquiera tengo perro −contestaba.

−Pues mas sospechoso, ¿para qué crees que va?

−¡Dejadme en paz! −terminaba por decir y así la discusión se posponía hasta el día siguiente.

Maldito aquel día que esperando en el coche a que el semáforo cambiara de color, divisó a lo lejos una silueta que le era familiar acompañada de un hombre con bata blanca y dos perritos muy lindos, ambos iban cogidos de la mano regalándose caricias; el acelerón fue brusco pero ni se inmutaron.

Al llegar a casa vio varias facturas, el gas, el agua, la luz, todo sin pagar, no había dinero en el banco; su cuerpo se estremeció al ver la última carta, era de una tienda de animales donde se había abonado la cantidad de 1500 euros por dos lindos cachorritos de la raza cocker.

No le quedaba nada, todo lo que había defendido y por lo que había luchado hasta el agotamiento extremo caía desmoronado. Sólo le quedaba una salida, EL SUICIDIO.


Por eso estaba allí, mirando al frente, recordando las sabias palabras que un amigo le brindó no hacía muchos días: “la mayoría de gente que quiere tirarse por un balcón no lo hace porque mira al suelo y se lo piensa mejor”; él no lo iba a hacer. Pero entonces le asaltó una duda: ¿cómo caería? No quería caer de cabeza, le parecía demasiado romperse el cuello estrellándose toda la cara contra el suelo, y de pie tampoco, no le gustaría acabar con las espinillas a la altura de la garganta. Mejor caer tumbado, así el que se asomara al escuchar el ruido lo vería boca arriba y quedaba más estético. Decidido, caería de espaldas.


La distancia era considerable, estaba sobre el tejado de un cuarto piso, no le asustaba y de un impulso se dejó caer sin saber la sorpresa que le esperaba.

A la altura del tercero sintió un dolor fortísimo en la espalda y quedó parado en el aire, pensaba que el tiempo se ralentizaría antes de morir, pero no que se parase; cuando se dio cuenta descansaba sobre el motor de un aire acondicionado, chilló pero la voz no le salía debido a lo fortuito del golpe. Poco a poco fue escurriéndose hasta que volvió a caer, esta vez de cara al suelo, mientras veía cómo se acercaba al primero, donde había otro escollo más: la vecina del primero era la denominada bruja del bloque, la típica vieja chismosa que no tiene otra cosa que hacer que molestar a los vecinos. Tal era el grado de maldad de la señora, por denominarla de alguna manera, que tenía un tablón de madera enganchado al cierre de la cocina donde dejaba descansar los guisos, y de paso humeaba toda la ropa que sus vecinas tendían.

Dado que la vida está llena de casualidades, en ese momento reposaba una olla humeante llena de potaje sobre el tablón, e iba de cabeza hacia ella. El golpe era inevitable, poco a poco se acercaba, el momento se le estaba haciendo interminable.

El choque tampoco fue para tanto, al menos considerando que su objetivo era el suicidio: si en el anterior se había hecho añicos la espalda en este la cara le quedaría irreconocible, una ceja rota, siete dientes partidos, labios reventados, tabique nasal hundido y demás lesiones que aunque fueran pequeñas eran dolorosas, además las quemaduras que le había producido el caldo hirviendo eran como mínimo de tercer grado.

El choque fortuito le hizo girarse a la posición original con una pequeña diferencia, la olla la llevaba encajada en la cabeza, el golpe contra el suelo ni lo sintió, ya que había ido perdiendo velocidad y fue minúsculo; lo peor era que aún estaba vivo por lo que su objetivo principal había fracasado. Ya sólo le quedaba decir a los enfermeros de la ambulancia que se había resbalado, que había sido un accidente. Más adelante tendría tiempo de volver a intentarlo, pero esta vez, a poder ser, con pastillas o una pistola, pues había descubierto que la caída libre no era su fuerte.



Autor: Rafael De Alba Rodríguez (Morti)

Correo electrónico: john_difool(arroba)hotmail.com

5 comentarios:

Víctor González dijo...

La parte cómica de la olla en la cabeza a modo de casco protector me encanta. Eso si es sacar la cabeza caliente.
Saludos.

weiss dijo...

Qué guasa de relato, Rafa :D Ahora, me esperaba ver aparecer a la novia con los dos cachorros para regalárselos, de la mano de su tío el veterinario o algo así...

María (LadyLuna) dijo...

Nunca he leído un relato que haya conseguido ese toque cómico en un tema como este.
Muy bueno, el relato;)
Me alegra volver a leerte por aquí.
¡Besos!

Vito Márquez dijo...

Ja, ja, ja!

Estupendo manual del suicidio para torpes.

Destornillante.

Manuel Mije dijo...

Como ya te dije me parece bastante simpático el texto, Rafa. De este me dijiste que era uno de tantos en los que pretendes hacer algo en tono más serio pero terminaste haciéndolo de guasa, ¿no? Bueno, ya los harás más serios y tristes, de momento la guasa te sale bien.

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